Lengua viva

El grafema y la ortografía (II)

Evangelina Simón de Poggia

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Estábamos conversando sobre la Ortografía. Siempre recuerdo un debate que se llevó a cabo en un medio de comunicación rosarino sobre la escritura textual y, por ende, la transposición al tema planteado fue inmediata e ineludible.

Los participantes, profesionales universitarios responsables de la formación de nuestros alumnos que ocupan un espacio importante en el área de nuestro interés, cayeron en el fragor de la polémica en ciertas falacias increíbles e inaceptables como pretender que lo fundamental es que los alumnos escriban sin importar “cómo lo hagan” desde el campo grafémico, democratizar la ortografía, tener en cuenta la incidencia del contexto ¡Qué gracia! en una situación coloquial podemos decir “boludo”, pero siempre irá con “b” larga en la escritura; ¡estoy muy confundida! se olvidaron de la importancia de los buenos hábitos grafémicos, de su incidencia semántico-morfémica, de las formas dialectales propias de nuestra zona como el “yeísmo rehilado”, de los problemas que nos trae el “seseo”,etc. ¡Todo vale! Lo importante es que escriban, la computadora les corregirá, ignorando que no siempre ocurre esto, omitiendo que, todavía, en el momento de buscar un trabajo, aunque estén amparados por un título, tendrán que prestar atención a la ortografía, que es parte de nuestra formación cultural, de nuestra expresión, de nuestra lengua. Ignoraron que el grafema cumple la misma función en la escritura que el sonido en la oralidad, ambos representan a una entidad abstracta, el fonema, que es constituyente de nuestro sistema fonológico, que en nuestra región con apenas veintidós, en número, formamos miles de palabras. Si nuestra concreción en la oralidad , a través del sonido, la llevamos a cabo incorrectamente no podrán comprender nuestros escuchas lo que decimos, la comunicación se planteará de manera deficiente y lo mismo sucederá en la escritura con el grafema; no es lo mismo decir “yama que llama” ¿no? o “calló que cayó” o “huevo que guevo” u “ola que ¡hola!”, etc...

Creo que abandonamos a la ortografía con sus consecuencias comunicativas por impotencia; fueron muchos los docentes que se formaron en corrientes como la psicogénesis que, justamente, propugnó el dejar hacer. El resultado fue fatal, pues cuando el niño está adquiriendo la lecto escritura es fundamental el desarrollo de correctos hábitos grafémicos, como lo son la higiene, la prolijidad, la solidaridad, etc.

Plantear dentro del ámbito del aprendizaje un “sin sentido” es muy peligroso; no podemos formar a nuestros alumnos en el concepto de que todo vale, que tanto da lo correcto como lo incorrecto, que la norma es relativa, etc., pues estamos evitando la construcción de nuestro futuro, la visión de una luz que alumbre el caminar de nuestras vidas por el espacio cultural.

En este momento me viene a la mente. Y.. la Real Academia Española ¿Qué está haciendo con la ortografía? ¿Le está dando brillo y esplendor?