Bienestar animal y muertes invisibles

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Los Programas de conservación de ecosistemas basados en el uso sustentable de fauna o flora con la activa participación de las comunidades locales, son una de las principales estrategias que impulsan la comunidad científica internacional y la Unión Mundial para la Conservación de la Naturaleza, con la intención de preservar los ecosistemas originales remanentes. Foto: Luis Cetraro

Alejandro Larriera (*)

Los Programas de conservación de ecosistemas basados en el uso sustentable de fauna o flora con la activa participación de las comunidades locales son actualmente, una de las principales estrategias que impulsan tanto la comunidad científica internacional, como la Unión Mundial para la Conservación de la Naturaleza, con la intención de preservar los ecosistemas originales remanentes. Este tipo de programas por un lado garantiza que quienes están económicamente interesados en la explotación de un recurso a lo largo del tiempo, se preocupen por su preservación para asegurar la fuente de ingresos de manera permanente y por el otro, generan un beneficio directo -dinero- a los pobladores que viven en contacto con el recurso.

Los ejemplos exitosos a nivel mundial son muchísimos y van desde los programas de aprovechamiento de los ñus en Etiopía, pasando por los canguros en Australia, hasta los de cocodrilos tanto en América como en África y Oceanía. Desde un punto de vista biológico y ecosistémico, los monitoreos demuestran que las poblaciones silvestres se han ido recuperando justamente gracias a esos programas. Es indiscutible que merced a dichos programas cada vez hay más animales, y en la medida que la pérdida de hábitat no progresa, cosa a la que sin dudas contribuyen los incentivos económicos que generan, incluso se amplían las áreas de distribución, recuperándose zonas de dónde estas especies habían desaparecido hace tiempo. Esto no es una opinión, sino un dato objetivo de la realidad. También es un hecho fácilmente comprobable que las comunidades locales se ven beneficiadas económicamente con estas actividades, obteniendo recursos en metálico, que de otra forma no tendrían. Por ejemplo, y por usar cuestiones cercanas, la caza de la iguana overa en la Argentina, dejó este año cerca de cinco millones de pesos en la comunidades rurales involucradas, y las poblaciones silvestres se siguen recuperando. Al mismo tiempo, la cosecha de huevos de caimanes en el país, dejó casi un cuarto de millón de pesos para aquellos que participan de las colectas y nuevamente, las poblaciones silvestres se encuentran en expansión, así como el área de distribución de las mismas.

La estabilidad o incremento poblacional y el beneficio económico a las comunidades locales, pueden verificarse en todos los programas de uso sustentable a nivel mundial y como dije, son indiscutibles. A pesar de ello, aún se alzan voces en contrario, en su mayoría de organizaciones no gubernamentales preocupadas por el bienestar y los derechos de los animales, que critican el acto de caza, captura, o colecta de productos o subproductos tanto animales como vegetales. Por supuesto que este tipo de opiniones no sólo son comprensibles, sino también deseables, ya que la cuestión ética del buen trato a los animales, debería estar contemplada en todas las actividades que involucran a organismos vivos con capacidad de sentir y por ello, de sufrir.

El dilema que estas cuestiones nos plantean es qué hacer. Si no se los caza para un programa de conservación nadie ve sus subproductos en el mercado, y asume que no hay sufrimiento animal, casi podríamos decir que “todos contentos”. Pero al no haber incentivos para conservar el ecosistema, éste se sigue retrayendo a manos de la expansión de las fronteras productivas, que no encuentran ninguna objeción económica, ya que como el ecosistema no tiene “valor” en ese estado, tarde o temprano se lo modifica. Esto no es una hipótesis, sino lo que ha venido ocurriendo -y aún ocurre- principalmente en los lugares en donde no se han generado incentivos económicos para su preservación. Sí, ya sé, también están las áreas naturales protegidas, pero eso resuelve sólo una parte muy pequeña del problema.

Creo que las personas que vivimos en las ciudades, y nos consideramos más “civilizados”, por acción u omisión provocamos que la información se nos presente de una forma digamos, “digerible”. No es casual que en los documentales del Discovery o de Animal Planet, al león casi siempre se le escape la presa. Es cierto que muchas veces los predadores no tienen éxito, pero también es cierto que si así fuese siempre, se morirían de hambre. El tema es que a la gente en general, no le gusta ver cuando matan al impala o al mono y suelen disfrutar su “salvación”, como si fuera la propia y, a pesar de que son conscientes de que los predadores también se alimentan, parecen preferir que éso lo den en otro programa y en otro horario en el que “mejor” que no lo vean los chicos. Hasta parece existir el temor en la televisión, de que alguna ONG se queje por cómo el yaguareté trata al venado.

En la misma línea de razonamiento, vamos a disfrutar mucho más un asadito, si no vemos cómo matan y destripan al novillo. Ahora bien, el que no lo veamos no significa que no haya ocurrido, sino todo lo contrario, como lo atestigua la marucha en nuestro plato, o la milanesa de pollo de nuestros hijos. Lo que trato de decir es que tanto la naturaleza como nuestra cultura, funcionan a partir de la muerte de centenares de miles de animales silvestres y domésticos por día y es, como mínimo hipócrita, que sólo se critique al que caza para vivir, cuando en realidad es el único que hace un uso directo y eficiente de lo obtenido, cuando se trata de un programa de uso sustentable, a diferencia de la topadora y los agroquímicos, que todo lo destruyen y ocultan.

Hace poco dio vueltas por el mundo el video que muestra a un jugador de fútbol aplicando una feroz patada a una lechuza, que tuvo la desdicha de encontrarse en el lugar, el momento y sobretodo ante la persona equivocada. A pesar de la violencia de la imagen, no pude dejar de sorprenderme ante la actitud de todos aquellos a quienes escuché pidiendo casi la pena de muerte para el irresponsable y sanguinario jugador. Lo paradójico es que estas solicitudes de justicia para “reparar” la consecuente muerte del ave, provenían también de amigos que hacen, viven y usufructúan de la agricultura intensiva, la ganadería y la industria automotriz, sólo por mencionar algunas.

Casualmente esta gente (casi podría decir nosotros), que pedía que cuelguen de los pulgares al futbolista, es la que a diario, aunque indirectamente, es causa o beneficiaria de la muerte de una incontable cantidad de animales, lechuzas incluidas. La única diferencia en este caso, es que no hay una cámara haciendo zoom sobre los muertos ni sobre esas miles de patadas cotidianas e invisibles por las que hoy pocos se preocupan.

(*)Director General de Manejo Sustentable de Fauna y Flora.(MASPyMA).

Comisión de Supervivencia de Especies (CSG/SSC/IUCN)

La cuestión ética del buen trato a los animales, debería estar contemplada en todas las actividades que involucran a organismos vivos con capacidad de sentir y por ello, de sufrir.

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Foto: José Vittori

La estabilidad o el incremento poblacional y el beneficio económico a las comunidades locales, pueden verificarse en todos los programas de uso sustentable a nivel mundial.