La “novela” de los García Belsunce

En ciertos episodios policiales daría la impresión de que a medida que proliferan versiones, rumores y trascendidos, la verdad de lo que efectivamente sucedió se aleja cada vez más. Es lo que ocurre con el caso del asesinato de María Marta García Belsunce a mediados de 2002. Hace más de ocho años que ocurrieron los hechos y no sólo la opinión pública está confundida, sino que también parecen estarlo los fiscales y jueces en sus diferentes instancias.

Se dice en estos casos que en las sociedades civilizadas para evitar injusticias, imputaciones arbitrarias y ofensas al honor de las personas hay que dejar que la Justicia actúe con libertad y sin presiones indebidas. En el caso que no ocupa, la Justicia está actuando, pero tal como se presentan los hechos daría la impresión de que aún está bastante lejos de determinar quién o quiénes fueron los autores responsables de la muerte de esta infortunada mujer.

El juicio se ha reiniciado esta semana y con su reinicio retornaron los rumores. En la radio, en los diarios, en los canales de televisión se ha empezado una vez más a hablar del tema y, como suele ocurrir, pareciera que cada uno tiene su propia respuesta a este episodio que haría las delicias de una novelista inglesa como Agatha Christie o un escritor como Dickson Carr.

En efecto, el “caso García Belsunce” reúne todos los ingredientes clásicos de una novela de intriga o misterio al estilo inglés: los protagonistas pertenecen a las clases sociales acomodadas y el crimen se produce en un espacio cerrado -una casa ubicada en un country- donde todos son sospechosos, incluidos los mayordomos o, en este caso, los cuidadores y personal de servicio del predio. Seguramente, si Hércules Poirot viviera ya habría dado con los culpables luego de reunirlos a todos en el living comedor de la casa y exponer a través de un impecable razonamiento deductivo quién fue o fueron los asesinos.

Lamentablemente estos aristócratas defensores de la Justicia no existen y la realidad una vez más supera la ficción, aunque conviene insistir al respecto que lo sucedido no es una novela sino un drama real que compromete el honor y la vida cotidiana de muchas personas. Se sabe que en las sociedades democráticas el sensacionalismo periodístico suele ser inevitable y que con independencia de los jueces cada ciudadano se siente con derecho a opinar y dictar su propio veredicto. Esto se sabe, pero importa insistir en que lo más saludable para todos, empezando para los familiares de la muerta, pero también para el sistema social y el propio orden jurídico, es que sea la Justicia la que determine lo que efectivamente sucedió aquel domingo de octubre en el country.

Tal como se presentan los hechos, arribar a la verdad no va a ser fácil, entre otras cosas porque han pasado muchos años, pero importa saber que ni los rumores ni los supuestos linchamientos mediáticos ofrecen garantías de justicia. Una vez más hay que insistir que en una sociedad abierta las condenas y las libertades las establece la Justicia.