“UN DIOS SALVAJE”

Sobre la violencia que habita en nosotros

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Dos matrimonios, adultos y civilizados, se encuentran para resolver un incidente protagonizado por sus hijos: uno de ellos le partió dos dientes al otro, en una pelea en la plaza. Foto: PABLO AGUIRRE

La obra dirigida por Javier Daulte y protagonizada por Gabriel Goity, Florencia Peña, Fernán Mirás y María Onetto se presenta en segunda función esta noche, en el Teatro Municipal.

 

De La Redacción de El Litoral

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Como en una cebolla, las distintas capas de la violencia inherente al ser humano son descubiertas implacablemente en “Un Dios salvaje”, la obra de la aclamada dramaturga francesa Yasima Reza que se presentó anoche y vuelve a escena hoy, a partir de las 22, en el Teatro Municipal.

“Dos matrimonios, adultos y civilizados, se juntan para conversar. Sus respectivos hijos se pelearon y la situación debe ser tratada con el equilibrio y madurez de ‘los grandes’. Pero algo no va. La violencia latente y la incapacidad para lograr un acuerdo transforma una simple reunión en un caos, donde los instintos básicos predominan ante la reflexión”. Éste es el disparador de la propuesta, ganadora del premio ACE 2010 a la “Mejor obra del año”, que llega en el marco de una gira nacional que comenzó a mediados de abril tras superar los 300 mil espectadores en Buenos Aires.

TENSIÓN

La situación puntual que provoca la reunión de ambas parejas va desnudando, con el paso de las horas y de la ingesta de alcohol, la violencia que se esconde con distintas máscaras en cada ser humano. Según consigna la autora de la obra, “el ser humano no evolucionó desde la Edad de Piedra: el barniz social que nos protege del salvajismo es inquietantemente suave y siempre a punto de estallar. Escribo un teatro de tensiones, porque las tensiones nos gobiernan”.

Como una artesana, la autora va quitando esas capas de barniz hasta mostrar la esencia del ser humano sin maquillaje. “El conflicto inicial entre ambos chicos abre una instancia que es sin duda profunda y grave, no sólo en el rostro de Bruno, el agredido, sino también la que queda en la conciencia de los respectivos padres. Su civilizada y sensata charla no tarda en verse alterada por susceptibilidades diversas, la culpa, el cinismo, y la brutal embestida del afán de venganza que los adultos no pueden reprimir ni dominar. La pieza plantea algunas preguntas incómodas, poniendo a prueba los preceptos morales e ideológicos de sus personajes. ¿Es realmente posible la tolerancia, o choca y estalla cuando determinadas situaciones nos tocan de manera directa?”, opina el director.

“El semblante progresista y bienpensante queda desdibujado, o más precisamente, desfigurado por los mandatos de una primitiva e impiadosa pulsión que, como un Dios Salvaje, viene a recordar que Él fue el primero en regir el alma de los hombres”, sostiene Daulte.