Occidente contra el terrorismo

El gobierno de Estados Unidos y probablemente un sector importante de la opinión pública occidental, se congratula por la muerte de Bin Laden, el multimillonario saudita líder y organizador de la red terrorista Al Qaeda y uno de los ideólogos del atentado criminal contra las Torres Gemelas donde, como se recordará, murieron más de tres mil personas.

En Estados Unidos, los ex presidentes Bill Clinton y George Bush felicitaron a Barack Obama por el logro obtenido y algo parecido hicieron los presidentes de los bloques parlamentarios, con lo que una vez más vuelve a demostrarse que en las situaciones de crisis o en los momentos límites la clase dirigente norteamericana es solidaria, una lección que nuestra clase dirigente criolla debería tener en cuenta.

Lo sucedido sin duda es importante, pero no bien se reflexiona sobre los acontecimientos y sus consecuencias, el optimismo merece ser matizado. No se trata de que las hipotéticas represalias del terrorismo hagan temblar a Occidente, pero en primer lugar no se puede perder de vista que recién después de diez años Estados Unidos, la primera potencia del mundo, pudo dar caza a Bin Laden.

Curiosamente, el jefe terrorista no estaba escondido en las montañas o en la selva o en alguna guarida de Afganistán, sino en una mansión valuada en más de un millón de dólares y levantada en un centro de veraneo ubicado a sesenta kilómetros de Islamabad, la principal ciudad de Pakistán.

A nadie se le escapa que Bin Laden pudo estar allí gracias al apoyo de factores de poder de Pakistán. Según los estrategas yanquis, el actual gobierno de Pakistán es un aliado en la lucha contra el terrorismo islámico, pero son los hechos los que insisten en demostrar una vez más que esa alianza no es tan consistente como se dice. Al respecto, es un secreto a voces que no son pocos los oficiales del ejército pakistaní que simpatizan con el terrorismo islámico.

El actual gobierno de Pakistán intenta presentarse como pro-occidental, pero conociendo los antecedentes del caso, no es disparatado pensar que el dictador practica un doble discurso, no tanto porque no sea un aliado sincero de Washington como porque no puede controlar a sus propias tropas.

Sin duda que los servicios operativos militares yanquis le han asestado un duro golpe al terrorismo, pero sería desconocer la realidad suponer que el problema está superado. Por otra parte, a nadie se le escapa que Al Qaeda en los últimos años se ha transformado en una organización terrorista decadente que había perdido prestigio en el mundo musulmán. Todos los acontecimientos que hoy ocurren en Medio Oriente, las movilizaciones de masas contra las dictaduras árabes, se han producido sin su intervención y, en más de un caso, en contra de ellos.

De todos modos, no se debe subestimar el golpe asestado, aunque tampoco es aconsejable desconocer que los terroristas han ganado un mártir y que van a seguir operando contra Occidente. Estados Unidos, su clase dirigente, tiene motivos para festejar, pero no deben perder de vista que la guerra contra el terrorismo está muy lejos de haber concluido.