Al margen de la crónica

¡Ahora la pimienta!

Es fantástico pertenecer. Es indescriptible la satisfacción que se siente formar parte de un círculo selecto, notable, avanzado; como el de argentinos, por ejemplo. Los argentinos -aunque se diga que no es bueno generalizar- tenemos en nuestros genes la condición de “progres”. Además somos inteligentes, ventajeros y pícaros. Cuestión que parece perfeccionarse en algunos oficios.

Muestras de esas cualidades autóctonas hay muchas y se ven a diario, pero algunas son más notables porque se exhiben públicamente en los medios, implican a muchos y se exponen al halago o la detracción. Los políticos y sus propuestas son una fuente inagotable de “argentinidades” que abonan el orgullo de pertenecer. Inventan algunos gags asombrosos por ejemplo, cuando quieren cambiar el nombre o bautizar calles, edificios públicos o plazas, a las ofertas y argumentos que fundamentan los enunciados no hay con qué darles. Pero algunas se llevan los laureles y para probarlo, basta con analizar el producto de tamaña imaginación puesta al servicio de la comunidad que idearon nuestros senadores y que ya consiguió media sanción- por la que se ordena a los mozos, retirar los saleros de las mesas de restaurantes y bares. Es que los parlamentarios determinaron que el consumo de esa roca comestible que ha sido por miles de años, provocadora de crisis económicas y guerras varias, es muy peligroso para la salud de los parroquianos.

Ahí ¡cruz diablo a los saleros!, aunque la orgía salada puede darse puertas adentro de la casa. Es que, estos caballeros dispuestos a protegernos hasta de nosotros mismos, descubrieron que la sal es dañina para todos los humanos bobos que la ingerimos en exceso en lugares públicos. En su cruzada, creen que es más peligrosa aún que las rutas y calles de la provincia que se cobran cientos de muertos al año. Se adelantan a los tiempos por venir y van por el cuidado intenso, minucioso de la salud. Descreen de la educación y de la prevención y eligen proscribir al letal mineral. ¡Bien hecho!, ¿para qué recurrir al consejo de médicos y especialistas?, ¿para qué sirven las campañas de concientización? Primero es lo primero: prohibir y multar y, de ser necesario, arrestar y ejecutar contra un paredón en este caso, a los execrables dealers de la sal. Para algo estamos en democracia, para algo están los derechos individuales; por algo ustedes representan a un pueblo de bobos hoy saladores- incapaces de entender cuando se les explica lo dañino de algunos excesos. Una sugerencia: recuerden que los asados son la ponderación del colesterol y consideren también clausurar parrillas y asadores; ya quedará tiempo para el brownie con helado. Mientras tanto, y para seguir acreditando sus sal(arios) con proyectos fundamentales para nuestro bienestar, ¡vayan por la pimienta!