Panorama político

Militantes del mundo, ¿uníos?

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En 2008, Cristina Fernández de Kirchner visitó al presidente libio, Muamar Gadafi. Foto:Archivo/DyN.

Hace poco más de dos años, Cristina Fernández se comparó con Gadafi e invitó a la Argentina a Mubarak y a Ben Alí, el ex presidente de Túnez. ¿Qué pensará ahora?

 

Sergio Serrichio

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“Yo también, al igual que el líder de la Nación Libia, hemos sido militantes políticos; desde muy jóvenes hemos abrazado ideas y convicciones muy fuertes y con un sesgo fuertemente cuestionador al statu quo que siempre se quiere imponer para que nada cambie y nada pueda transformarse”.

Así eligió compararse Cristina Fernández de Kirchner con Muamar Al Gadafi, el 22 de noviembre de 2008, cuando culminó con un discurso en el hotel Corinthia, el más lujoso de Trípoli, una gira por el norte de África.

El mandamás libio está hoy acosado y al borde del derrumbe. Tras 42 años de ejercicio indisputado del poder en esa pequeña nación de poco más de 6 millones de habitantes, pero ubicada bien alto en los rankings mundiales de reservas, producción y exportación de petróleo, su país está al borde de la guerra civil, luego de ser alcanzado por la ola rebelde que se inició en Túnez, se propagó luego a Egipto y abarca hoy a varias naciones y emiratos del norte de África y Medio Oriente, un área ultrasensible de la geopolítica y la economía mundial.

La represión ordenada por el régimen libio ya le costó a su pueblo varios centenares de muertos. Gadafi cruzó un punto de no retorno cuando ordenó bombardear a los manifestantes rebeldes y disparar abiertamente sobre ellos, lo que a su vez le costó las primeras deserciones a su aparato de poder.

Sembrando revoluciones

La secuencia de la rebelión -Túnez, Egipto, Libia- reproduce casi exactamente el recorrido que hace poco más de dos años hizo la presidenta y en el que, fiel a su estilo, habló en abundancia.

En Túnez, por caso, encomió la importancia que el entonces presidente Ben Alí asignaba a la educación. “Lo que me más me impresionó -dijo- es que el resultado del crecimiento de Túnez, de este crecimiento que ha tenido en materia económica y mejoras sociales, ha sido el esfuerzo y la calificación del pueblo tunecino (...) lo cual nos hermana en la concepción de la importancia que tiene el mercado interno”.

Pero lo que realmente impactó a nuestra presidenta fue la “apertura mental” del gobierno tunecino. “El comercio se puede cerrar más o menos, se puede abrir más o menos; lo que hay que tener siempre muy abierta es la cabeza y las neuronas para captar las posibilidades de negocios”, señaló en uno de sus discursos. Esa coincidencia lo llevó a invitar al presidente de Túnez, el hoy fugado Ben Alí, a visitar la Argentina. Por eso, le aseguró, “volveremos a encontrarnos muy brevemente”.

Ya en El Cairo, la capital de Egipto, la presidenta invitó formalmente a una “visita de Estado” a la Argentina a Hosni Mubarak, otro líder longevo y que dejó de serlo debido a la actual ola de rebelión, y antes de partir anunció que entre los acuerdos verbales a los que había llegado con el gobierno egipcio figuraba “la posibilidad de llevar la muestra de Tutankamón a la América Latina y que fuera la Argentina la que tuviera el altísimo honor de ser el primer país donde se expusiera ese verdadero tesoro de la historia de la humanidad”. Y tras la salva de aplausos que siguió a la revelación de esa “infidencia”, completó: “Tendremos a Tutankamón en Buenos Aires: será para esta humilde argentina, les puedo asegurar, algo impensado”.

En Libia, escala final de su gira norafricana, que había iniciado en Argelia, Cristina se homologó, con la frase del principio, al “militante” Gadafi, a quien agradeció por haber sido uno de los primeros líderes mundiales que la llamó para ofrecerle “su colaboración y su amistad” cuando ella asumió la presidencia argentina.

La palabra presidencial

Por su función, los jefes de Estado deben pronunciar centenares de discursos, ir a lugares que preferirían evitar, tratar con líderes a los que aprecian poco y nada, moviéndose a menudo entre los estrechos márgenes que delimitan la corrección y la hipocresía, la sinceridad y el sincericidio, los intereses y los principios, los deseos y las posibilidades. Es casi inevitable que en ese ejercicio incurran en errores. El problema es enamorarse de las propias palabras y frivolizar la palabra presidencial.

En el imaginario kirchnerista, Gadafi es casi por definición un líder admirable, uno que “se le plantó” a Estados Unidos. Pero cuando Cristina Fernández lo trató de “militante” ya llevaba cuarenta años en un poder que, además, pensaba (piensa) legar a su hijo, el mismo que en estos días asustó al mundo y a su pueblo cuando salió a declarar por TV que su padre está dispuesto a hacer algunas reformas y a asegurar que la rebelión no tiene ninguna posibilidad de éxito. Todo mientras subía y bajaba repetidamente su mano derecha, abierta, en el clásico gesto que en un demócrata puede interpretarse (benévolamente) como un llamado al orden, pero en un Gadafi no puede entenderse sino como promesa de “leña”.

La rebelión en los países norafricanos y árabes está en pleno desarrollo. Es difícil prever su evolución y consecuencias. Hay quienes ven en ella un formidable reto democrático a las autocracias. Pero también puede leerse como el fin del sistema colonial que Inglaterra tejió en el siglo XIX, al que emparchó de protectorados en la primera mitad del siglo XX y que luego administró Estados Unidos.

Así como le soltó la mano a Mubarak, Washington puede celebrar la eventual caída de Gadafi, pero está en ascuas por Bahrein, donde el timón de la minoría sunní podría caer en manos de la mayoría shiíta, aliada potencial de Irán. Bahrein es, además, sede de la Quinta Flota, base de operaciones de EE.UU. en el Golfo Pérsico.

Europa, a su vez, teme que hasta un millón de refugiados norafricanos llegue pronto a sus costas. La distancia más corta entre Marruecos y España es de trece kilómetros. Libia está apenas a media hora de Europa.

Los altos precios de los alimentos, uno de los desencadenantes de la rebelión en el Norte de África y Medio Oriente, ciertamente favorecen a la Argentina, pero nadie puede asegurar que la carestía del petróleo y las materias primas se sostendrá si se produce un enfriamiento de la economía mundial y sigue la tensión y llegan las revoluciones en una parte del mundo tan geopolíticamente sensible.

Serviría, al menos, no hablar por hablar.