Editorial

Bajo el signo de la violencia

“La violencia está en nosotros” es el título de un viejo filme de John Boorman. Es también una indagación sobre la naturaleza humana y la fragilidad de la adquisición civilizatoria. La autocontención, los frenos inhibitorios son construcciones seculares de la cultura que han permitido dominar, al menos en parte, las pulsiones primitivas y mejorar la convivencia mediante la creación de instituciones de alcance general. No obstante, queda claro que se trata de un equilibrio personal y social inestable y que basta encender una mecha emocional para poner en crisis el orden establecido.

La violencia nos habita, y en la Argentina de los últimos años se percibe su incremento. Cualquier planteo o reivindicación se hace por la fuerza, física o moral, de hecho o generando condiciones para quebrar voluntades.

En el llano, el repetitivo mecanismo empleado es el corte de calles o rutas, incluso para dirimir disputas domésticas o pequeños conflictos en talleres micropymes. La ocupación del espacio público para presionar a las autoridades es moneda frecuente, y la forma de rescatar a los rehenes es ceder ante el chantaje.

Pero también desde la cima del poder político se envían mensajes que amedrentan. Basta pensar en lo ocurrido con el Indec, cuyas autoridades fueron removidas mientras grupos de choque controlaban la reacción de los empleados de planta. O la intervención del secretario de Comercio Interior en la fábrica Papel Prensa S.A. cuyas vociferantes amenazas contra accionistas, gerentes y asesores fueron grabadas y difundidas al país.

Tampoco se pueden olvidar las jornadas que precedieron al tratamiento legislativo de la famosa resolución 125 sobre retenciones agrícolas, cuando las rutas del país quedaron bloqueadas por piquetes de productores y organizaciones rurales, de un lado, y contrapiquetes del sindicato de camioneros, del otro.

Poco a poco, las imputaciones y calificaciones cruzadas fueron subiendo de tono, mientras un clima espeso cubría el país. Las tribunas políticas se caldeaban y las manifestaciones callejeras contra el gobierno eran desarticuladas con palos, cadenas e improperios. El periodismo denominado independiente ingresaba al ojo de la tormenta; periodistas y medios eran señalados por los dedos acusadores del oficialismo a través de pegatinas en el espacio público, programas de tevé y publicaciones militantes. Se hablaba de “guerra mediática”.

La tensión del ambiente se olía en el aire y la sociedad en su conjunto entraba a un escenario en el que la violencia primaria desplazaba a las palabras y los razonamientos. Los barrabravas se volvían más brutales y vendían violencia. En un exceso, asesinaron a Mariano Ferreyra, militante del Partido Obrero. Días atrás, la violencia física llegaría a Diputados con la cachetada que Graciela Camaño le propinó a Carlos Kunkel luego de que éste descargara sobre ella su violencia verbal. Entre tanto, en las calles, los ladrones practican el asesinato exprés y algunos justicieros responden con igual método. Es hora de recordar que quien siembra vientos cosecha tempestades.