Hubo poeta. Sigue habiéndolo

Hubo poeta.  Sigue habiéndolo

“Le tre case del Campiaro a Grizzana” (1929), aguafuerte de Giorgio Morandi.

Por Cecilia Romana

 

“El espíritu del páramo, cien poemas, 1977-2009”, de Ricardo Herrera. Ediciones del Copista, Córdoba, 2011.

Ricardo Herrera es, además de poeta y traductor, un consumado promotor de la escena poética nacional. Desde la dirección de su revista, Hablar de poesía, ha dado y lo sigue haciendo, inmensas oportunidades de publicación a poetas jóvenes, desconocidos, o no tan jóvenes y desconocidos igual. Su gusto consistente por el verso puro en una estética que está fuera de toda moda la mayor parte de las veces, por mala suerte, contraria a la moda-, lo convirtió en un lector exigente, concienzudo y dedicado cuidadosamente a separar la paja del trigo en la escena lírica argentina. Más allá de ese hecho innegable y valioso por sí mismo, Herrera es, en esencia, un poeta. Desde sus años más jóvenes, cuando vivía en las sierras de Córdoba, escribió poesía, amparado, como bien lo indica Pablo Anadón en su prólogo, por las eternas charlas con Alejandro Nicotra, uno de nuestros mayores vates que, quizás, por ser provinciano y haber elegido quedarse en su terruño, no tuvo ni tiene el reconocimiento que se merecería, no por lo menos, en el orbe porteño, tan egoístamente apegado a quienes viven y trabajan en él.

Hace unos meses, Ediciones del Copista, sello cordobés de factura envidiable, enriqueció su catálogo con el libro El espíritu del páramo. Cien poemas 1977-2009, de Herrera, volumen que reúne la centena poética que él mismo seleccionó y que consigue dar a través de la lectura, una idea general sobre lo que significa la trayectoria de este poeta en los treinta y dos años que abarca la antología. Desde los versos de Años de aprendizaje (1977-1985) hasta los de Por la puerta entornada (2003-2009), las páginas delinean un perfil estable, tocado, sin duda, por influencias italianas Ungaretti, Montale-, una búsqueda constante de tantear lo grande a través de lo mínimo o, mejor dicho, de cifrar la vivencia en lo estrictamente ineludible, el nudo, el centro mismo de las cosas. Poemas como “Sextina del invierno”, donde se anima a decir refiriéndose al sueño: “Tus manos lo apaciguan en la noche; / lo abrigan, con ternura, de la muerte. / Un soplo inexorable curva el álamo”, demuestran en este sentido, cómo paralelamente existe lo cotidiano, el trozo escueto de la noche en el acto común de dormir, mientras afuera, el viento, la naturaleza, lo enorme, trabaja incesantemente.

En Imágenes del silencio cotidiano (1998-1999), aparece también el conflicto entre lo exterior y lo interno, aunque esta vez se refiera a lo objetivo y la posibilidad o no de convertirlo en literatura. Dice en el segundo poema de la serie: “... Este es mi pan: / el miedo y la ternura cuando están / vueltos al infinito. Pero ahora / todo calla. La noche no atesora / ni sueños ni deseos. Vuelve el día...”.

En el última parte del volumen, Por la puerta entornada (2003-2009), Herrera convive con la cotidianidad del que está en la tierra y mira. De alguna forma, como un espía, observa a su hija y escribe en el poema que da nombre al conjunto: “Por la puerta entornada de tu cuarto / -ese bosque de libros que custodia tu esencia- / se abre paso hasta mí la melodía / de tu piano campestre: un arpegio, un arco iris...”. Los tonos de su vida y, por consiguiente, de su poesía, varían, se mueven, viven al igual que él.

Sería largo enumerar uno a uno los versos que en sí mismos pueden describir profundamente El espíritu del páramo... Ya Herrera, con este título, nos anuncia que hay algo de inasible en su trabajo, un aire que lo sobrevuela, un aire difícil de atrapar. Dejo para el final unos versos del libro Estudios de la soledad (1985-1995), que pintan de pies a cabeza el entramado de tristeza, alejamiento y trabajo que exige la poesía para nacer, desarrollarse y echar a volar: “...hojas muertas... (En la casa dormida, / en la hora que urge al tiempo a revelarse, / al triturar colores / para mi extinto fuego, / oigo por fin la voz / desértica, el espíritu del páramo.)”.