AL MARGEN DE LA CRÓNICA

El hábito y el monje

La información que se conoció ayer, según un cable distribuido por la agencia EFE, sostiene que las autoridades de Nueva York quieren que los conductores de sus famosos taxis amarillos vayan mejor vestidos y para ello se plantean someter a votación el próximo mes cuál será el nuevo código de vestimenta de esos trabajadores. Para ello, la Comisión del Taxi y las Limusinas de Nueva York quiere que sus taxistas, representantes de la más variada multiplicidad étnica, “tengan una apariencia más profesional”.

La ciudad estadounidense dispone desde 1987 de un código de comportamiento y vestimenta para los taxistas que indica que no pueden llevar sandalias, ojotas, camisetas musculosas, pantalones cortos, camisas ajustadas o cualquier otro ropaje inadecuado.

Lo que se observa hoy contraría lo que ocurría hace un centenar de años, cuando los taxistas neoyorquinos iban impecablemente vestidos, con un uniforme similar al de los cadetes de la escuela militar de West Point.

Pero hay que pensar que la ciudad de los rascacielos tiene un verano con varios días de altas temperaturas y, por ello, vestir como un militar, con gorro y corbata, puede ser un exceso, al igual que las ojotas y las musculosas. Algo parecido pasa por nuestra querida Santa Fe. Sin tanto cemento, pero con calores que comienzan mucho antes del 21 de diciembre y que se extienden hasta avanzado el otoño, el hecho de estar todo el día detrás del volante hace que la indumentaria para enfrentar esas horas de trabajo sea todo un tema.

La verdad que, lejos de la “extravagancia” que podría observarse en algún taxi neoyorquino, en sus pares santafesinos la ropa durante el verano abunda en informalidades: camisas floreadas abiertas de pecho (estilo Sandro), remeras varias, ojotas, sandalias, zapatillas, pantalones cortos, shorts de baño, náuticos -y tantas prendas que sería aburrido describir- se multiplican en remises y algunos taxis. Claro que los “tacheros” más viejos, más atados a las tradiciones, no abandonan la camisa celeste, el pantalón azul y los mocasines.

Se podría argumentar en contra de la variedad que esa propuesta multiforme y multicolor se comporta como un abuso para con sus pasajeros y hasta asoma algún atisbo de inseguridad al preguntarse si ese señor que muestra músculos y tatuajes, mientras fuma el final de su cigarrillo, es o no un remisero legal.

A favor de la multiplicidad de prendas hay que tener en cuenta que el calor en Santa Fe es insoportable y que las unidades con aire acondicionado se pueden contar con los dedos de las manos. Los pobres peones de taxi y remís tienen que soportar junto con el pasajero los 50 grados que suben del asfalto durante el eterno verano.

Por eso, sin llegar a ser un cadete de West Point como en el New York del siglo pasado, lo positivo sería en pensar en algunas opciones como para que largas uñas de los pies queden ocultas bajo algún calzado cómodo, y pilosidades varias, bajo las telas más adecuadas.