Rodolfo Mederos Trío en los Lunes del Paraninfo

El último de “los de antes”

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Sobreviviente de la edad dorada del tango, Mederos llegó a Santa Fe para relatar con música la crónica de un tiempo que se fue. Foto: Mauricio Garín

Ignacio Andrés Amarillo

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Se dice que el bandoneón nació en la Alemania protestante, con el objetivo de emular el órgano en la música litúrgica y poder sacarla a la calle. Tal vez por eso ese pequeño universo de fuelle y lengüetas brinda tantas posibilidades armónicas.

Rodolfo Mederos se proclama un dinosaurio viviente, un sobreviviente de una era que pasó, dedicado a transmitir el espíritu de lo que ya no es. Como los elfos de Tolkien en “El Señor de los Anillos”, sabe que el futuro le pertenece a otros, pero no se apura en la retirada final.

El arranque

Con ese espíritu llegó el bandoneonista a Santa Fe, para cerrar el ciclo de los Lunes del Paraninfo. Por eso llenó el aula magna de la UNL con su toque fluido, sin fisuras, lleno de unas armonías que se lucen más cuando toca en soledad. Fluido porque toca abriendo y cerrando, “como los de antes”; eso requiere cambios de digitación que los jóvenes suelen desconocer: por eso tocan abriendo y pegan el “librazo” para volver a arrancar. Y (convengamos) que lo hacen con menos bajos, explotando un poco menos el potencial del “órgano portátil” de los germanos.

Pero las nuevas generaciones tienen lo suyo. Por eso el trío de Mederos se completa con Sergio Rivas en contrabajo (lleno de recursos, con el toque percusivo que Piazzolla le sacó a Stravinsky) y Armando de la Vega en guitarra (tocando lo justo, pero matizando con buenas melodías, bases machacantes a la antigua y toques de hybrid picking, con púa y dedos).

Como en soledad se luce su toque, decíamos, tal vez por eso arrancó así, con “Nunca tuvo novio” (Agustín Bardi), para luego invitar a sus compañeros para arrancar con un adelanto de “Del amor”, un proyecto conjunto con el poeta Juan Gelman, que según anunció se podrá disfrutar por estos pagos en agosto. De allí tomaron “Cada vez que paso”.

Luego recorrieron un par de temas de “Intimidad”, el disco que el trío editó en 2008: “Don Goyo” (Luis Bernstein) y “Gran Hotel Victoria” (Feliciano Latasa). Y ahí arribó “Mi única palabra”, también de “Del amor”.

El patio

“Acaso los compositores hacen los tangos desarreglados”, le dijo alguna vez la madre al bandoneonista, criticando los arreglos que estaba estudiando en el patio de su casa. Por eso, el tramo que siguió fue un homenaje a la “Guardia Vieja” de principios de siglo, tocados con la mayor fidelidad a la idea de los autores: con el bandoneón sencillo, el contrabajo a puro arco y la guitarra rascada como en los discos de Gardel: así pasaron “La biblioteca” (Augusto Berto), “El Caburé” (Arturo De Bassi) y “La metralla” (Manuel Campoamor) con una cita al ragtime “El anfitrión” (Scott Joplin, conocido por la película “El golpe”), a partir de una cercanía armónica y la contemporaneidad de sus autores.

Le tocó a Rivas arrancar una despaciosa versión de “La pulpera de Santa Lucía”, el vals que Enrique Maciel compuso cuando le seguía el paso a las historias de unitarios y federales que escribía Héctor Pedro Blomberg; versión que se fue poniendo más “valseadita” (permítase la supuesta redundancia) con el correr de los compases.

“Cerezas” (de “Del amor”) le abrió paso a “El rancho de la Cambicha” (Mario Millán Medina), que arrancó algo milongueado y terminó con el rasguido doble del original, con la guitarra de De la Vega llevando el eco de la risotada de Antonio Tormo. Ese tramo cerró con “La pajarera de Pentecostés”, milonga incluida en la obra compartida con Gelman.

En ese momento Mederos se explayó en una larga evocación de su infancia, cuando “había pocos discos y mucha música; ahora hay muchos discos y poca música” (ovación ad hoc de los presentes); contó cómo descubrió el bandoneón a los cinco años, de la mano de un vecino, y el conflicto entre su profesor de música y los tangos que sacaba de oído de la radio. Entre tantas canciones que aprendió, también estuvo el chamamé “Merceditas”, que Ramón Sixto Ríos le compuso a una jovencita que lo flechó.

El adiós

El tramo final del concierto arrancó con “Sur” (Aníbal Troilo), en sutilísimo comienzo en solitario para luego sumar a los otros miembros. Luego llegaría la (infructuosa) invitación a los bailarines, con un mini repertorio bien milonguero, “a lo D’Arienzo”: “El choclo” (Ángel Villoldo), “El porteñito” (ídem) y “Canaro en París” (Alejandro Scarpino-Juan Caldarella).

“Maestro, no te mueras nunca”, gritó un fanático. Los hombros encogidos y la sonrisa resignada del artista motivaron la respuesta del mismo espectador: “O hacé lo que puedas”. En los bises no faltaron el “Adiós Nonino” de Astor Piazzolla (otra vez en solitario) y el vals “Romance de Barrio” (Troilo). Pero la gente quería una más, siempre quiere “otra”. Y no es cosa de hacerse desear...