De cómo nació, creció y sigue viviendo el lunfardo

De cómo nació, creció y sigue viviendo el lunfardo

“Tango”, de Pedro Figari.

 

Por Julio Anselmi

“Lunfardo. Un estudio historio-etimológico del fenómeno lingüístico del Río de la Plata”, de Oscar Conde. Taurus, Buenos Aires, 2011.

El epígrafe de Horacio con que Oscar Conde abre su libro sobre el Lunfardo es de alguna manera un faro que ilumina todo su notable estudio: “Muchas palabras que han caído en desuso renacerán, y caerán las que ahora son estimadas, si así lo quiere el uso, en poder del cual están el albedrío, el derecho y la regla del habla”. Bajo esta perspectiva: ¿el lunfardo es un fenómeno del pasado, un habla muerta?

Conde comienza recordando que un idioma es mucho más que un medio de comunicación: “Es un modo de concebir el mundo, una manera de categorizar la realidad, de entenderla, de racionalizarla; en suma, de experimentarla. Como lo ha señalado el lingüista francés Émile Benveniste, partiendo de Aristóteles, la relación entre las categorías de pensamiento y las categorías de lengua es estrechísima”.

Nuestra lengua nacional presenta transformaciones dialectales importantes, como el voseo y la gran cantidad de argentinismos, con sus variables y aportes regionales. El lunfardo es uno de estos rasgos lingüísticos inherentes a nuestra identidad. Desde luego no se trata de un idioma, como quisieron creer quienes aspiraban a una lengua nacional argentina propia y exclusiva.

Ernesto Quesada aseveraba que el lunfardo era la jerga de los delincuentes: “Este dialecto es un verdadero tecnicismo, lleno de colorido, y en el cual se ha variado intencionalmente el significado de las palabras; mientras que, en el gauchesco, los términos castellanos conservan siempre su acepción lexicográfica, y es sólo su ortografía y su pronunciación lo que varía”.

En tanto Carlo Correa Luna publicaba en Caras y Caretas en 1902 un artículo en el que un personaje de habla gauchesca amonesta a un inmigrante italiano su deformación del español: “¡Ah, tano lengua’e trapo! ¿Cuándo vas’aprender hablar en castiya? ¿Que no sabés que áura no se puede barbariar d’esa manera... Vos no t’intruís, ché, no sabés un pito, y ahí tenés lo que sucede...”.

De hecho “la cuestión del idioma” fue un debate crucial y encarnizado, que renació periódicamente. El rosarino Rudjolf Grossmann se acercaría más a una concepción real del lunfardo, al concebirlo como una mezcla de numerosas palabras adoptadas del portugués, italiano, francés e inglés, “aunque sensiblemente desfiguradas. De las palabras de origen extranjero en la jerga delincuente, expuestas por Dellepiane, algunas han sido hoy adoptadas en la lengua coloquial general, si bien también con un resabio familiar”.

Ni idioma, ni dialecto, pues, el lunfardo no cuenta con pronombres ni preposiciones ni conjunciones y utiliza “básicamente los mismos mecanismos morfológicos del español para la conjugación de verbos y la flexión de sustantivos y adjetivos, y se sirve de la misma sintaxis castellana de cualquier hispanohablante. En una palabra, no es posible hablar completamente en lunfardo, sino a lo sumo hablar con lunfardo”.

Para explicarnos el origen de la palabra lunfardo, Conde recurre a un escritor entrerriano que colaboró asiduamente en El Litoral: Amaro Villanueva, quien en su ensayo precisamente sobre El lunfardo cita un libro italiano sobre el dialecto romanesco, donde se encuentra el término lombardo con el significado de “ladrón” (y lombardare: “robar”). Villanueva describe la evolución de la palabra en la Argentina: lombardo= lumbardo= lunfardo. Es de notar que aquel sentido original del gentilicio lombardo (nacido en la región de Lombardía, Italia) provendría del sustantivo del francés medieval lombart -y lumbart- que significaba “prestamista”, “usurero”, quizás porque lombardos fueron los primeros que ejercieron tal negocio en Francia.

Borges, en un artículo de 1926, despotricaba: “El lunfardo es un vocabulario gremial como tantos otros; es la tecnología de la furca y la ganzúa”. Sin embargo, tanto en sus charlas como en algunos de sus escritos supo recurrir con felicidad literaria singular al lunfardo.

A continuación, en su exhaustivo estudio, Conde estudia la jerga y el argot; otras hablas populares del mundo; los primeros testimonios acerca del lunfardo; Borges, Arlt y el lunfardo en la literatura; para concluir una primera parte con una aproximada definición del fenómeno. Cita así a José Gobello, que en 1989 escribía que el lunfardo es un “repertorio léxico, que ha pasado al habla coloquial de Buenos Aires y otras ciudades argentinas y uruguayas, formado con vocablos dialectales o jergales llevados por la inmigración, de los que unos fueron difundidos por el teatro, el tango y la literatura popular, en tanto que otros permanecieron en los hogares de los inmigrantes, y a los que deben agregarse voces aborígenes y portuguesas que se encontraban ya en el habla coloquial de Buenos Aires y su campaña, algunos términos argóticos llevados por el proxenetismo francés; los del español popular y del caló llevados por el género chico español, y los de creación local”.

En la segunda parte del libro que acaba de publicar Taurus, Conde analiza la formación del léxico lunfardo, con numerosos ejemplos, y en la tercera, estudia los pasajes del lunfardo histórico al lunfardo actual.