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El nacimiento de una obra

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“El olimpo”, de Francisco Bitar, se presentará, junto con “Mataderos”, de Ricardo Carreira, el 4 a las 20 en Rosario (Espacio Ivan, Salta 1859) y el 5 a las 20.30 en Santa Fe (Ferrovía, 9 de Julio 3137).

Gerardo Jorge

Promediando la década del 2000, en Argentina, se llamaba “poesía joven” a lo que hacían un conjunto de autores nacidos en las décadas del ‘60 y ‘70. Los sellos que los habían difundido venían trabajando casi todos desde los años ‘90 o antes, y conformaban un ámbito de circulación particular y bien definido. La pregunta por los autores más jóvenes, los nacidos en los 80, se respondía con otro signo de pregunta: indefinidos aún, sin cauces claros o propios donde volcar su producción, todavía no habían dado a luz casi ninguna obra que llamara la atención ni habían creado tampoco un movimiento o espacio de autolegitimación. En cambio, se acercaban al ámbito creado y curado por sus mayores, con una mezcla de devoción y timidez.

Para esa época, y en conjunto con el nacimiento de una nueva editorial, El niño Stanton, Francisco Bitar (Santa Fe, 1981) publicó su primer libro, Negativos. Y promediando el 2010 publica El olimpo. Pero el horizonte de la poesía “joven” ya es ligeramente distinto. Entre los autores que convocan atención hay exponentes nuevos y Bitar es, entre ellos, uno de los más sólidos, por ser de los primeros que han logrado “contestar” a preguntas que ocupaban a su generación tiempo atrás: ¿cuál era el signo que definiría a su camada, después de una generación promocionada y ruidosa? ¿Qué les gustaba y qué les incomodaba de la herencia de grupos que estaban activos, protagonizando todavía una escena, y con los que podían compartir literatura y diálogo, pero no una experiencia? ¿El destino era, como sugería Carlos Godoy, ser clásicos, revisionistas, productores de una síntesis? Bitar decidió contestar con obras y disolver la excusa generacional en poemas.

El olimpo es un libro que retoma motivos e inflexiones de Negativos y que anticipa los de Ropa vieja: la muerte de una estrella, próximo libro de Bitar. Porque se trata de un eslabón en la construcción de una obra, que a la vez tiene unidad y autonomía. La continuidad de motivos (los interiores de una casa, los objetos como universo, la tensión entre esa economía concreta y la intuición de “algo más grande”) une a este libro con el resto de la producción de Bitar y, a la vez, su velado relato de un tiempo de ocio obligado, el de un hombre sin trabajo encerrado en su casa, lo escinde, le da individualidad.

El olimpo es tanto un diario de observación minuciosa y sensible de una vida cotidiana puertas adentro, como un libro de oraciones, de plegarias, las de alguien que, situado entre las cosas concretas, no deja de alumbrar epifanías que lo reenvían una y otra vez hacia fuera; visiones, ecos o pistas que lo conectan con ese “algo más grande” en el que se siente incluido. “Porque el mundo se mueve/ entra algo de aire”, se lee en el libro.

Todo el libro está atravesado por el juego o deslizamiento entre estos dos órdenes, ritmos o tonos: el de las cosas y el de la fe, el juramento o los dioses; el de los objetos que son los límites entre los cuales el cuerpo se deposita, y el de una cierta plenitud cuyo eco el poema sintoniza como una radio que funciona mal, pero que aún así lo liga a una cierta identidad colectiva, a ese “todos” que reaparece en el libro, y a una tradición también, la de la poesía como un ejercicio espiritual, como una disciplina de atención y orfebrería.

El juego entre esas realidades que en el libro aparecen superpuestas, se reduplica en muchos niveles: en lo retórico (con la incrustación de pasajes escritos en “tú” que resuenan como una voz mítica y extraña en un libro escrito dominantemente con voseo), en lo situacional (con la oscilación entre exteriores e interiores), en todo tipo de pasajes entre habitaciones y calles, entre el “lavatorio” y las “constelaciones”.

Bitar identifica escenas que son lo que son pero que a la vez son también el lugar donde resuena algo de lo arquetípico: el cazador, el astronauta, el poeta, el deportista. En esas escenas reconoce rastros de una mística o heroísmo que ahora aparecen ocultos en detalles de un interior pequeño burgués. Entonces va y los ilumina. La realidad más banal aparece cargada de resonancias: “Las ventanas iluminadas de los edificios / fueron fogatas en una montaña”. Así desarrolla la novela de una voz cuya vocación es narrar y describir ciertas escenas aludiendo también a una semilla lírica en ellas, a una epifanía, a una forma contenida de trascendencia.

En Bitar, se lee el nacimiento de una poética edificada con dedicación, mediante sistemas de referencias, símbolos, repeticiones, espejamientos. Si a alguna tradición se suma Bitar, y lo hace agregándole el plus de una lectura sintetizadora de las poéticas de los últimos tiempos, es a la que de Juanele Ortiz a Inchauspe, pasando por Calveyra y otros, nos tienen acostumbrados a edificar obras trascendentes haciendo pie en la situación del poema, en la región, en el litoral. O para decirlo con palabras de Bitar: en la “botella de cerveza”, en el “lavatorio”, en los “pájaros de la isla”, en una “lata de sardinas”.

el libro está atravesado por el juego o deslizamiento entre estos dos órdenes, ritmos o tonos: el de las cosas y el de la fe, el juramento o los dioses; el de los objetos que son los límites entre los cuales el cuerpo se deposita