Crónica política

Santa Fe, realidad y perspectivas

Rogelio Alaniz

Empecemos por nuestra ciudad: la diputada Alicia Gutiérrez y la vicegobernadora Griselda Tessio fueron agraviadas con pintadas promovidas por integristas católicos. Por lo que se puede saber, los caballeros están molestos por el proyecto de Gutiérrez de retirar las imágenes religiosas de los edificios públicos. El proyecto sin duda que merece discutirse. Personalmente estoy de acuerdo en que el Estado debe ser prescindente en materia religiosa, pero admito que hay otros puntos de vista y algunos muy dignos de tenerse en cuenta. Lo que no se puede admitir es la agresión, la violencia. Al respecto hay que decir que todas las fuerzas políticas y sociales condenaron lo sucedido y particular relevancia tiene en este caso el repudio de monseñor Arancedo, arzobispo de Santa Fe.

En nuestra ciudad no hay razones que alienten la violencia religiosa. Hay diferencias, hay opiniones encontradas, pero en los últimos años todo se ha encaminado por la vía del diálogo y el acuerdo. Es muy probable que lo sucedido sea apenas el arrebato de una minoría de inadaptados o fundamentalistas, pero de todos modos importa advertir sobre estas conductas alienadas, sobre todo porque el tema es delicado y nadie está en condiciones de asegurar en qué momento se produce el pasaje de una agresión menor a operativos de violencia más graves.

También en estos días el Partido Justicialista va a decidir la expulsión de los señores Ramos y Facino de sus filas. Se trata de dos personas detenidas y acusadas de haber perpetrado delitos de lesa humanidad. En nombre de los derechos humanos lo que hacen es correcto, aunque en nombre de la política y la historia sería interesante preguntar por qué esperaron casi treinta años para decidir en la materia.

Se dirá que las condenas son recientes. Es verdad, pero en un tema como los derechos humanos, donde la ética es el centro de sus fundamentos, importa interrogarse sobre otras cuestiones; indagar, por ejemplo, sobre si recién ahora los dirigentes justicialistas tomaron conocimiento de que tenían algunos torturadores en sus filas. O preguntarse si cuando Facino era presidente de la comuna de Rincón a ningún peronista se le ocurrió sospechar que el hombre no era una versión local del comisario Frutos Gómez, sino un -según dicen- temible violador de derechos humanos. Yo algo sabía, pero parece que los peronistas no. ¿O lo sabían pero entonces no era negocio promover los derechos humanos?

Un kirchnerista veterano me asegura que no sabían que pasaban estas cosas en el peronismo. Si así fue, lo lamento por el tiempo perdido, porque de haberme preguntado a mí o a cualquier persona que haya militado a favor de los derechos humanos en los tiempos -bueno es tenerlo en cuenta- en que esta militancia implicaba algún riesgo, lo habríamos podido poner al tanto de la participación de más de un peronista en el partido de los torturadores.

De todos modos, no deja de ser aleccionador que la fuerza política que en 1983 prometió en la campaña electoral que apoyaba la ley de autoamnistía promovida por los militares, exactamente veintisiete años después expulse a dos afiliados, de cuyo compromiso con esa causa muchos tenían conocimiento menos los peronistas.

El acto es meritorio, pero por sobre todas las cosas posee un gran valor simbólico porque, a decir verdad, a nadie se le escapa que Facino y Ramos no son los únicos y ni siquiera los más conocidos o los más importantes. Ante cualquier duda estoy dispuesto a colaborar en lo que sea necesario. El ofrecimiento es sincero, porque siempre es bueno refrescar la memoria y, muy en particular, la de los titulares de la actual versión contemporánea del peronismo. Es que los principales dirigentes -me refiero a los del orden nacional- parecen haber descubierto varias décadas después que en la Argentina se violaron los derechos humanos y cuando esto ocurría era muy difícil, por no decir imposible, encontrar a dirigentes peronistas que dijeran una palabra al respecto o pusieran una firma en las comprometidas solicitadas que se elaboraban en aquellos años.

Por el contrario, entonces lo que se imponía era el silencio, la teoría perversa de que defender los derechos humanos era hacerle el juego a la socialdemocracia europea y a los Estados Unidos, cuando no, aplaudir y festejar la tragedia. De todos modos, no deja de ser interesante que en la primera década del siglo XXI la causa de los derechos humanos sea defendida por todos, incluso por los peronistas.

Continuando con los temas locales, pareciera que el año que viene entre los meses de febrero y julio los santafesinos vamos a elegir candidatos partidarios y candidatos para renovar las autoridades políticas de la provincia. Básicamente competirán en estos comicios dos coaliciones: la que constituya el peronismo con algunos aliados históricos y la del Frente Progresista. En ambos casos, estas coaliciones deberán asumir el desafío de ponerse de acuerdo internamente para presentar candidaturas consensuadas. Unos y otros saben que la clave de la victoria está en mantener la unidad, pero también saben que esa unidad no será tan fácil de lograr.

En el Frente Progresista es un secreto a voces que radicales y socialistas competirán para decidir quién será el candidato a gobernador. En toda coalición democrática se supone que el partido que cumple el primer mandato le da la oportunidad al partido aliado para que gobierne en el turno siguiente. Como la caballerosidad no es una regla de la política, lo más probable es que haya elecciones internas.

Según se mire, las internas partidarias pueden ser la antesala de la destrucción de una coalición o el camino para reforzar la alianza a través de un mecanismo democrático de consulta como son los comicios. En términos ideales, las internas son el recurso más aconsejable para elegir los candidatos, pero ya se sabe que en política las buenas intenciones están condicionadas por los intereses, las pasiones, las ambiciones menores y mayores. En todos los casos, lo que pone a prueba la consistencia de un partido o una alianza es que el día después de las internas, ganadores y perdedores se pongan a militar a favor de un único candidato.

¿Respetarán los dirigentes de los diferentes partidos del Frente Progresista el resultado de las urnas? Para el bien de ellos, esperemos que sí. En un texto reciente, el politólogo Natalio Botana decía que para la cultura política nacional era necesario incorporar una ética de la derrota, indispensable para vivir en democracia; una ética en la que el perdedor admita que se puede perder sin que ello signifique la ruptura de los acuerdos y los compromisos contraídos; una ética que impugne el triunfalismo a cualquier precio. ¿Respetarán los dirigentes de los diferentes partidos del Frente Progresista el resultado de las urnas? Creería que sí, pero las elecciones internas del año que viene serán una excelente oportunidad para poner a prueba esta creencia.

Por el lado del peronismo existe la certeza de que la única posibilidad de victoria pasa por la unidad. “Divididos somos boleta” dicen que dijo un conocido dirigente peronista. La unidad del peronismo santafesino no será fácil de lograr, pero tampoco es una empresa imposible. Por lo pronto, da la impresión de que los recientes pasos de Reutemann apuntan en favor de la unidad provincial ¿Alcanzan? Por lo pronto algunos gestos ha habido, aunque de todos modos la unidad del peronismo dependerá más de lo que suceda en el orden nacional que de las iniciativas que se tomen en el orden local. Un Reutemann cercano a Cristina deja abierta la posibilidad de buscar acuerdos internos entre dirigentes que hace unos meses parecían no estar dispuestos ni siquiera a saludarse.

¿Todo depende de lo que ocurra en la Nación? Como se dice en estos casos: “Ni muy muy ni tan tan”. En política es importante armar bien las listas en tiempos electorales, esto quiere decir distribuir bien los cargos, dejar satisfechos a dirigentes grandes y dirigentes chicos, comprometer a todos con la propuesta electoral. ¿Es así? Es así. En los tiempos que corren, el compromiso más preciado es el que adquiere la forma de cargos y puestos. No está de más recordar que el arte de la política es también el arte del tejido y el bordado. Lo que vale para el peronismo vale también para el Frente Progresista.

En cualquier caso, los pronósticos elaborados un año antes de las elecciones son apresurados, pero no es apresurado vaticinar que perderá la fuerza política que vaya dividida. ¿Y si van unidos? Dependerá de la calidad de esa unidad, de las condiciones sociales y políticas en las que se realizan los comicios, de la calidad de los liderazgos, de la capacidad para contener a los dirigentes, y de la suerte, ese factor que nunca se tiene en cuenta en los análisis políticos pero que en más de una ocasión es el que decide.

Santa Fe, realidad y perspectivas

Hannah Arendt y Griselda Tessio