La fuerza del amor a través de la historia

Este boceto muestra a Eneas narrando a Dido, su enamorada, las desgracias ocurridas en Troya.

La fuerza del amor a través de la historia

Cuantiosas historias de amor, de pasiones y de odios entre hombres y mujeres se han contado a través de los tiempos. Incluso, muchas parejas famosas pasaron a convertirse en leyenda. Recordamos algunas de éstas, próximos a festejar el Día de los Enamorados.

TEXTOS. ANA MARÍA ZANCADA. FOTOS. EL LITORAL.

El amor, ese extraño sentimiento que une a un hombre y a una mujer, ha sido a través del tiempo, el protagonista principal de grandes historias. Apasionado, delicado, tímido, trágico, soñado, siempre el amor como sentimiento, unido a la conducta del ser humano, ha estado presente en el devenir de los acontecimientos de la humanidad toda y ha sido inspiración de los más bellos poemas escritos por aquellos que fueron capaces de expresarlo.

Los inspirados versos han sido el vehículo para llenar horas de soledad, donde el enamorado añora la presencia del objeto de tal sentimiento. Así también muchas son las historias de parejas famosas que trascendieron el paso del tiempo para convertirse en leyenda.

De todas formas, lo central va a ser -en esta ocasión- ese sentimiento indescriptible que corta la respiración, que nubla el entendimiento y hace que miles de mariposas aleteen en el estómago.

Quién mejor que Neruda para comenzar: “Desde tu corazón sube tu aroma como desde la tierra la luz hasta la cima del cerezo; en tu piel yo detengo tu latido y huelo la ola de luz que sube, la fruta sumergida en tu fragancia, la noche que respiras, la sangre que recorre tu hermosura, hasta llegar al beso que me espera en tu boca”.

¿Fueron Romeo y Julieta los más conocidos? Tal vez, pero quizá Shakespeare sabía de la leyenda de Píramo y Tisbe, que en la mitología grecorromana protagonizan la primera historia de amor que -por qué no- inspiró al gran vate.

Ellos eran dos jóvenes que se amaban pero cuyas familias se oponía a su unión. Cierta noche deciden huir y encontrarse en las afueras de la ciudad. Tisbe llega primero pero la asusta el rugido de un león y huye dejando su capa en el suelo. Píramo llega después y al encontrar la prenda en el suelo, cree muerta a su amada y se suicida. Pero Tisbe regresa y al verlo muerto, en la desesperación pone fin a su vida. Cualquier semejanza...

AMORES Y TRAICIONES

“Me voy, me voy pero me quedo/ pero me voy, desierto y sin arena/ adiós amor, adiós hasta la muerte”. Miguel Hernández.

La historia confirma que no hay amor sin traición. Así le pasa a Sansón que confía el secreto de su fuerza a la artera Dalila, o a Dido que en la desesperación de perder a Eneas se lanza a la pira en llamas.

“Cuando yo me muera/ cuando ya mis ojos se cierren cansados/ con el abandono de las cosas idas/ cuando por mis labios sientas que se escapa / el último aliento que tengo de vida,/ por Dios te lo pido/ arrímate al lecho donde ya no exista/ y junta tus manos con las manos mías/ que quiero que sean los primeros lirios/ las primeras flores/ que junto a mi muerte deshoje la vida”. Leopoldo Chizzini Melo.

Y los años pasan y en la memoria queda la primera mujer fatal de la historia, la bella Helena, que desata una guerra famosa, al enloquecer de amor al joven Paris. Sí, porque el amor hizo estallar guerras, aplastó imperios, en su nombre se cometieron crímenes horrendos y -sin duda- sirvió de inspiración a los poetas. “Amor es una empresa muy difícil/ es una ciencia donde/ fracasan los más inteligentes y triunfan lo más torpes”. Rafael Palma.

En esto del amor, la historia y la leyenda van de la mano. Doloroso y trágico fue el amor de Abelardo y Eloísa. París, siglo XII. Pedro Abelardo, cuarentón, enseña teología y dialéctica. Sus alumnos lo admiran y escuchan embelesados. Pero el profesor, que no había conocido el amor, se siente poderosamente atraído por una joven de 17 años, hermosa y culta.

La pasión se desboca. Él mismo lo cuenta en sus escritos: “Con el pretexto de las lecciones nos abandonábamos por completo al amor”... Pero el escándalo no tarda en desatarse. Todo se descubre cuando Eloísa queda embarazada y es enviada a un monasterio. Mientras, los esbirros del tío de Eloísa, un importante canónigo, emboscan a Abelardo y cercenan sin piedad precisamente la parte anatómica que llevó a la pareja a la perdición.

Dolor, escándalo, vergüenza persiguen ahora al otrora brillante maestro, que toma los hábitos. Mientras, Eloísa es confinada en un convento. Con el tiempo se convierte en abadesa. Pero nunca dejaron de comunicarse a través de sentidas cartas.

En 1142 Abelardo muere y el abad del convento, secretamente, envía el cuerpo al monasterio dirigido por Eloísa. Ella le sobrevive 20 años. “El beso que no te di/ se me ha vuelto estrella dentro/ Quién lo pudiera tomar/ y en tu boca, otra vez beso”. Dulce María Loynaz.

JUANA LA LOCA

Siguen corriendo los años pero aquel sentimiento que nace con el hombre mismo provoca historias inverosímiles.

Juana fue la tercera hija de los Reyes Católicos. Desde niña mostró un carácter díscolo y rebelde. Los intereses de la corona hicieron que la desposaran con el archiduque Felipe, apodado el Hermoso.

Éste despertó en su mujer una pasión enfermiza y Felipe no hacía nada por mejorar la relación; por el contrario, sus devaneos amorosos llevaron a la pobre Juana a demostrar unos celos irracionales. Cuando muere Felipe, ella se encierra por días con el cadáver, no permitiendo que nadie entre en la habitación. Comienza un lúgubre viaje a través de España, para sepultarlo en Tordesillas. El largo viaje se hacía por la noche, lo que despertaba el cuchicheo de toda la comitiva que la acompañaba. Juana no permitía que ninguna mujer se acercara al féretro. Duró meses la travesía. Juana con los ojos extraviados no se apartaba del cadáver. Finalmente, ya en su destino, la pobre infanta comenzó su encierro, que duró más de treinta años, allí, cerca de su amado, al que no pudo retener en vida, pero cerca de él, hasta en la muerte.

“Te quise siempre: mañana, tarde y noche: por los siglos de los siglos./ Te querré constante y sumiso/ y cuando ya me haya muerto/ antes que llegue el olvido/ por la savia de un ciprés/ subiré delgado y lírico/ hecho solamente voz/ para decirte en un grito/ ¡Te quiero!, ¡Te quiero muerto/ igual que te quise vivo”. Rafael de León.

PEDRO E INÉS DE PORTUGAL

Tal vez no haya historia de amor más trágica que la que unió a través del tiempo al rey Pedro de Portugal e Inés de Castro. La historia transcurre en el siglo XIV, cuando Pedro -por razones de Estado- se casa con la princesa Constanza de Castilla.

Pero entre el séquito de su esposa venía una joven, Inés, de la que el monarca se enamora locamente. Inés huye de la corte, Pedro la sigue y se instalan en Coimbra donde edifican su nido de amor. Inés le da tres hijos, pero no pueden legitimar el matrimonio. Pedro tiene obligaciones reales pero se niega a regresar al palacio.

El pueblo murmuraba que la joven había hechizado al heredero. Un día en que Pedro sale de cacería, su padre -el rey- decide dar un toque definitivo a la situación. Marcha a todo galope a Coimbra y en compañía de tres esbirros da muerte a Doña Inés.

Al regresar Pedro y encontrarse con el macabro cuadro, endurece su corazón para siempre. Hace embalsamar el cadáver de su amada y lo inhuma en una cripta en el convento de Santa Clara de Coimbra.

Luego se dedica a vengar a su amada, lo que sumió al país en una sangrienta guerra civil. Sólo las súplicas de su madre logran calmarlo. Luego de varios años, murió su padre y Pedro se convirtió en rey. Entonces apresó a los asesinos y los hizo descuartizar en su presencia. Pero, en su delirio, quiso poner un capítulo final, único en la historia: hizo desenterrar el cadáver de Inés, se la vistió con las mejores galas y ubicada en el trono junto a él, la corte tuvo que besar los huesos enjoyados de la mano.

Tras la macabra ceremonia, Inés fue introducida en un majestuoso sarcófago de mármol, magníficamente trabajado, ella coronada y luciendo un rico vestido. Luego hizo preparar otro sarcófago idéntico que fue colocado frente al de Inés, destinado para él. Allí están aun hoy, en la Catedral de Alcobaza, para que el día del juicio final, cuando ambos despierten, lo primero que vean sea el rostro del amado.

Pasiones del corazón

Muchas fueron las parejas que a lo largo de la historia encendieron la curiosidad y el entusiasmo de un público que, ávido, consumió las alternativas de los sentimientos que -con su fuerza- fueron capaces de todo, incluso de torcer el rumbo de la historia desafiando protocolos, costumbres y leyes.

Condenados, admirados, defenestrados, arriesgando sus propias vidas, demostraron que el ser humano, más allá de su frivolidad puede sacrificar su seguridad, su posición social, su placer, en aras de un amor, de una pasión que tenga más fuerza que todas las convenciones.

La sociedad fría y organizada, acotada por leyes injustas olvida a veces lo que un verdadero sentimiento puede llegar a provocar. “Esta mujer que siente lo que siento/ y está sangrando por mi propia herida/ tiene la forma justa de mi vida/ y la medida de mi pensamiento”. Francisco Luis Bernárdez.

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Quizás Romeo y Julieta fueron la pareja de enamorados más conocida de todos los tiempos.

Sonetos del Portugués

Tal vez sea cierto lo que expresaba Simone de Beauvoir: “Las personas felices no tienen historia”. Las grandes pasiones siempre fueron trágicas. Sin embargo, podemos rescatar una que tuvo final feliz, que fructificó y fue gozada sin dolor.

Elizabeth Barret había nacido en la Inglaterra victoriana y su vida estuvo limitada por un padre sumamente estricto y la temprana muerte de su hermano, que afectó seriamente su salud. De carácter sensible y dedicada al estudio de los clásicos como Dante y Shakespeare, su espíritu religioso hizo de ella un ser débil y soñador.

Pero en esta vida sin alternativas disonantes, aparece un huracán de entusiasmo que en la persona del poeta Robert Browning, prácticamente la rapta de su encierro para compartir el resto de sus vidas en Italia, donde finalmente Elizabeth recupera su salud para vivir plenamente el amor.

El poema incluido en “Sonetos del Portugués” expresa con palabras, en un tono propio de la época, la profundidad de ese amor que la devolvió a la vida.

“¿Que cómo te quiero? Déjame contar los modos. Te quiero hasta lo más profundo, hasta lo más elevado, hasta la mayor latitud que mi alma puede alcanzar cuando se siente transportada hacia los fines del ser y de la gracia ideal. Te quiero con un amor que creí perder con mis perdidos santos. Te quiero con mi aliento, con mis sonrisas, con mis lágrimas de toda una vida. Y si Dios permitiera, no haría sino quererte mejor después de muerta”.