Poemas de Ricardo H. Herrera

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“Paesaggio” (1927), óleo de Giorgio Morandi.

 

El poema parece una neblina

(De “Estudios de la soledad”)

El poema parece una neblina

que aísla a cada cosa en su pasado.

En su pasado queda, abandonado,

como en un eco o un halo que ilumina,

el presente vivir. Y así fascina.

Condensado en sí mismo, el malogrado

fervor se transfigura en un osado

saber. ¿Qué importa la orfandad, la ruina?

En ese yermo que el dolor desola

lo inesperado da su testimonio:

el alma y la palabra en que ella empieza.

El guijarro pulido por la ola

y la vinosa hoja del otoño

guardan así, secreta, su belleza.

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(De “Imágenes del silencio cotidiano”)

Sólo esta breve luz, la luz que irisa

tu desnudez, tus ojos, tu sonrisa,

tu deseo cuando entra en el amor.

Sólo esta breve luz, esta hambre, ardor

del sí junto a la muerte, este tormento

invadiendo mi carne, el sentimiento.

Sólo esta breve luz, la del poema

de mi fidelidad, la llama extrema

y límpida, mi angustia, mi quimera.

Sólo esta breve luz, la de la espera

pendiendo en el silencio como un fruto,

con su clamor inmóvil y absoluto.

Sólo esta breve luz, la inadvertida

y vulnerable lumbre de la vida.

En el jardín

(De “El descenso”)

No se mueve una hoja en el jardín.

Un huracán de angustia

se adueña del vacío

que deja la promesa de la vida.

No se mueve una hoja en el jardín.

Un silencio de eternidad derruida

—como el amigo que no tengo—

me acompaña mientras camino solo.

Aunque ya nada espero, noche a noche

(De “Por la puerta entornada”)

Aunque ya nada espero, noche a noche,

traída por los sueños sobrevive

la fuerza del pasado. Eso me basta;

me basta esa simiente. Si despierto,

la penumbra de oído virgiliano

atesora el acorde del paisaje

que nos tocó vivir: la sierra, el mar,

las aguas transparentes de un deseo

que siempre te fue fiel. Nazco otra vez.

Nace otra vez la forma del poema

que aprendí de las piedras y las albas.

Me aferro a ese espejismo de la luz

y arde el silencio, amor, en ese fuego.

Adiós. Ya el sueño llama al soñador.

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“Casa con cipresso” (1927), óleo de Giorgio Morandi.