Preludio de tango

Como dos extraños

a.jpg

Manuel Adet

 

El tango “Como dos extraños” fue escrito por José María Contursi en 1940 y musicalizado por Pedro Laurenz. El poema retoma uno de los temas centrales de la poesía, y de la poética tanguera en particular: el reencuentro de un hombre y una mujer que alguna vez se amaron, que posiblemente se siguen amando. El titulo del tango adelanta el resultado de este intento por recuperar un tiempo feliz. “Y ahora que estás frente a mí, parecemos, ya ves, dos extraños”.

El protagonista alguna vez amó a esa mujer, alguna vez fueron novios, y alguna vez se separaron.

El recuerdo del amor perdido es un lugar poético muy frecuentado por los poetas. En el caso que nos ocupa, no sabemos por qué se separaron y, además, no hay muchos datos sobre la mujer, lo cual constituye un acierto poético porque lo que cobra importancia es el ejercido de introspección, el balance personal sobre lo inutilidad de pretender recuperar aquello que se perdió para siempre.

Encuentros de este tipo abundan en la poética del tango. Discépolo desde su particular registro lo trata en “Quién más quién menos” y “Esta noche me emborracho”. El encuentro en los dos casos es desolador. No ocurre así en “Por la vuelta”, de Enrique Cadícamo, donde “...la historia vuelve a repetirse, mi muñequita dulce y rubia”.

Sin embargo, en “Quiero verte una vez más”, Contursi insiste en el hombre solitario “que conversa con los recuerdos” y en el centro de esos recuerdos está “la amada mía”. El mismo autor, “En esta tarde gris”, reitera el paisaje lluvioso, aunque en este caso la cita amorosa no se produce; todo se agota en el lamento y en la evocación de ella. “Que ganas de llorar en esta tarde gris, en su repiquetear la lluvia habla de ti”. Aquí se incorpora, además, el remordimiento, la culpa. En este caso el personaje no reprocha a la mujer su abandono, su traición, sino que se reprocha a sí mismo.

En “Decile que vuelva” se sugiere que el hombre está conversando con un amigo, con alguien que seguramente fue amigo de él y de ella. Estos encuentros son reveladores, aunque esa revelación sea dolorosa. En el tango de Carlos Frollo, “Sólo se quiere una vez”, ha sido la casualidad la que hizo posible el reencuentro. La lluvia los instala a los dos en “el hall de aquel cinema”. A juzgar por la ropa no le ha ido bien en la vida a la “rubia de la tienda”. “La Parisenne... mi novia más querida cuando estudiante”. La descripción es descarnada: “Al verte los zapatos tan aburridos y aquel precioso traje que fue marrón, las flores del sombrero envejecidas y el zorro avergonzado de su color...”. Lo interesante de este tango es que el gesto de sabiduría, “la lección más profunda” la da ella; ella es la que le enseña a él que no hay retorno posible, que “...sólo se quiere una vez”.

En otras letras es la mujer la que decide regresar. El fracaso, la angustia, la culpa aceleran el retorno. “Volvió una noche”, ese tango de Lepera, tan bien interpretado por Julio Sosa, es muy representativo de esta situación. El comportamiento del hombre es sobrio, íntegro. No hacen falta reproches, no hacen falta escenas lacrimosas. Cada uno entiende al momento de verse que no hay ninguna chance para ellos. “Tuve miedo de aquel espectro que fue locura en mi juventud”, dice él, aunque al final admite: “Busqué un espejo y me quise mirar, había en mi frente tantos inviernos que también ella tuvo piedad”.

El retorno de la mujer al hombre que amó y que por alguna razón traicionó en algún momento y lo traicionó por razones innobles: el dinero, las fantasías de la riqueza, está muy bien planteado en “Lo que vos te merecés”, tango de Abel Aznar que interpreta con su maestría habitual Roberto Goyeneche y ese otro varón del tango que se llama Alfredo Belussi. También en este caso el comportamiento del hombre es noble. El está derrotado, “poco tengo pa ofrecerte, ya sabés como he quedado, si estoy dando lo que he dado, pa pagar mi metejón”. Como en el tango “Mano a mano”, ella se ha ido seducida por el mundo de los ricos y tarde ha comprendido que la verdad, o el amor no están allí. “Hoy tenés de recompensa lo que vos te merecés”, le dice el hombre, pero esa dura respuesta se suaviza, acto seguido, porque lo que él más valora es que ella haya vuelto, no sabemos si a quedarse o sólo a estar un rato con él. “Me alegra que hayas vuelto después de todo un año, con ese vestidito que yo te regalé, tu lujo, tus alhajas me hubieran hecho daño, ¡qué bien que te has portado volviendo como ayer!”.

La separación en muchos tangos es de un año, salvo claro está- en fueron en “Fueron tres años” de Pablo Marín, muy bien interpretado por Argentino Ledesma. “Después de un año atroz de soledad” es el primer verso de “Me quedé mirándola”, donde el reencuentro le confirma que ella ya se fue para siempre. “Lo dice tu mirada distraída que he perdido para siempre lo que fuera mi querer”. “Hoy después de un año atroz”, dice Discépolo en ese tango terrible que se llama “Confesión”.

Hay un tango, también de José María Contursi y Pedro Laurenz, titulado “Vieja amiga”, que Floreal Ruiz interpreta como los dioses. También aquí hubo una relación, una ruptura y el intento del reencuentro. La vieja amiga fue el amor joven. El amor verdadero y eterno. El comportamiento del hombre vuelve a ser sobrio. “No he venido a suplicarte ni un poquito de cariño... He venido para verte, para verte nada más”. La separación reúne todos los requisitos del drama. Se quieren pero no pueden estar juntos. No importa el motivo, importa el impedimento. Todo sería más o menos previsible si ella, al mismo tiempo, no estuviera llorando. Se aman, saben que separados les espera el infierno y, sin embargo, algo más fuerte que todo eso los empuja a la separación. En esa fatalidad, en esa contradicción, reside el valor poético de este tango. El paso de los años, las arrugas en la frente, las canas en los cabellos exigen meditar sobre la vida, sobre los propios errores. Ella lo abandonó, él se fue con otra, en todos los casos el amor sobrevive pero nunca termina de realizarse. En esa fatalidad también hay un excelente “pretexto” para la buena poesía.

El hombre regresa a la mujer y también regresa al barrio donde posiblemente fueron felices. Ese retorno es en la mayoría de los casos sin esperanza. En “Tan sólo por verte”, de Alfredo Lorenzo, el reencuentro se produce casi mágicamente. El regresa al barrio porque se siente viejo y la extraña. “Gambeteando cuadras fui a la esquina, recordé mi chiquilina nuestro amor”. Y aquí se produce una de las grandes casualidades poéticas del tango. “Creí que la vida de mí se burlaba cuando alegremente te vi aparecer, quise ir a tu encuentro, traté de llamarte y herido gritarte ¡No me conocés!”. Sin embargo alguien se interpone. “Un ángel muy rubio corrió hasta tus brazos, se hundió en tu regazo, te llamó mamá, y al verte dichosa feliz me he sentido y al barrio querido no he vuelto jamás”. Hay que escucharlo a Julio Sosa cantar este tango para apreciar todos sus matices.

Hay un tango que la poeta uruguaya Idea Vilariño asegura que fue el preferido de Juan Carlos Onetti, el hombre con el que mantuvo una relación de muchos años, una relación tormentosa, como corresponde con Onetti. La letra es de ese gran poeta que fue Francisco García Giménez y la música de Anselmo Aieta. Se trata de “Tus besos fueron míos” interpretada por Carlos Gardel. “Hoy pasas por mi lado con fría indiferencia, tus ojos ni siquiera se fijan sobre mí y sin embargo vives unida a mi existencia y tuyas son las horas mejores que viví”. Quienes hemos frecuentado la literatura de Onetti no nos debe extrañar que ese sea su tango preferido. Ella pasa, él la mira, no le dice una palabra porque sabe que no tiene sentido, pero tiene la certeza que esa mujer que se pierde en la distancia fue su amor. También tiene certeza de su destino, su destino onettiano: “Después se irán borrando perdida en los reflejos, confusos que el olvido pondrá a mi alrededor, tu imagen se hará pálida, mi amor estará lejos y yo erraré por todas las playas del dolor”.

Puede que estos poemas se refieran a un tiempo que pasó, que hablen de cosas viejas, de amores gastados entre personas gastadas, sin embargo la poesía sobrevive, se alimenta del dolor, la nostalgia, el sentimiento de la finitud de la vida, del implacable paso del tiempo que consume y destruye todo: la belleza, los sueños, la propia vida. Las modas han cambiado, pero la condición humana no. Y mientras ella persista cada uno de esos tangos mantendrá vigencia, porque siempre habrá un hombre solitario o una mujer triste que recordará sus años felices o evocará desde el dolor el tiempo del amor ahora perdido para siempre.