Elías Benítez, el último arriero

 
P1080095.JPG

Elías trenza con sabiduría sus cueros, mientras comparte con su hijo César el retiro en Arroyo Aguiar.

 

Verdadero símbolo de una época pasada, encarna -a los 90 años- al paisano que supo descifrar los secretos de la naturaleza y sus animales para ganarse la lealtad de sus pares.

TEXTO. FEDERICO AGUER. [email protected]. FOTOS. FEDERICO AGUER Y GENTILEZA CÉSAR BENÍTEZ.

“Nunca es malo trabajar”, nos dice Elías Benítez. “Yo siempre trabajé, desde chico”, agrega este criollo nacido hace 90 años en la estancia “La Selva”, cerca de Reconquista.

Único sobreviviente de aquellos 14 hermanos, Elías se inició temprano en las labores del campo. Al perder a su padre a los seis años, tuvo que dar los primeros pasos en la cosecha del trigo y del maní, emparvando lino en agobiantes eneros, mano a mano con los colonos italianos. “Muy buena gente”, evoca entrecerrando los ojos.

Charlamos con Elías mientras el sol se esfuerza en calentar la helada siesta de invierno. El hombre se expresa con sus manos, y mientras sus recuerdos fluyen, va trenzando los cueros, actividad con la que “mata el tiempo” en las quietas jornadas de su retiro en Arroyo Aguiar.

Hombre de pocas palabras, aprovecha la ocasión, sabiendo que la excusa de la visita es escucharlo para poder contar su historia. De a poco, va tomando confianza y sigue recordando.

En aquella infancia sufrida, las tareas gauchas se aprendían con avidez y alegría. El caballo, ese compañero del que aprendería todos los secretos, comienza a fundirse con él en el día a día. A los 8 se muda a la estancia “Los Claros”, propiedad de unos alemanes, a 45 kilómetros de Reconquista. Aprende allí el manejo del arado con buey, trabajo que realiza de día y de noche, aunque la dureza de la labor era facilitada por la docilidad del animal. “El buey es un animal muy entendido para el trabajo con una rienda”, enseña Elías.

La vida lo lleva luego a un campo en Tartagal, propiedad de “La Forestal”, donde encallece sus manos cargando y descargando troncos de quebracho y manejando el hacha en medio del monte. “Llegué a comer carne de La Forestal a 15 centavos el kilo. ¿Te imaginás?”, se sonríe por primera vez.

SAPIENciA PARA EL AMANSE

El trabajo con la hacienda se intensifica, y los grandes arreos de ganado se transforman en la faena cotidiana, llegando a estar 15 días “en el camino”. En aquellas jornadas interminables, se ponía a prueba la baquía, la voz de mando y la responsabilidad de conducir arreos de más de 500 vacunos. “Nunca perdíamos una vaca”, evoca con orgullo. De día, cabalgando repartidos estratégicamente para conducir la tropa con chiflidos, gritos, señas, y la ayuda de los perros. De noche, durmiendo bajo la escarcha con las espuelas puestas y haciendo guardias para que no se escape la hacienda o los caballos.

Desde entonces, Elías se distingue por su sapiencia en el amanse de potros, y es convocado por los patrones para llevar adelante este particular “arte”, llegando a desarrollar un contacto íntimo con los equinos, propio del conocimiento de aquellos que observan la naturaleza en su esencia más pura.

En ese transcurrir, fueron muchos los “parejeros” que compartieron el viaje, pero hubo uno que enseguida se le viene a la mente: “el Pangaré”, un manchado medio amarillo con el que entabló una amistad sin palabras, pero sincera y fiel.

A los 29 se casa con Margarita Medina, su compañera de toda la vida, y empiezan a llegar los hijos: Carlos, María Teresa, Lidia, Ricardo y César, quienes nacieron en los distintos destinos laborales: Garabato, Los Claros y Reconquista.

EN EL NORTE

Los caminos del norte siguen abriendo sus secretos a Elías. Los Amores, Intiyaco, Golondrina. Distancias que se medían en leguas y en anécdotas increíbles, como el día que perdió un dedo por el “chicotazo” de un lazo que quiso controlar la furia de un toro mañero en medio del monte. “Sentí el calor de la sangre y me volví a la estancia” -al tranco- “para que me atendieran”, recuerda, como si nada. O aquella vez -quizás la única- que un caballo lo volteó en un revolcón que le quebró el tobillo, el que le terminó acomodando un “huesero”, mezcla de enfermero gaucho y chamán del monte.

La vida siguió su derrotero. La rutina a campo se mantuvo con la tradiciones ganaderas, tales como el baño de hacienda contra la garrapata (un problema recurrente en el norte); señalar, marcar y capar terneros, además de la tradicional yerra al destetarlos. Y todo el tiempo confeccionando las riendas, cabezadas, bastos, estribos y las prendas que usaba con orgullo y vendía a sus compañeros por algunas monedas.

EDAD DEL RETIRO

Como marca la ley, llegó la edad de jubilarse. El retiro lo encontró instalado en Arroyo Aguiar, como capataz del campo de “Cacho” Crespo, donde despuntó la pasión del trabajo en el campo hasta que pudo.

Finalmente, aceptó un pedido para trabajar en las instalaciones del remate feria, manejando la hacienda, ahora entre estrechos corrales. No era destino para alguien hecho en los inconmensurables montes del norte.

A partir de allí, ocuparía sus días confeccionando sus artesanías, visitando a los sobrinos y nietos y rodeándose del cariño de los suyos. “Tengo un poco de artrosis en las rodillas”, se lamenta, como si tuviera 60. Esos días a campo, esas noches bajo la escarcha, siempre de a caballo, forjaron a este hombre, símbolo viviente de otra época, plagada de silencios, sacrificios y trabajo digno. Hoy comparte la vida con César, el menor de sus hijos, quien lo cuida con amor abnegado.

No está mal trabajar, aun desde la infancia. A Elías Benítez, el último arriero, el campo lo forjó como un hombre de bien. Su descendencia y sus cueros viven para comprobarlo.

FOTO 5.JPG

El rostro de Elías se funde con el de un compañero inseparable de la vida: el caballo.

FOTO 10.JPG

Elías y Margarita compartiendo un paseo en sulky.

P1080096.JPG

En su retiro, Elías “despunta el vicio” gracias a los conocimientos adquiridos en una vida de trabajo.

FOTO 2.JPG

En un alto de las tareas de campo, sus compañeros se inmortalizan para la foto.

FOTO 9.JPG

En su juventud, con amigos y parte de su familia en el campo.

FOTO 16.JPG

Compartiendo con amigos, de bombacha, pañuelo al cuello y sombrero.