Editorial

Jorge Luis Borges

Los veinticinco años de la muerte de Jorge Luis Borges autorizan una reflexión acerca de la obra de quien fuera uno de los escritores más singulares del siglo veinte. No exagera Ricardo Piglia cuando dice que las generaciones que fueron sus contemporáneas disfrutaron de un inmenso privilegio, el privilegio de haber conocido o haber sido testigo de su escritura en tiempo presente y disfrutar de su curioso y paradójico sentido del humor.

Hoy existe un amplio consenso en admitir que Borges expresa el nivel más alto de la literatura nacional. Al respecto no habría nada nuevo que decir salvo que no deja de llamar la atención que el escritor que en su momento fue calificado por sus adversarios como extranjerizante represente mejor que nadie la identidad literaria del Río de la Plata. Es más, son sus adversarios lo que hoy admiten -a derecha e izquierda- la calidad de su literatura. Al respecto, sorprende que un escritor que practicó de manera acerada y lúcida la crítica a aquellas prácticas culturales consideradas emblemáticas de nuestra idiosincrasia nacional, sea el exponente más brillante de esa identidad que él tanto contribuyó a desmistificar.

En ese sentido, el lenguaje de Borges podría muy bien ser pensado como el esfuerzo por escribir en español de acuerdo con el ritmo y el fraseo del idioma inglés. Curiosamente ese esfuerzo provoca como resultado una prosa singular, propia y fuertemente arraigada en nuestras tradiciones. Digamos que la “detestable anglofilia” de Borges contribuye a crear un idioma propio a través del cual aquello que se llama “lo argentino” se reconoce o aprende a reconocerse.

Sin el ánimo de caer en el remanido lugar común que atribuye a cada escritor la elaboración deliberada de un programa a desarrollar a lo largo de la vida, en el caso de Borges puede decirse que fue uno de los escritores que más reflexionó acerca de los experimentos de su lenguaje. Su universalidad, su “saber cosmopolita”, no fue azaroso, sino un recurso para pensar y poner en práctica el acto literario. El propio Borges señaló en más de un ensayo que aquello que llamamos lo argentino será tal en cuanto esté conectado con el mundo, con sus manifestaciones culturales más diversas y elaboradas.

Lejos de encerrase en un localismo pintoresco o de extraviarse en un cosmopolitismo frívolo, Borges logró articular con el talento de un artista los términos de esa contradicción y traducirlo a su singular manera de percibir el mundo. Es esa visión particular del mundo el que le da el tono justo a lo que conocemos como el humor borgeano, la tragedia borgeana y, por supuesto, un modo propio de elaborar las relaciones entre la realidad y lo maravilloso.

Digamos que en términos culturales una de las enseñanzas que Borges nos deja es que el destino de la Argentina -y no sólo el literario- está comprometido con el mundo, que sus mayores logros, sus mejores realizaciones provinieron -pensar en la Generación del Ochenta de la cual Borges es uno de sus más ilustres herederos- de esa relación abierta al mundo como dato singularísimo de nuestra cultura nacional.