Ernesto Acher y la Banda Sinfónica Municipal

Humor al interior de la música

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El ex integrante de Les Luthiers animó una velada de celebración a la música: riéndose “con ella” y no “de ella”. Foto: Flavio Raina

Ignacio Andrés Amarillo

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Quizás algunos de los presentes se fueron algo decepcionados. Porque muchos de los que asistieron a la presentación de Ernesto Acher en Santa Fe fueron llevados por una campaña de difusión que enfatizó su pasado en Les Luthiers, algo que forma parte de su ADN musical, pero que no limita las posibilidades de este creador.

En realidad, su llegada a Santa Fe tuvo que ver con los festejos por las tres décadas de vida de la Banda Sinfónica Ciudad de Santa Fe, y la idea de hacer un concierto diferente, pero un concierto al fin. Así que los que esperaban encontrarse con un espectáculo de “humor inteligente” (expresión que usan muchos snobs, a decir verdad: “Ah, no, a mí me gustan Les Luthiers por su humor inteligente”) lo encontraron... pero de una manera diferente.

En primer lugar, porque tuvieron que esperar hasta después del intervalo: la primera parte estuvo dedicada a la “música seria” (otra expresión para quedar bien en el té canasta). Y en segundo, porque Acher juega con la música como Adrián Paenza con la mátemática, por poner una comparación seguramente inexacta a ojos del lector.

Sonidos nuestros

El maestro Juan Rodríguez no quiso dejar pasar la cercanía a la fecha patria, el “Bicentenario + 1”, y preparó un repertorio de música argentina, algo que siempre gusta de hacer en este tipo de eventos, y un repertorio que algunos echan en falta en las galas patrias de la Sinfónica Provincial.

Así, pioneros del cruce de las tradiciones folclóricas y la música culta como Carlos López Buchardo o Carlos Guastavino se cruzaron con el rafaelino Remo Pignoni, otro de los que demostró la riquezas que albergaban las tradiciones argentinas.

Y allí llegó Acher. “Ahora que dejamos el escenario con la temperatura ideal, es un enorme placer poder recibir a una figura destacadísima pero a la vez tan cercana: un amigo de años, un colega excepcional y un músico extraordinario”, lo presentó Rodríguez, estimulando el aplauso de los presentes.

“En rigor esto tendría que llamarse ‘Veladas medio espeluznantes’, porque le dedicamos la primera parte a nuestro folclore, y creo que nunca serán suficientes las ocasiones en que nos acordemos de nuestras propias raíces”, manifestó Acher. Y demostró que su presencia en esa primera parte no era casual: se puso al frente de la Banda para dirigir “Rincones”, una obra en cinco partes que le estrenara en 2000 la Banda Municipal de Córdoba, en ocasión del 9 de Julio. “Amanecer y paseo”, “Coral vidalero”, “Aires salteños”, “Al sur” y “Chacarera y fuga” fueron los movimientos de esa obra, en perfecta sintonía con la tradición que había previamente abordado Rodríguez, pero con la particularidad de haber sido escrita para el formato de banda, sacando provecho de los timbres de cada instrumento.

Cruces disparatados

“Bueno, llegó la hora de las bromas”, anunció el invitado tras el intervalo. “No sé si saben, pero soy muy afecto a las bromas, sobre todo a encontrar parentescos musicales entre cosas que parecen no tenerlos”.Como si fuera un match de box, anunció el primer juego. “En este rincón, de Johann Strauss, su vals ‘Sangre vienesa’; y en este rincón, de Jerry Herman, ‘Hello Dolly’. ¿El nombre del juego? ‘Hello Strauss’”. Y así surgió una contienda en la que la potencia del jazz se colaba en el vals como un intruso en un cumpleaños de 15, generando una nueva obra.Tras un chiste sobre músicos y alcohol, vino el segundo juego, en el que se cruzaron Edvard Grieg y su suite “Peer Gynt” y Henry Mancini con su “Pink Panther” (“La Pantera Rosa”), en una unidad llamada “Peer Gynt Panther”, en la que es el noruego el que sazona la estructura jazzística de la banda sonora.

Tampoco la ópera se salvó: tras algunas anécdotas divertidas la “Marcha Triunfal” de “Aída”, de Giuseppe Verdi, se cruzó con el tradicional “Happy Birthday” (“Feliz cumpleaños), en “Happy Verdi”. Allí, sin fisuras, al yuxtaponerse ambas obras, la Marcha llevada mayormente por los bronces, la canción apoyada en las maderas.

Ese tipo de cruce volvió en el siguiente experimento, un cruce entre la “Pequeña música nocturna” Wolgang Amadeus Mozart y el tradicional hebreo “Hava Naguila” en “Pequeña música hebrea”: en este arreglo son curiosamente los clarinetes (“el instrumento más judío de todos”, estrella de la música klezmer) los que llevan la obra clásica, dejándole a su “primo metálico” (el saxo soprano) las sinuosas curvas de la canción, el tal vez más logrado de los juegos.

Cuenteando

Como cierre, se ejecutó el cuento sinfónico “Teresa y el Oso”, estrenado por Les Luthiers en 1975, con Acher como relator y Rodríguez dirigiendo al “conjunto sinfónico vengador”, ya que en el original los instrumentos informales parodiaban a los sinfónicos.

De tal modo, llegó el turno para la fusión de música y textos bajo la forma de un cuento musical al estilo del “Pedro y el lobo” de Sergéi Prokófiev, con la correspondiente repartija de temas e instrumentos propia de los poemas sinfónicos.

Así se desplegaron las desventuras de la Princesa Teresa, el duque Sigfrido el Erguido, la ineficiente Bruja Granuja y el Oso Libidinoso, quien busca acceder carnalmente a todos los personajes posibles, cada uno representado por su línea melódica y un instrumento apropiado a su contextura.

Despedida

“El que se sube a un escenario y no tiene preparado un bis es un pesimista incorregible”, afirmó el visitante. En un pase de comedia, Rodríguez se plantó en el escenario, y ante la imposibilidad de “sacarlo del escenario”, la batalla no fue sólo entre las obras, sino entre los directores: “El escondite de Brahms” mostró a Rodríguez tratando de dirigir la “Danza Húngara Nº 5” de Johannes Brahms mientras Acher lo boicoteaba con “El escondite de Hernando”, de Richard Adler.

“Tengo dos noticias, una buena y una mala. La buena es que vamos a hacer otra, y la mala es que no sabemos más”, afirmó Acher. “Bien podría ser al revés, ¿no? Los conciertos habitualmente terminan con una obra muy eufórica, muy para arriba. Con los amigos de la banda pensamos qué lindo sería por una vez cerrar un concierto con una obra tranquila, reflexiva, propensa a la meditación, Pero no lo vamos a hacer”, concluyó, para ponerse al frente de una festiva versión de “Barras y estrellas”, de John Philip Sousa, un clásico del repertorio de banda, convertida para la mayoría en “la música de Crónica TV”.

Así cerró una velada de celebración a la música: riéndose “con ella” y no “de ella”... como hacen los buenos bromistas.