En Familia

¡Justicia! ¡Justicia!

Rubén Panotto (*)

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Exacerbados por la aplastante impotencia que provoca el atropello, la violación y la muerte de seres queridos y ciudadanos desconocidos, sin importar la edad, condición económica, política o religiosa, la marcha de familiares y vecinos por las calles de los barrios y ciudades de nuestro país, reclamando justicia por la pérdida irreparable de vidas humanas, se ha transformado casi en un rito obligado.

No obstante la validez e importancia que tienen estas expresiones públicas de dolor, se observa, cada vez más, la desconfianza y escepticismo con que las personas participan de esos encuentros. La mirada baja y el paso cansino de los manifestantes dan la evidencia de no tener mayores esperanzas en obtener lo que piden, porque la justicia nunca llega, o como dice una expresión ya acuñada: “cuando la Justicia llega tarde, deja de ser justicia”.

Con actitud compasiva, repetidas veces me he preguntado qué es lo que verdaderamente esperan los familiares y amigos al reclamar justicia: ¿que los culpables vayan a juicio y terminen en la cárcel? ¿Que sirva como contribución a que “nunca más” se repitan semejantes vejámenes? ¿Se busca una represalia no explícita de aplicar la Ley del Talión: ojo por ojo y diente por diente? Sea cual fuere la respuesta, no será justa, ni siquiera suficiente, para calmar el dolor de una pérdida semejante.

Prevención, probidad, compromiso

¿Qué es la justicia? Por definición es la cualidad o virtud de proceder respetando la verdad. Es el orden de derechos y obligaciones del ser humano con la finalidad de recibir los beneficios de la vida concedidos desde su origen. Dos aspectos que la distinguen son: a) Las penas y castigos para quienes quebranten las obligaciones establecidas por ley para el bien común de la sociedad; b) Los beneficios y ventajas para quienes cumplan y respeten las leyes que aseguran una sana convivencia. Entre los beneficios quizás sea pertinente mencionar la libertad de pensamiento, la libertad de profesar su fe religiosa, libertad de obtener bienes materiales por medios lícitos con el derecho a participar en acciones para el bien familiar y social. Justicia también es realizar un juicio con oportunidad de defensa, aplicando las leyes a través de funcionarios y jueces probos, de conducta personal intachable, con sensibilidad social y equidad, que no provengan del aprendizaje meramente teórico, sino mucho más de la experiencia de una vida compartida en familia, transfiriendo los valores y principios éticos y morales de sus mayores, mejorados y refinados para las actuales necesidades.

Siendo así, la verdadera justicia debiera ser preventiva, anticipatoria, lo cual exige un cambio fundamental de los conceptos y paradigmas tribunalicios en los profesionales que administran los preceptos de la Constitución. Es cierto que generalmente toda tarea de prevención es tediosa y requiere de mayores esfuerzos por menos reconocimientos; es cierto que la prevención no suma fácilmente votos en tiempos electorales, pero estaríamos más cerca de la sentencia: “Y será justicia”.

En el imaginario colectivo, relacionamos el hacer justicia con el dictamen de sentencia sobre un hecho consumado. Esto es sólo una de las funciones de la Justicia para penalizar la falta según su gravedad.

En la justicia que previene estamos todos involucrados; no obstante el Estado tiene la mayor responsabilidad de administrar los derechos a la salud y la educación de los niños, levantando hospitales y escuelas que incluyan a los huérfanos, los discapacitados, los pobres y los ancianos; el cuidado y atención de nuestros mayores jubilados con todos los impuestos que se cobran en nombre de ellos; destinar recursos para la vivienda digna y el bienestar de la familia, combatiendo la corrupción y el enriquecimiento ilícito de empresarios, funcionarios y gobernantes; atención adecuada de la madre soltera y la mujer golpeada, quienes deambulan por todos los mostradores y despachos oficiales sin obtener una digna respuesta.

A esta altura me pregunto si realmente se aplica la justicia humana. La justicia pendiente es injusticia presente. La justicia que no se anticipa es injusticia.

Es lamentable que nos hayamos convencido de que la actitud más inteligente es el “no te metas”, y al amparo de esta premisa pululan los traficantes, los abusadores y secuestradores, a sabiendas de que nadie arriesgará denunciarlos, por temor a las represalias.

La fe del creyente proclama una justicia superior y perfecta que forma parte del carácter de Dios. En el famoso sermón de la montaña, Jesús en su condición de revolucionario del amor y la justicia proclamó: “Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados”, y en otra ocasión invitó a sus seguidores con la expresión: “Busquen primeramente el Reino de Dios y su justicia, porque todas las demás cosas obtendrán como añadidura”.

Mientras la raza humana no respete y practique las justas leyes del Juez Supremo, la injusticia continuará instalada en la sociedad. No obstante, aun sin considerar una fe religiosa, le interesará saber que nuestra Constitución argentina, como la madre de todas las leyes, en su Preámbulo invoca “la protección de Dios como fuente de toda razón y justicia”. Qué útil sería si tanto en el seno familiar, como en los recintos que ocupan nuestros representantes políticos y sociales, se leyera y reflexione sobre nuestras leyes constitucionales, para transformar en una justa realidad el estado de indefensión en que se halla nuestro Estado de Derecho.

(*) Orientador familiar.

¡Justicia! ¡Justicia!