Tonolec en los Lunes del Paraninfo

Sangre y adobe, entre bits y beats

Ignacio Andrés Amarillo

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La clave de Tonolec se llama Charo Bogarín. Rostro y porte de aristocrática princesa incaica, tocado a lo Turandot, vestido de gothic queen nórdica y stilettos de plataforma, la cantante nacida en Clorinda y criada en Resistencia se para con las manos en la cintura o en la espalda, como poniendo por delante sus larguísimas piernas.

Pero no son ésas las razones que la llevaron a presidir el escenario del Paraninfo de la UNL el pasado lunes. Si algo la convierte en la clave de Tonolec es su voz mutante, flexible, que se mueve desde un tono latino casi abolerado (a lo Mimí Maura) a unos claros agudos de soprano, pasando por las sonoridades de los cantos originarios y llegando a mimetizar su timbre (casi como en un AutoTune orgánico) con el teclado Alesis de su compañero.

Porque como todo proyecto electrónico, Tonolec tiene que tener su científico loco detrás de teclas y secuencias. Ese rol lo encarna Diego Pérez, rostro sereno mezcla de Martín Slipak y “Cachi” Martínez, levita marrón y pantalón rojo, un look que no le desentonaría a Diego Frenkel. También guitarrista, es la mente detrás de esa combinación de modernidad y autoctonía que los convirtió en un grupo de culto y les permitió llenar el Paraninfo, dejando a mucha gente en la vereda.

Fusiones

La formación se completa con Lucas Helguero en percusión, que (con un aporte de Bogarín) le pone el toque analógico a una música que se apoya en ritmos electrónicos (entre el dance y el downtempo), sobre los que se montan las más antiguas tradiciones qom (tobas) y revisitan puntos altos del folclore argentino.

En la hora y cuarto que duró el show, recorrieron distintos puntos de sus tres discos (“Tonolec”, “Plegaria del árbol negro” y “Los pasados labrados”): desde creaciones propias como “Lamento”, “Techo de paja”, “Baila, baila”, “Ay Corazoncito” o “Mi caballito” (“So caayolec”, dedicada a los niños de la comunidad toba de La Loma); hasta clásicos como “Cosechero” (Ramón Ayala), “Zamba para olvidar” (Daniel Toro, con explicación incluida sobre el final feliz de la historia) “Cinco siglos igual” (León Gieco, con la letra traducida a medias a la lengua qom, dándole una nueva significación a su mensaje) y el que fuera su primer hit, “Antiguos dueños de las flechas” (Félix Luna y Ariel Ramírez).

Por supuesto no faltó el rescate y actualización de tradicionales como “Noyetapec” (uno de los primeros experimentos en la fusión de cantos qom y sonoridades del siglo XXI), “La cazadora” o “La luciérnaga”.

Y con la serenidad con la que llegaron, con la suavidad de las palabras de Charo (tataranieta del cacique guaraní Guayraré, e hija de un desaparecido peronista), los Tonolec se retiraron, habiendo desterrado el mito de que electrónica equivale a liviandad conceptual, y dejando en el aire el espíritu de ancestrales chamanes, celebrando los ritmos globales del siglo XXI.

Sangre y adobe, entre bits y beats

La voz mutante de Charo Bogarín se apoya en las ideas musicales de Diego Pérez, para generar una propuesta entre lo ancestral y los ritmos del siglo XXI.

Foto: Pablo Aguirre