Una región acunada por los Apeninos y mecida por el Adriático

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en su recorrido, el ramal ferroviario que une fabriano y ancona atraviesa una serie de pequeñas y pintorescas localidades.

Le Marche, región ubicada en la zona central de Italia, reúne una serie de pequeñas y pintorescas localidades unidas por un ramal ferroviario, que desciende desde los Apeninos y llega a orillas del Adriático. En estas líneas, un recorrido imaginario que invita a subirse al tren.

TEXTOS. GRACIELA DANERI. FOTOS. MARÍA LAURA ORTÍZ DE ZÁRATE.

En los alrededores de Castelraimondo, pequeña localidad italiana, emplazada en el corazón mismo de la región de Le Marche, donde se ubica el afamado Laboratorio de Lengua y Cultura Italianas Edulingua, se nuclea un vasto número de poblaciones que, como ella, apenas si superan los diez mil habitantes. Todas poseen sus particularidades, todas se diferencian entre sí, además de acumular entre sus muros y callejuelas un caudal de historia que se remonta a siglos atrás. Podríamos decir también que todas se parecen entre sí, pero cada una tiene un distintivo propio, en su paisaje, en su geografía urbana, en sus añejas construcciones, en sus costumbres, en su cultura.

El ramal ferroviario que une Fabriano con Ancona (o con la vecina Cività Nova, a orillas del Adriático) diariamente es transitado por un pequeño tren que atraviesa ese valle que desciende desde los Apeninos, sobre el cual están las estaciones de esas urbanizaciones. Sus nombres son Matelica, Tolentino, San Severino Marche o Camerino, además de Castelraimondo.

El recorrido de ese ramal es un trayecto que demanda unas dos horas de viaje, aunque es conveniente hacer escala en cada una de esas poblaciones y pasar una mañana (o una tarde) en cualesquiera de ellas, no sólo para conocerlas, sino también para palpitar su acontecer cotidiano, los hábitos de su gente, el pintoresquismo que atesoran cada uno de sus recodos, visitar sus iglesias, pequeñas y antiquísimas, además de saborear por ahí, en algún bar o en un restaurante, cualesquiera de sus platos típicos (bien lugareños), y como son sitios a los que no acuden masivamente los turistas, los precios son los corrientes y bastante económicos aun para los argentinos (aunque haya que pagarlos en euros, comer resulta más barato que en nuestro país).

DONDE EL PAPA Y NAPOLEÓN FIRMARON UN TRATADO

Tolentino es una de esas ciudades en la cual, en 1797, Napoleón Bonaparte y el Papa Pío VI, firmaron el Tratado de Tolentino, que imponía restricciones territoriales y económicas a la Iglesia y, por lo tanto, determinaba de hecho el fin de la potestad del Estado Pontificio sobre el lugar. Ese tratado tuvo una duración efímera (hasta 1815), cuando los avatares políticos (y bélicos) de la época hicieron que la ciudad volviese a formar parte de aquel Estado.

Pero los orígenes de Tolentino datan del siglo VI A.C. y esos dominios debieron soportar las invasiones bárbaras, como tantos otros de Italia, donde el aluvión de tribus del norte y del este de Europa fue irrefrenable. Hoy, aquellos tiempos convulsionados quedaron en los anales de la historia y ahora es una urbe apacible, que alberga unos 20.000 habitantes, que residen y trabajan sin mayores sobresaltos en un sitio acorde con la época actual.

Uno de los emblemas de la ciudad es su iglesia de San Niccoló da Tolentino, consagrada en 1465, en cuyo interior se conservan pinturas del siglo XII, que en sí constituyen verdaderas reliquias pictóricas. San Nicolás (1245-1305) fue un sacerdote agustino que vivió buena parte de su vida en esta población, donde se lo considera patrono de las almas santas del purgatorio. Hoy sus restos reposan en la cripta del templo. Y también en esta iglesia se reparten panes benditos que, para los fieles, sanan no sólo el alma sino también el cuerpo.

ENTRE VALLES, PRADERAS Y VILLORRIOS

A unos diez kilómetros de Castelraimondo está Camerino y para acceder a ella debemos abordar un ómnibus (que parte de la propia estación, coordinadamente, algunos minutos después del arribo de cada tren), porque el ferrocarril no llega hasta allí. Es una ciudad a la que acuden muchos estudiantes, como que su universidad (fundada en 1727 y que nuclea cinco facultades) es, virtualmente, el epicentro de la vida de esa localidad, emplazada en lo alto de una de las primeras estribaciones apenínicas.

San Venancio es el patrón de Camerino y, en consecuencia, su catedral -con rango de basílica, que data de 1832- está consagrada a él. Cerca del templo está el añejo Palacio Ducal, que hoy es sede de la universidad. De calles angostas, la ciudad en sí es pequeña y sus arterias conducen invariablemente al perímetro de ese tranquilo espacio urbano, desde el cual -cualquiera sea el rumbo que decida uno tomar- pueden observarse desde esas alturas los valles, los campos y, a la distancia, los caseríos de algunos villorrios más o menos cercanos. Todo ello enmarcado dentro de una geografía típicamente marchigiana.

DE MATELICA A SAN SEVERINO

Durante otra jornada en Castelraimondo, el tren nos lleva hasta Matelica, localidad de poco más de diez mil habitantes donde el Teatro Piermarini es el orgullo de los lugareños. Lleva el nombre del famoso architetto que lo proyectó, Giuseppe Piermarini (1734-1809), el mismo que fue artífice de la Scala de Milán y, entre otras construcciones, el Palacio Ducal de esa misma ciudad. El teatro fue inaugurado en 1812, tres años después de la muerte de Piermarini. Y como en cada piazza de cualquier población italiana, la principal de Matelica cuenta con su llamativa fontana, mientras que a sus alrededores están los palazzi gubernamentales, su iglesia y esos barcitos tan acogedores que instalan sus mesas en la vereda y, bajo el sol estival, cualquiera se siente tentado a tomar un típico espresso. Y después, a continuar paseando ociosa y expectantemente por las calles serpenteantes del lugar, fotografiando rincones llamativos y/o de particular interés para uno.

Otro día, desembarcamos en San Severino Marche, sitio que también posee sus particularidades y encantos, cuya actividad doméstica (la administrativa y la comercial) se concentra en ambos costados laterales de la amplia Piazza del Popolo. Ahí están también el Palazzo Comunale con sus recovas (que data de 1764), varias de sus iglesias, su teatro (el Feronia, construido en 1823) y, hasta en una de las cabeceras del lugar, la denominada Torre dell’Orologio.

San Severino cuenta con una parte alta, llamada Castello (donde están, precisamente las ruinas y las torres de un viejo castillo y de una abadía), que se ubica sobre la cima de la colina de Monte Nero. La parte baja se conoce como el Borgo, que se formó después del año 1000 y se extiende dentro de una muralla, entre los siglos XIII y XIV. Más allá, a lo largo del fiume Potenza, se desarrollan las actividades industriales y económicas de la comarca. Pero, como decíamos, el centro propiamente dicho está en la Piazza del Poppolo (conocida también como la Platea Mercati), una gran plaza medieval que, hasta hoy, es el eje de la vida cotidiana. Ahí se pueden apreciar las ventanas y puertas de hierros de sus centenarias construcciones.

En las afueras prevalece un paisaje de verdes y suaves colinas, con los restos de un imponente sistema defensivo, con fortificaciones, antiguas abadías y pequeñas iglesias rurales, que atesoran frescos de l400 y del 1500.

Sí, el ramal Fabriano-Ancona (o Civitá Nova) está colmado de maravillas geográficas e históricas, paisajes incomparables por un lado y testimonios del pasado por el otro, muchos de ellos como se advierte- de extracción religiosa. Pero justo es decirlo, toda la región de Le Marche es subyugante, si bien Castelraimondo ofrece la posibilidad de realizar una estancia de estudio de la lengua y la cultura italianas en Edulingua, a la vez que recorrer todos esos maravillosos rincones que acunan los Apeninos y son mecidos por el Adriático.

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el trayecto en tren demanda unas dos horas, pero vale la pena detenerse en cada uno de los poblados que atraviesa, recorrer sus calles y visitar sus edificaciones.

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