EDITORIAL

Listas que causan turbulencias en el justicialismo

El dirigente pampeano Carlos Verna -y en su momento José Manuel de la Sota, en Córdoba- han sido los dos políticos justicialistas que han resistido las órdenes de la presidente de aceptar de modo sumiso a los candidatos propuestos por la Casa Rosada. En cambio, Daniel Scioli, que intenta la reelección de gobernador de la provincia de Buenos Aires, ha seguido la conducta opuesta. Además de admitir que le impusieran el candidato a vice, explica a la opinión pública que esa decisión es lo mejor que le pudo ocurrir a su provincia.

Lo curioso es que dos dirigentes de larga tradición peronista, como Verna y De la Sota, hayan afirmado su derecho a decidir en el espacio que les compete, mientras que un personaje que llegó a la política de la mano de Carlos Menem y de sus antecedentes motonáuticos, sea quien practique el verticalismo más desenfadado.

Habrá que prestar atención a las consecuencias que estas decisiones provoquen en el electorado. La experiencia de Tierra del Fuego enseña que no se pueden ni se deben subestimar las realidades locales; y tampoco se les puede creer demasiado a las encuestas oficiales, que siempre parecieran preocuparse por satisfacer los deseos de los contratantes.

La decisión de Verna, como es de público conocimiento, fue la de negarse a admitir que la lista de diputados que debía acompañarlo en su candidatura a gobernador fuera digitada desde la presidencia. A la molestia inevitable que a cualquier dirigente territorial le provoca que se decidan por control remoto cuestiones en las que tienen natural injerencia, aquí se suma el hecho de que los candidatos propuestos eran absolutamente desconocidos en el justicialismo pampeano.

Como se sabe, la presidente aparece decidida a impulsar lo que en la tradición peronista de los 70 se conoció con el nombre de trasvasamiento generacional. El objetivo explícito es capacitar a los jóvenes para que en un futuro no lejano se hagan cargo de la conducción del movimiento. Nadie de buena fe puede oponerse a una propuesta de estas características, pero muchos dirigentes peronistas se preguntan ¿por qué la capacitación se identifica con cargos electorales o cargos en la gestión pública muy bien rentados? A esta duda, el círculo de poder de la Casa Rosada no le ha dado respuesta y pareciera que no tiene ningún interés en darla.

No deja de llamar la atención la mistificación que acompaña a todas estas iniciativas. A esta nueva promoción de jóvenes cuyo compromiso político pareciera estar en sintonía directa con los sueldos que cobran, se los presenta como los herederos de la generación del Setenta. Al respecto habría que decir que, como nunca, el principio que sostiene que la historia primero se da como tragedia y luego como comedia, amenaza con cumplirse al pie de la letra. La generación del Setenta, con sus errores y aciertos, fue trágica. Y lo que ahora se pretende hacer desde el poder, pertenece al género del sainete.