Se celebró en la 20º Fiesta Provincial

Un siglo de citrus en Malabrigo

La producción de mandarinas y naranjas arrancó por iniciativa de un pionero en 1911 y se sostuvo a pesar de los vaivenes de la historia. Tras una época dorada, conoció la crisis y ahora busca recuperar el protagonismo. En una zona marginal, es el complemento necesario para la subsistencia de pequeños y medianos productores.

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Juan Manuel Fernández

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La producción de citrus en Malabrigo cumple un siglo de vida. Fue la iniciativa de un pionero, Antonio Valli, quien en 1911 montó la primera plantación de mandarinas, y no las virtudes de la zona —de suelos franco-arcillosos y no profundos, como sería preferible— lo que marcó el inicio de esta actividad que terminó por darle identidad al lugar. Por algo es una naranja, y no otros productos característicos como la miel, el lino (que también tuvo su auge) o la ganadería, el elemento dominante en el escudo de esta ciudad del departamento General Obligado.

Mucha agua pasó bajo el puente en cien años. El impulso de la primera chacra incentivó a otros emprendedores, como Martín Stoppel en 1920, y las hectáreas sembradas se fueron multiplicando hasta alcanzar 800 en la “edad dorada” del citrus, durante las décadas del 1950 y 1960. Luego vino la debacle, por la incidencia de enfermedades, el auge de la agricultura y el surgimiento de nuevas zonas de producción, que redujo el área a unas pocas 120 hectáreas en manos de 8 o 9 productores hacia fines de los 70. La reacción llegó terminando los 80, cuando las autoridades locales idearon la Fiesta Provincial del Citrus (que cumple 20 años) para recuperar el interés por el cultivo, comenzaron con las jornadas técnicas y ofrecieron créditos a tasa cero para siembra.

A un siglo de iniciada la producción, hoy el citrus de Malabrigo se extiende en 200 hectáreas de 18 productores que utilizan las mejores genéticas y tecnología de punta. Curisosamente, naranjas y mandarinas recobraron protagonismo como complemento de otras actividades y ningún citricultor vive sólo de ellas, sino que son el pilar que hace viables pequeñas y medianas empresas agrícolas y ganaderas.

La relevancia recuperada

“Hoy la citricultura es rentable, con la característica de que se consigue con pocas hectáreas y entonces como actividad complementaria anda muy bien”, ratificó el Secretario de la Producción municipal, Héctor Zorzón. “Felizmente las quintas se han repuesto y están pasando un buen momento porque la mayoría de los citricultores adoptó el riego artificial luego de las pérdidas que ocasionó la sequía de 2008/09”, agregó.

Según el funcionario, la actividad “vuelve a tener relevancia”, aunque la falta de financiamiento acorde sigue siendo “un cuello de botella” para poder expandirla, ya que ninguna línea de préstamo considera que se debe esperar 5 años para cosechar plantas nuevas. De todos modos los productores ya instalados “van agrandando sus quintas e incrementando la producción”, una tendencia muy importante “porque generan mucha mano de obra intensiva y donde hay una quinta no hay tapera”.

La mayoría de los productores, si bien venden una proporción de fruta en forma particular, se apoyan comercialmente en al Cooperativa Agropecuaria de Malabrigo, que cuenta con una planta de procesado, ingeniería logística y los canales de venta necesarios. El gerente, Gerardo Macín, también citricultor e ingeniero agrónomo, destacó que en los campos se trabaja “con la tecnología de primer nivel mundial, como en Sudáfrica, España o Israel”, tanto en cuestión de variedades como en control de enfermedades, labranzas, riego y fertilización.

Actualmente el 70% de las naranjas son las llamadas “de ombligo”, cuyas principales variedades son “New Hall”, “Washington Navel” y “Lane Late”. Un 20% son “de verano”, entre las que sobresalen “Valencia”, “Delta” y “Mig Night”. El 10% restante es de mandarinas “Criolla”, “Ellendale” y “Murcott”. En la presente campaña, la producción total de citrus esperada para la zona es de 4.000 toneladas, que se comercializarán en la zona y los mercados de Santa Fe y Rosario.

A medida de los chicos

Aún sin contar con las condiciones ideales, los citrus de Malabrigo se hicieron marca registrada con el tiempo gracias a su calidad. Eso bastó para que la ciudad sea declarada “capital provincial” del rubro, pese a que “el producto bruto lo hacen la agricultura y la ganadería”, explicó Macín. En 2005 se exportó fruta a Rusia y Canadá, pero “hoy no da por la relación del tipo de cambio y los costos”, indicó el gerente de la cooperativa.

Al igual que Zorzón, Macín también señaló que no se instalan nuevas chacras sino que se amplían las existentes, que van desde tan sólo 1 hectárea hasta 23, en el caso de la más grande. La primera explicación es el tiempo: una plantación recién se empieza a cosechar a los 5 años, pero es a los 10 cuando entra en plena producción. Y en la lista de inversión hay que incluir, primero, las cortinas de casuarinas cada 4 hectáreas (que deben plantarse 2 o 3 años antes); los buenos campos cuestan unos u$s5.000 la hectárea; y el costo de implantación —que se desembolsa el primer año— ronda los $12.000 por hectárea, que se estiran u$s1.000 más si se instala el riego artificial. Además, una vez implantados los árboles la quinta necesita mantenimiento (desmalezado, podas y tratamientos sanitarios) mucho antes de recoger frutos.

También es costosa la cosecha, que se realiza a mano durante 6 meses todos los años, aunque en los establecimientos menores no es tan oneroso. Por eso se busca estimular a los pequeños productores. “Buscamos que el colono tenga 3/4 hectárea porque se puede manejar bien”, sostuvo Macín, y ratificó que “no hay citricultores exclusivos, son todos complementarios”. Por ejemplo, detalló que en la zona “con 100 hectáreas de agricultura no se vive, pero incorporando 5 o 6 de citrus sí”. Otra alternativa típica del lugar es la apicultura, que se lleva muy bien con los cítricos y hace otro aporte importante.

La pata del equilibrio

Julio César Spontón, referente del Grupo de Citricultores de Malabrigo, unos 8 productores que se juntaron para contratar asesoramiento, es un buen ejemplo de la caracterización que hizo el gerente de la cooperativa. Su actividad principal es la agricultura y el 80% de la tierra que usa es arrendada. Como en la zona se cosecha una media de 15qq de soja, con un costo de 11qq la actividad no es rentable o es muy riesgosa. “Eso hace que busquemos otra alternativa como la citricultura y la ganadería”, dijo, y relató que se decidió por la citricultura en 2001, al percibir que la situación de la economía no le daba perspectivas a sus 3 hijos varones. Por entonces, desde el municipio se propusieron resucitar la actividad “que se venía abajo” y se terminó de “embalar”.

Spontón cultiva 6 hectáreas de citrus (8 contando las cortinas) con riego, a un promedio de 400 plantas por hectárea (según variedad, algunas alcanzan las 700). De abril a septiembre, cosecha naranjas “New Hall”, “Washington” y “Salustiana”, además de mandarinas. Toda la mano de obra es familiar: “no le dedicamos nunca un día entero a la quinta”, explica. Si hay que podar, por ejemplo, se hacen un tiempo y “hacemos dos horas de laburo y seguimos con lo que estábamos haciendo”.

“De una alternativa —explicó el productor— pasó a ser una actividad con el mismo peso, o más, que la agricultura y la ganadería”. Detalló que es más rentable, con menos costo de insumos y mejor margen. “En la citricultura, haciendo un promedio, en una hectárea te pueden quedar entre 15.000 y 20.000 pesos neto, pero haciendo las cosas bien”, dijo, aunque aclaró que quien tiene que contratar personal corre con costos un 50% mayores al suyo.

Este año la mortandad de plantas es “uno de los peores enemigos que tenemos”, aseguró, además de los desafíos que implica la comercialización. “Es un rubro dificilísimo de manejar porque tiene mercados variables con precios altos al inicio de la cosecha y luego baja”. Este año el cajón de 20/22kg arrancó en $40/42 y a principios de junio ya valía entre $27 y 35, según presentación y lugar de colocación. “La vista” de la fruta es muy importante, incluso mayor que la calidad.

Recientemente incorporó al establecimiento una lustradora y clasificadora para mejorar su capacidad de negociación. “Pero este año nos inclinamos por vender a través de la cooperativa el 80/90% para que se fortalezca”, confesó Julio César. Y es que, así como ningún productor vive únicamente del citrus, nadie piensa que puede salvarse solo. Por algo hace 100 años que los naranjos siguen en pie en Malabrigo.

EL CAMINO DE La FRUTA/// en imágenes

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Un siglo de citrus en Malabrigo

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400

son las plantas que se siembran por hectárea.

50

kilos, o dos cajones y medio de fruta, es un rinde aceptable por árbol.

20

toneladas de fruta es la producción deseable por hectárea.

10 a 12

toneladas es el rendimiento de indiferencia para no perder dinero.

60%

del costo total de la producción es de mano de obra.

4.000

toneladas se estima que se cosecharán en la presente campaña.

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La historia, en primera persona

Rita Stoppel, quien en agosto cumplirá 91 años, es “la productora extranjera más antigua”, dicen sus vecinos. Conocida también como “la señorita que iba a caballo”, por su rol de maestra rural entre 1942 y 1956, es una de las pocas personas que puede dar testimonio de la producción de cítricos desde sus comienzos.

Austríaca de nacimiento y argentina por opción, llegó al país tras los pasos de su padre con sólo dos años en 1922. “Mi padre era médico y mi madre, a quien interesaban mucho los árboles y las plantas, se dedicó a la quinta y empezó a trabajarla entre el 24 y el 25”, recuerda y afirma que “hay muchas plantas que son de esa época”. Hoy, en la entrada a su chacra un cartel de la Comisión Municipal de Turismo Agroecológico anuncia que es una de las primeras plantaciones, origen de las famosas “Mandarinas de Malabrigo”, que eran “enviadas por ferrocarril al mercado Dorrego (Bs.As)”. También iban a Rosario y Río IV. “Se transportaba la fruta en carro hasta la estación”, señala Rita, y suma otro recuerdo: “venían cuadrillas, como la de Jesús Carreras, y vivían en los galpones de casa; cosechaban la fruta, llenaban los cajones, le hacían una vista arriba y los cubrían con celofán; así se mandaban al mercado central de Buenos Aires”.

En los comienzos, las plantaciones “eran más que nada mandarinas” y más adelante se incorporaron otras especies. “Decían que el naranjo era muy atacado por las langostas; hasta que Perón las combatió y luego si se empezó a plantar más”, rememora la productora.

El padre de Rita murió en 1939 y pasó a administrar la quinta Marion, la hermana mayor, quien falleció hace 10 años. Desde entonces “la productora más antigua” conduce el establecimiento con la ayuda de su sobrino Martín.

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1/Despoje. La mandarina no se puede arrancar, hay que cortar el cabo. Para eso los cosecheros usan esta herramienta, especie de anillo de metal afilado.

2/Recolección. La fruta se coloca en cajones, que se movilizan en tractores dentro de la chacra.

3/En la cooperativa. El proceso final se inicia con el descarte de la fruta que no sirve. La misma máquina lava y encera las naranjas.

4/Calibre. La segunda etapa es la separación por tamaño, que se realiza en forma automática.

5/Lista para embarcar. El encargado de empaque de la cooperativa, Diego Spontón, muestra el producto terminado.

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La lección de la sequía. Julio César Spontón, como la mayoría de los citricultores, instaló el riego artificial tras las pérdidas de 2008/09.

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El despoje, un oficio

“Hacía casi 20 años que no participaba en el concurso de despoje”, confesó Juan Antonio Cardozo, minutos antes de que se conozcan los ganadores del concurso de cosecha de mandarinas, una tradición de la Fiesta Provincial del Citrus. En la charla con Campolitoral este hombre de 50 años confesó ser el primer campeón que tuvo el certamen.

El trabajo cotidiano “no es tan difícil”, aseguró. Se realiza en dos turnos de 4 horas, de mañana y de tarde, y en una jornada “se puede juntar muchos cajones”. “Yo, por ejemplo, en una hora o un poco más junto 10 cajones de mandarina”, se ufanó. El pago se hace por hora a razón de $10.

Juan Antonio volvió al citrus cuando se paró el trabajo en la comuna y le ofrecieron volver a la quinta.

“Si que me tengo fe (para la competencia), como no se va a tener fe uno”, reflexionó mecánicamente ante la perogrullada del periodista. Muchos competidores jóvenes había en la quinta esa tarde. Pero el veterano cosechero demostró que la juventud por si sola no es garantía en el oficio. Y aunque tercero, volvió a subirse al podio que había pisado dos década atrás.

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Complementaria. La producción de citrus es, en la mayoría de los casos, una actividad que se combina con la ganadería o la agricultura para hacer rentable la empresa agropecuaria.

Nacimiento, letargo y resurección

Durante un tiempo hubo dos nombres para un mismo lugar: Colonia Ella y Malabrigo. El primero refiere a una hija de Federico C. Sigel, dueño de los campos circundantes que cedió los terrenos para la fundación, el 18 de junio de 1897. El otro, que finalmente se impuso, era la denominación de la estación del Ferrocarril General Belgrano.

Los citrus llegaron a Malabrigo de la mano de un inmigrante italiano, Antonio Valli, quien sembró las primeras 25 hectáreas de mandarinas al este del casco urbano. La segunda quinta, que aún persiste, fue la del doctor Martín Stoppel, un austríaco que dejó el viejo continente tras la Primera Guerra Mundial.

De inmediato la calidad de la fruta cosechada se hizo conocida y desde allí se abasteció durante muchos años a los principales merados del país.

La “época dorada” llegó en las décadas de 1950 y 1960, con 800 hectáreas en producción. La principal producción seguía siendo la mandarina y algunas chacras llegaban a 200 hectáreas implantadas.

Luego, hacia fines de los 70, varios factores se combinaron para darle un duro golpe a la actividad. Una de los más importantes fueron las enfermedades como la cancrosis —que pegó más duro en naranjas y pomelos— y la tristeza. Otra contra fue el auge de la agricultura, sobre todo sorgo y girasol que con menos gasto dejaban mejores márgenes; aunque también fue una zona linera por excelencia (hay una variedad “Lino Malabrigo INTA”). Y un tercer aspecto fueron las obras viales, como el puente Resistencia - Corrientes y túnel subfluvial, que abrieron caminos para que la fruta de otras regiones llegara más fácil hasta los centros de consumo. Hasta entonces, la fruta de Malabrigo llegaba hasta Mar del Plata, Buenos Aires y Rosario.

En el peor momento el área sembrada descendió hasta 120 hectáreas y apenas sobrevivían 8 o 9 productores. El resto estaba abandonado y si los árboles fructificaban se aprovechaban y si no, nadie se preocupaba.

Fue a fines de los 80 y principios de los 90 que se empezó a fomentar nuevamente la producción de cítricos. Se ideó la Fiesta Provincial del Citrus, se otorgaros créditos y se capacitó a los productores. Así surgió la nueva generación de citricultores que hoy domina la escena en Malabrigo, aplicando las más modernas tecnologías.

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Antigua foto de la primera quinta, de Antonio Valli, publicada en el “Almanaque del estudiante argentino” en 1915.

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Problema actual. La mortandad súbita de plantas es uno de los males que tiene preocupados a los productores últimamente.

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