Entrevista a Marcos Aguinis

La escritura como profesión

Por Augusto Munaro

Marcos Aguinis (Córdoba, 1935) publicó su primer libro en 1963 -una biografía del filósofo y teólogo judío Maimónides- ; desde entonces ha publicado una nutrida obra narrativa y ensayística. Activo militante de ideas democráticas y humanistas, sus escritos han sido un fiel reflejo de su pensamiento. La nueva edición de Todos los cuentos (Sudamericana), pone al descubierto una de las facetas más ricas aunque menos reconocidas de su propuesta narrativa.

—Me gustaría que comentara cómo seleccionó los relatos. ¿Buscó una unidad temática, o los eligió en función de su variedad estética?

—Fueron escritos en diferentes momentos de mi vida. Todos los de esta colección, sin embargo, ya corresponden a la etapa en que la literatura era una profesión muy seria para mí. Son el producto, por consiguiente, de vivencias distintas. No están aquellos de mi primera etapa, que considero impresentable.

—El cuento fue el primero de los géneros literarios que abordó. Tengo entendido que ya en su temprana adolescencia llenaba sus bolsillos de papeles con fragmentos de frases que oía y le “sonaban bien”. Pero, paradójicamente, fue el que más trabajo le llevó desarrollar.

—Ocurre que el cuento exige mucha habilidad. Es necesario ser lo más escueto posible, sin quitar los elementos que recreen determinados climas. Debe mantener firme la unidad de la historia, aunque por momentos engañe con presuntos desvíos. Tiene que atrapar desde el comienzo y, si es posible, conseguir que se lea de una sentada.

—¿Cuál es, para usted, la diferencia esencial entre novela y cuento? ¿Cree que hay un límite preciso entre ambos géneros?

—No, porque existen cuentos largos y novelas cortas que borran esos límites. No obstante, en el cuento predomina la unidad. La novela, en cambio, se parece al universo, que incluye personajes y episodios de variado color y sustancia.

—¿Cuáles son los mecanismos del cuento que le interesa explorar en particular?

—Mantener vivos la curiosidad y el asombro. Son las emociones que ya despiertan en nuestra infancia, cuando escuchamos los primeros cuentos vertidos por los labios de padres o tíos o seres que nos regalan afecto.

—¿Podría referirse a su método de trabajo? ¿Espera tener una historia y su estructura muy claras en la mente para comenzar a escribir un relato o inicia la escritura sin saber bien qué rumbo tomará su narración?

—Por lo general, cuando abordo una ficción, sea cuento o novela, tengo en mi mente y en mi pecho lo esencial. Aunque muchas veces no sea nítida la trama, y se parezca a la niebla de un amanecer, algo importante percibo antes de la primera palabra. Suele ocurrir que, a medida que avanza la narración, ciertos personajes aumenten su fuerza y protagonismo, mientras otros caen a un segundo plano. Pero esto se aplica a la novela exclusivamente. El cuento, en cambio, no admite semejantes ajustes. Si uno quiere cambiar en un cuento lo que pensaba narrar al principio, mejor lo escribe todo de nuevo.

—“Sebastián” es uno de sus cuentos más particulares. Si bien parece fantástico, resulta una crítica mordaz a la sociedad. ¿Siempre parte de lo cotidiano para crear sus historias?

—No siempre parto de lo cotidiano. Pero reconozco que en materia de cuentos predomina esta perspectiva. “Sebastián” fue publicado en un diario por primera vez y causó una impresión viva, traducida en numerosos mensajes que me llegaron durante varias semanas. Es una crítica social, por supuesto, pero también marca la fragilidad de nuestra condición.

—Algunos cuentos, como “Siete variaciones sobre el tema de Jonás”, se vertebran alrededor de la fe, la esperanza. ¿Qué fue lo que más le atrajo de este profeta del Antiguo Testamento?

—El libro de Jonás es uno de los más cortos de toda la Biblia. Se considera que Jonás fue uno de los primeros profetas aunque menor-, acosado por la obligación de jugarse. En pocas páginas, dicho libro narra una historia llena de vicisitudes y conflictos anímicos. Contiene gran riqueza, apta para infinidad de interpretaciones. Además, es el único profeta que predica fuera del pueblo de Israel. Me pareció que contenía material para inspirar una serie de temas, y no me equivoqué. Por otra parte, me di el gusto de utilizar la forma musical. Eso de “tema con variaciones” es algo que me quedó grabado de la época en que estudiaba, ejecutaba y componía al piano.

—Lo moral, lo religioso tiende a cobrar un espacio relevante en su obra.

—Puede ser. Creo que lo religioso se ha ido transformando, en mi caso, en ética. Las principales religiones poseen un corazón ético al que muchas veces se ha traicionado con fanatismos y prejuicios. Todas las religiones pueden degenerarse en la criminalidad. Pero todas las religiones, también, pueden contribuir con gran fuerza a la fraternidad humana. Depende cómo sus fieles y, más que nada, sus clérigos, la orienten.

—¿Qué importancia le otorga a los desenlaces de sus cuentos?

—Son muy importantes. Lo cual no quiere decir que deban tener un final siempre sorpresivo. El desenlace debe llegar en el momento oportuno. En este aspecto el cuento es más exigente que una novela: si atrasa su cierre, puede malograrse por completo.

—Un autor de cuentos para recomendar.

—Aunque suene a lugar común, no puedo dejar de reconocer que los que más me gustan, entre los argentinos, son Borges y Cortázar. Agregaría entre los grandes a Horacio Quiroga y a Enrique Anderson Imbert.

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Marcos Aguinis. Foto: Alejandra López