Señal de ajuste

Romanos: sangre, arena y triple X

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Lo más notorio: violencia extrema y sexo en abundancia, en “Spartacus, sangre y arena”, que se emite los miércoles por FX. Foto: Gentileza producción

 

Roberto Maurer

Las “películas de romanos” nunca mueren, y aquel género conocido como “peplum” ha regresado, diríamos, a partir de “Gladiador”, de Ridley Scott, al cual han seguido la miniserie “Roma” de HBO y el film “300” de Zack Snyder que, si bien trata de espartanos, congenia con la misma idea acerca de las aventuras paganas de la Antigüedad. Antes, un mojón en la materia habían sido “¿Quo Vadis?”, de William Wyler y el “Espartaco” de Stanley Kubrick, que plantó otra referencia insoslayable con la ayuda dinámica de Kirk Douglas, en el intento de construir la alegoría política del escritor comunista Howard Fast. Naturalmente, hubo una moda e infinidad de películas que hoy son bizarras, con sus túnicas de percal, columnas de cartón piedra y guiones cuya fuente vidriosa pudo ser cualquier libro de historia.

Participando en el resurgido interés del gran público por ese mundo excitante de senadores, moral relajada, gladiadores, leones alimentados con cristianos, populacho, orgías y monumentalismo, la señal FX estrenó la serie “Spartacus, sangre y arena” (los miércoles a las 23), donde renueva el género en acuerdo con tiempos más permisivos. Lo más notorio: violencia extrema y sexo en abundancia. Es lo más visible, y en un sentido literal, ya que la sangre inunda la pantalla brotando de las arterias cada vez que la espada de un guerrero rebana algún miembro del rival, o atraviesa sus tripas, en acciones relatadas en deleitosos, sádicos y estilizados ralentis, que se turnan con escenas de porno soft-core que incluyen desnudos frontales y, con gran apertura, algunas incursiones por el sexo gay. Hombres y mujeres bellos son exhibidos en la plenitud física de los torsos, bíceps, lomos, glúteos y tetas trabajados en gimnasios (*). Si se suman la corrupción, la venganza y las intrigas, el resultado es un combo irresistible.

ERAN PEORES, O CASI

El Imperio Romano, a su modo, opera como un espejo de la sociedad actual y con sus similitudes nos sirve de consuelo inconsciente, por las equivalencias: corrupción de la política, riqueza prepotente, espectáculos de masas y el populismo resumido en la difundida expresión “pan y circo”. Estas ficciones representan un alivio: hasta ahora, en comparación, los romanos cayeron más bajo. Fueron más violentos y disfrutaron de una esclavitud legalizada, por ejemplo.

En el primer episodio de trece, los tracios son traicionados por sus aliados los romanos en la guerra contra los dacios, porque el pérfido Claudius Gabler prefiere abandonarlos, es decir “dejar esta tierra de mierda azotada por toscos bárbaros”, para dirigirse a la frontera norte y pelear contra los griegos de Mitritades. Es una opción oportunista, ya que le brindará más prensa y prestigio en época de elecciones.

El ambicioso legado Gabler está de novio con la hija de un senador, que se le aparece en la tienda del campamento cubierto de nieve. Es una visita inesperada de la rubia, que llega envuelta en un tapado de piel y una botellita de vino. Pasada la sorpresa, con desenvoltura de botinera le dice “todavía no has probado tu regalo”, y se saca las pieles. No lleva nada debajo.

En tanto, el protagonista se rebela y es tomado prisionero por los romanos, que lo llevan a Capua, donde el senador ofrece una fiesta que podría ser confundida con un local de stripers, y en la cual son presentados los gladiadores que al día siguiente lucharán en el circo, acompañados por sus managers. Llevan nombres como “La Bestia de Cartago”, “El Dios de la Sangre y la Arena” y “El Látigo de Atenas”. El protagonista es condenado a pelear hasta morir: “Habrá sangre tracia en la arena para ganar el corazón de las masas, y el Senado implorará ir detrás” se oye, una señal de que la demagogia y el oportunismo no son un fenómeno novedoso.

Pero la valentía de nuestro tracio se gana la tribuna y el senador, sabio, dice que “no es prudente desafiar los deseos de la gente”. Viendo pasta de campeón, Batiatus lo compra para su team de gladiadores y lo lleva a su ludus para entrenar en el gimnasio. El ludus es una escuela de gladiadores, en este caso la herencia familiar de Batiatus, una especie de Tito Lecture de la Antigüedad.

—¿Cómo se llama este hombre?- le pregunta a Gabler.

—Nunca me he molestado en averiguarlo-, responde con desprecio el legado. Entonces, Batiatus lo bautiza con el nombre de un legendario rey tracio: Spartacus. Por primera vez se pronuncia el nombre del desconocido tracio, y es el remate del capítulo inicial.

DÍAS DE ENTRENAMIENTO

El segundo fue dedicado a la dura vida de Spartacus en el ludus, donde es humillado y maltratado por su origen bárbaro. Hace amistad con un gladiador gay y otro que no es esclavo, pero junta dinero para pagar sus deudas, o sea un profesional.

Las damas se asoman al balcón que da al patio de entrenamiento y suspiran o más bien jadean ante esos cuerpos malolientes y sudorosos. “Son salvajes y brutales, ¿verdad...?”, se dicen, descubriendo la sensualidad de las bestias, tan diferente del refinamiento decadente de su cultura.

Spartacus pasa las pruebas, se gradúa y lo marcan con un fierro candente. “Bienvenido a la hermandad”. A los interesados, una noticia: para el capítulo sexto está programada una orgía completa.

(*) “Al principio tuvimos muchísimas conversaciones acerca de cuántos penes se podían mostrar en un capítulo”, declaró Rob Taper, uno de los productores.