Publicaciones

“Las ciudades de la Edad Media”

“Las ciudades de la Edad Media”

“Los efectos del Buen Gobierno sobre la ciudad” (1337-1339), de Ambrogio Lorenzetti.

¿Cuándo y cómo se formaron la ciudades? El tema ha sido motivo de múltiples opiniones históricas. La que propone Henri Pirenne (Bélgica, 1883-1935) en Las ciudades de la Edad Media ha quedado como un hito insoslayable, aun cuando el tiempo haya modificado parcialmente algunas de sus opiniones.

“Si se observa en su conjunto al Imperio Romano, lo primero que sorprende es su carácter mediterráneo. Su extensión no sobrepasa apenas la cuenca del gran lago interior al que encierra por todas partes. Sus lejanas fronteras del Rhin, del Danubio, del Éufrates y del Sahara forman un enorme círculo de defensas destinado a proteger sus accesos. Incuestionablemente el mar es, a la vez, la garantía de su unidad política y de su unidad económica. Su existencia depende del dominio que se ejerza sobre él. Sin esta gran vía de comunicación no serían posibles ni el gobierno ni la alimentación del orbis romanus. Es interesante constatar de qué manera al envejecer el Imperio se acentúa más su carácter marítimo. Su capital en tierra firme, Roma, es abandonada en el siglo IV por otra capital que es al mismo tiempo un puerto admirable: Constantinopla”.

Pirenne sostiene que no es con la caída del Imperio Romano que se iniciaría la Edad Media, ya que los bárbaros de ninguna manera hacen tabla rasa del pasado ni rompen con la tradición, sino que más bien se adaptan a ella. “El objetivo de los invasores no era anular el Imperio Romano, sino instalarse allí para disfrutarlo. En cualquier caso, lo que conservaron sobrepasa en mucho a lo que pudieron destruir o aportar de nuevo”. Aun con todas sus pérdidas, la civilización romana sobrevivió a su dominio. “Se impuso a sus vencedores por la Iglesia, por la lengua, por la superioridad de las instituciones y del derecho. En medio de las luchas, de la inseguridad, de la miseria y de la anarquía que acompañaron a las invasiones, es cierto que esa civilización se fue degradando, pero en esta degradación conserva una fisionomía aún netamente romana. Los germanos no pudieron y además no quisieron prescindir de ella. La barbarizaron, pero no la germanizaron conscientemente”.

La que en los estudios históricos se conoce como Tesis de Pirenne es que la Edad Media comenzaría en verdad con la invasión musulmana de parte de Europa en el siglo VIII. “En general no se ha señalado suficientemente el gran impacto de la invasión islámica en Europa Occidental. Efectivamente, tuvo como consecuencia el situarla en unas condiciones que no habían existido desde los primeros tiempos de la historia. Occidente, por medio de los fenicios, los griegos y por último los romanos, había recibido su civilización siempre de Oriente. Había vivido, por así decirlo, del Mediterráneo; y ahora, por primera vez, estaba obligado a vivir de sus propios recursos. Su centro de gravedad, situado hasta entonces al borde del mar, se desplaza hacia el norte; y, como resultado, el Estado franco, que hasta ahora había tenido un papel histórico de segundo orden, va a convertirse en el árbitro de sus destinos. no debe considerarse como un mero juego de azar el que simultáneamente fuera cerrado el Mediterráneo por el Islam y entraran en escena los carolingios. Estudiando los hechos con más perspectiva, se advierte claramente entre uno y otro una relación de causa a efecto. El Imperio Franco va a sentar las bases de la Europa medieval”.

Las poblaciones, empobrecidas y despobladas, pueden en aquel tiempo compararse ligeramente a lo ocurrido en la propia Roma, cuando en el curso del siglo IV, la cité eterna dejó de ser la capital del mundo. Porque así como al ser sustituida por Rávena y más tarde por Constantinopla, los emperadores entregaron Roma al Papa, también las ciudades de los siglos VIII y IX, abandonadas por el comercio, son entregadas a la Iglesia. “Las cites, al mismo tiempo que residencias episcopales, eran también fortalezas. Durante los últimos tiempos del Imperio Romano fue necesario rodearlas de murallas para ponerlas al abrigo de los bárbaros. Estas murallas subsistían aún en casi todas partes y los obispos se ocuparon de mantenerlas o restaurarlas con tanto más celo cuanto que las incursiones de los sarracenos y de los normandos demostraron, durante el siglo IX, cada vez de manera más agobiante, la necesidad de protección”. También era necesario defenderse del ataque de los príncipes vecinos, y así vemos a partir del siglo IX “cómo cada territorio se cubre de fortalezas. Los textos coetáneos les dan los nombres más diversos: castellum, castrum, oppidum, urbs, municipium; la más corriente y, en todo caso la más técnica de todas estas denominaciones es la de burgus”.

Cuando, a partir del siglo X las rutas comerciales comenzaron a tomar nuevo auge, resurgen con gran vitalidad esos núcleos urbanos sobrevivientes, marcando este renacimiento de las ciudades el comienzo de una nueva era, con el surgimiento de la burguesía como fuerza, junto a las clásicas del clero y la nobleza.

Las ciudades de la Edad Media ha sido publicado por Claridad.