Cruzada contra las bacterias

Cruzada contra las bacterias

Yo me enteré lo que era una bacteria, un virus o de la existencia de gérmenes ya adulto, con lo que se confirma la regla de que los hombres nos anoticiamos siempre tarde de la mayoría de las cosas. No sé si continuar este tema. Bacilo...

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI.

Cuando era pequeño jugué con tierra y barro, di panzazos en cada lluvia en plena calle -y mis compañeritos también: están todos recontra contaminados, ya les digo...-, me pinté la cara con polvo de ladrillo y agua, hurgueteé a conciencia -era más que hurgar- mi nariz en busca de moco de distintas consistencias; jugué a las bolitas, al hoyito pelota, a los autitos revolcado en el piso, me tiré y me zambullí en cunetas y zanjones y otras cuestiones como cualquier chico criado en el interior, y me vengo a enterar que todo eso era peligroso y que podía enfermarme de muchas cosas por culpa de los jodidos bichos microscópicos.

Mi hija de cinco años, en cambio, está en una activa lucha, personalizada, con avances y retrocesos, con ayudantes y enemigos, contra las bacterias. Por estos días es fácil escucharla venir corriendo del baño para comunicar con aire victorioso al resto de la casa que encontró una bacteria y que la eliminó con su cepillo de dientes.

“Gédmenes y bactedias” -las erres todavía no fueron provistas- forman parte de los malos y ella tiene pastas, geles, agua, jabón y un montón de productos para ganarle la batalla a esos cretinos, que son feos y pueden enfermarte.

A mí me causa gracia la cuenta soldado por soldado y día por día de esta guerra (“papi, papi, hay una bactedia”, me apremia señalando su boca donde quizás un pequeño pedacito de carne quedó atrapado entre sus dientes) y por cuestiones funcionales y de higiene, de generar hábitos, no nos atrevemos todavía a desautorizar la versión maniquea del tipo ellos o nosotros, malos versus buenos y demás oposiciones...

Habrá tiempo para que se entere que hay una infinita gama de grises en medio de las dos puntas, y que hasta lo que es malo puede ser bueno y viceversa. ¿Para qué complicarle la existencia diciéndole que hay bacterias buenas que ayudan a la digestión o que se hacen remedios con otras? Por ahora, son malas y hay que combatirlas.

Para nosotros la representación de gérmenes o bacterias era imposible: no teníamos ni noticias de ellos hasta bien entrados en la escuela, donde algún libro o algún profesor nos mostraba una foto de una ampliación donde aparecía una cosa redonda con bordes iridiscentes que igualmente no podía asustarnos, por dos motivos, por lo menos: porque nunca habíamos visto una en acción personalmente y porque esa tarde teníamos revancha en el contaminado campito donde jugábamos...

Pero ahora la televisión y la sociedad de consumo, con publicidades tramposas y constitutivamente jodidas, enfermas desde su matriz (por cuanto promueven el miedo para vender), le ponen todo el tiempo a nuestros hijos y a sus madres, preferentemente (nosotros seguimos siendo los mismos irresponsables de siempre), unos monstruos babosos y seguramente malolientes, llenos de malas intenciones, y listos para apropiarse del cuerpecito inocente, como si se tratara de una posesión diabólica.

Y todo está lleno de gérmenes: el piso, el baño, el picaporte, el patio, la gente, la escuela, la plaza, los muñecos, los juguetes. Menos mal que el producto tal aniquila desde el vamos el 99,9 por ciento de los gérmenes y si tu hijo se enferma es porque el 0,01 por ciento restante hizo un osado trabajo para saltar el cerco sanitario impuesto.

No me gustan estos mensajes que en manos de padres culposos o excesivamente sobreprotectores pueden hacer más estragos que una bacteria: antes y ahora todo se arregla con un buen lavado de manos. Antes los enemigos de los niños eran unos soldaditos de plástico, el equipo de fútbol del otro barrio o de quinto grado, la prueba de matemática. Pero ahora, mi hija enarbola su cepillo de dientes con saña y se pone feliz porque bajó a uno o viene preocupada cuando está con sueño y algo cansada: “Me atacadon las bactedias, papi”. Y nos vamos: la lucha continúa.