Preludio de tango

Lo llamaban “Charlo”

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A los excelentes atributos de su voz, Charlo le sumó una estampa de galán que lo transformará en un arquetipo de la elegancia masculina de su tiempo.

Manuel Adet

 

Se dice que el apodo “Charlo” se lo puso Enrique del Ponte, un empresario de Radio Cultura. Seguramente del Ponte supuso que José Pérez no era un nombre y un apellido distinguido para un cantor que aspiraba a la fama y que, según su buen ojo clínico, reunía todas las condiciones para cumplir con creces con sus ambiciones.

Se dice que Charlo debutó en 1924 en el teatro Comedia de la calle Carlos Pellegrini con el tango “Pinta brava”. Otras versiones biográficas aseguran que el debut fue en el café El Americano del muy porteño y muy reo barrio de San Cristóbal. En cualquiera de los casos, lo seguro es que el debut fue con “Pinta brava”, un poema escrito por ese gran poeta que fue Mario Battistella, autor, entre otras grandes creaciones, de “Cuartito azul”, “No aflojés”, “Me da pena confesarlo” y “Remembranza”. Ochenta años después podemos disfrutar de “Pinta brava” gracias a una grabación de la orquesta de Francisco Canaro realizada en 1928. Para nuestro regocijo, Charlo canta la letra completa rompiendo con el molde que asignaba a los cantores el rol de estribillistas.

Por lo que se puede apreciar de esa grabación, la influencia de Carlos Gardel era notable. Algo parecido dicen los críticos de la interpretación “Las vueltas de la vida”, tango escrito ese mismo año por Manuel Romero con música de Francisco Canaro y que unos cuantos años más adelante consagrará para siempre Edmundo Rivero.

La influencia de Gardel fue manifiesta en sus inicios, pero ya para principios de los años treinta, Charlo había definido un estilo propio, un estilo virtuoso, notablemente afinado y elegante. Por otro lado, a sus extraordinarias dotes vocales, le sumaba sus conocimientos profesionales como músico.

En 1925 Charlo grabó sus diez primeros discos acompañado por las guitarras de Vicente Spina y Miguel Correa. Y en los carnavales rosarinos de 1926 cantó en las orquestas de Canaro y el maestro Roberto Firpo. Desde 1927 hasta 1931 realizó un número significativo de grabaciones, tal vez el porcentaje más importante de una carrera artística que se habrá de extender por más de cincuenta años. Lo hizo para los sellos Electra, Odeón y Víctor y los coleccionistas aseguran que en ese período grabó más de quinientos temas bajo la dirección de quien será su director emblemático: Francisco Canaro.

Lamentablemente, de esa etapa no es mucho lo que merece rescatarse, porque en un gran porcentaje de esos temas Charlo se limita a cantar un breve estribillo. Como se recordará, para los directores de las grandes orquestas de entonces lo más importante era la música, y el cantor era apenas un pretexto y un pretexto breve que nunca podía eclipsar a los músicos.

Sin embargo, algunas de esas grabaciones pusieron en evidencia que se trataba de un gran cantor, tal vez el cantor más importante de la historia del tango, incluso superior a Gardel, una calificación controvertida pero que comparte más de un crítico. Basta escuchar algunas de sus buenas grabaciones para admitir que se trata de un artista formidable que por razones nunca fáciles de determinar, careció de managers o no supo organizar su carrera profesional con la eficacia del Morocho del Abasto.

Para mediados de la década del treinta, Charlo volvió a integrar la orquesta de Canaro, pero ya como un cantor consagrado, un cantor que se había fogueado en bailes de clubes populares y distinguidos, en locales nocturnos y en reiteradas y prolongadas giras por el interior del país, giras que más adelante se extenderán por toda América latina, transformándolo en un verdadero embajador del tango.

Como cantor, Charlo se dio el lujo de actuar dirigido por los grandes músicos de su tiempo. Hablamos de Canaro, Roberto Firpo y Francisco Lomuto. Pero a esa línea estelar hay que sumarle los nombres exclusivos de Elviro Vardaro, Lucio Demare, Héctor Stamponi y, en algún momento, de Osvaldo Pugliese, quien junto con Federico Scorticatti, recién estaban haciendo sus primeras armas.

Como para que nada faltara en ese honorable curriculum, Charlo se dio el lujo de cantar en dos o tres oportunidades acompañado por un guitarrista feo, de manos enormes y voz recia que se llamaba Edmundo Rivero. La amistad de Charlo con Rivero merecería un capítulo aparte en su biografía. Por el momento basta con saber del gran respeto que se tuvieron estos dos cantores, un respeto que se forjó en aquellos años cuando Charlo intentaba convencerlo a Rivero de que debía animarse a cantar porque su voz -descalificada por algunos directores que luego se arrepintieron- estaba llamada a ser una de las más importantes del tango.

Charlo nació el 7 de julio de 1907 en una estancia donde su padre se desempeñaba de mayordomo. Los datos biográficos en este caso se confunden y es muy probable que esa confusión haya sido deliberada porque a Charlo le interesaba atribuirse un origen social mucho más elevado del que realmente tuvo. Los testimonios más confiables afirman que sus datos de nacimiento están registrados en la localidad pampeana de Puán. En algún momento él dio a entender que su apellido verdadero era Pérez de la Riestra. Hoy se sabe que no es así y que lo más probable es que su nombre verdadero haya sido Carlos José Pérez Urdinola.

Para 1920 estaba viviendo con su familia en La Plata. Su vocación por el canto y la música se despertó en la niñez. Estudió en el Conservatorio Santa Cecilia de Alejandro Leone. En esa ciudad, unos años más tarde iniciaría sus estudios de Derecho, inconclusos, por supuesto. Después la familia se trasladó a Buenos Aires y se instalaron en el barrio Belgrano. Allí estudió violín, piano y guitarra en el Conservatorio de Rafael Ortega y Orestes Castronuovo. Justamente fue en una velada del Cine Belgrano donde lo descubrió un empresario radial.

Capítulo aparte merecen sus dotes de compositor. Temas clásicos como “Ave de paso”, “Rondando tu esquina”, “Cobardía”, “Fueye”, “Rencor”, “El viejo vals”, “No hay tierra como la mía”, son de su autoría. Asimismo “Ave de paso”, “Cobardía”, “Rencor” y “Rondando tu esquina” fueron consagradas por su voz y deben ser las máximas expresiones artísticas de un cantor que grabó más de 1.100 temas.

La última actuación profesional de Charlo fue en 1973 con la orquesta dirigida por el maestro Osvaldo Requena. Después siguió cantando en locales nocturnos y cafés concert. En más de una oportunidad cantaba y él mismo se acompañaba con el piano, pero habitualmente quien tocaba el piano en esas presentaciones era Virgilio Expósito.

A los excelentes atributos de su voz, Charlo le sumó una estampa de galán que lo transformará en un arquetipo de la elegancia masculina de su tiempo. Durante muchos años, en Buenos Aires se habló de la “moda Charlo”, para aludir a su exigente vestuario, a sus corbatas y moños, a sus trajes confeccionados por los mejores sastres de su tiempo y a sus modales de gran señor que siempre cultivó con esmero, sentando, junto con Gardel, el modelo del cantor de tango impecablemente vestido. Elegante, simpático, ocurrente, se destacaba también por sus aficiones deportivas muy en su estilo: la natación, la esgrima y la equitación.

Un gran amigo me cuenta que cuando vivía en Buenos Aires, en los 70, todas los jueves iba al Café de los Angelitos de Rivadavia y Rincón a disfrutar de Charlo. Para entonces tenía más de setenta años, pero su elegancia y su estilo eran proverbiales. Mi amigo lo recuerda alto, morocho; también, que en invierno llegaba vestido con un sobretodo, y que en más de una ocasión usaba un sombrero que rigurosamente se sacaba al ingresar al local, dejando ver un impecable peinado a la gomina.

Tal vez por todas estas condiciones Charlo fue convocado en las décadas del 30 y el 40 para participar en el cine. Tres películas merecen destacarse: “Alma de bandoneón”, dirigida por Mario Soffici; “Puerto Nuevo”, de Luis Cesar Amadori; y “Carnaval de antaño”, de Manuel Romero. Nunca fue un buen actor. Se limitaba a cantar y exhibir su pinta. Con eso alcanzaba y sobraba para que las películas fueran exitosas.

Para los amigos de las intimidades, importa saber que estuvo casado con Sabina Olmos, un matrimonio que duró muchos años y no concluyó bien. Para 1990, Charlo todavía se paseaba por la calle Corrientes, y como el bello Dorian Gray parecía inmune al paso del tiempo. A mediados de ese año lo designaron Académico de Honor en el salón Dorado del teatro Colón. Con sus 82 años estaba espléndido, pero el 30 de octubre de ese año la muerte le recordó su inevitable cita.