Un tema y sus variaciones y registros

Entrevista a Augusto Porporato

De la Redacción de El Litoral

A propósito de “La Crisálida”, de Augusto Porporato. Viceversa, Córdoba, 2011.

La nueva novela del escritor cordobés Augusto Porporato propone un entrecruzamiento entre dos mundos una tribu prehistórica y un manicomio en la época de la última dictadura militar cuya secreta relación desnuda un experimento revolucionario con un grupo de dementes. La Crisálida es una rareza narrativa, tanto por la complejidad del argumento como por una búsqueda ambiciosa y de meditado riesgo.

—Se advierte una semejanza temática y formal entre “Punto de fuga”, su primera novela, y “La Crisálida”. Sin embargo, considero que son obras muy diferentes, ¿no es cierto?

—Quizás son similares las herramientas con las que hilé la trama, y temas como la locura y el fanatismo, y a lo mejor también la decisión de ambientarlas en un micromundo cerrado aliente la semejanza, pero creo que la gran diferencia, más allá del argumento y la época en que ubico la historia, radica en las características de los personajes, en la complejidad formal y temática de la novela y, sobre todo, en la ambición. Creo que La Crisálida es más ambiciosa que Punto de fuga, y a lo mejor es ese riesgo mayor el que contamina al relato y lo vuelve particular y autónomo. Aunque esa complejidad de la que hablo no tiene que volver ilegible la obra; yo siempre pienso en no complicarle demasiado la vida al lector, más allá de que esta novela necesita de una lectura atenta.

—Usted es pianista. ¿Nota alguna influencia de la música en su escritura?

—Sí. Imagino siempre una estrategia estructural con un tema y sus variaciones. Más que la influencia de intérprete, yo me pienso más como un compositor. Veo la creación como un juego. Juego con las voces, con los distintos registros temáticos, voy buscándoles relaciones hasta agotar las posibilidades de vincularlas, trato de no dejar ninguna voz ninguna nota, diría un músico sin un destino común que las integre armoniosamente en las resoluciones argumentales.

—Todo eso puede apreciarse en “La Crisálida”: escritura fragmentada en múltiples voces que ayudan a construir el tema. Por eso, uno tiene la sensación de que a lo largo de la obra va armando un rompecabezas. ¿Al escribirla definió una estrategia consecuente con esta labor del lector?

—Escribo sin plan, línea por línea, sin saber lo que ocurrirá en el siguiente párrafo, y creo que esa forma de encarar la creación es la que me lleva a buscar incesantemente las relaciones, los modos de relacionar las voces, las formas de desatar los nudos temáticos y de resolver los enigmas. Por eso nunca tengo una estrategia predeterminada. La estrategia llega cuando estoy en el medio de la historia y algo, en ese momento crucial, me dice que debo tomar ese camino y no otro, hay un ritmo interno que condiciona, un no sé qué que tiene que ver tal vez con mi pasado de músico y con las lecturas que me han alimentado; es el modo particular de ver la literatura lo que hace que no tenga un plan. Flannery O’Connor dijo una vez, hablando sobre uno de sus cuentos, que cuando comenzó a escribirlo no sabía que un personaje iba a tener una pierna de madera, pero que, cuando llegó el momento decisivo, se dio cuenta de que la pierna de madera era inevitable, de que las cosas tenían que ser de ese modo y no de otro. En La Crisálida entrecruzo la historia de una tribu primitiva con la de un manicomio en la época de la última dictadura, y al principio no sabía por qué relacionaba hechos que aparentemente no tienen ninguna relación, pero sí sabía, o intuía, que ahí había algo, el germen de una historia, o una cosa parecida. A mí, los planes tampoco me sirven, quitarían naturalidad a lo que escribo.

—¿Con cuál tradición literaria se identifica?

—Con la argentina, para empezar. Esto puede parecer obvio, pero no lo es tanto. Hay algunos escritores argentinos que suelen escribir con otra tradición, con una bien distinta de nuestra cultura e idiosincrasia, por ejemplo la estadounidense, hoy hay quienes escriben como si fueran escritores estadounidenses, como si fueran Hemingway o Raymond Carver, es más, escriben como Carver exactamente, como si hablaran inglés y hubieran nacido en los Estados Unidos en la década del ‘30 y hubieran tenido la misma vida de Carver y hubieran tenido a un editor como Gordon Lish. A mí eso me suena falso. No los juzgo literariamente por eso, pero me suena falso. Creo que es una cuestión de preferencias, y yo prefiero alimentarme de nuestra tradición.

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Augusto Porporato.

Foto: Gentileza La Voz del Interior