Ellos, a cargo

Pende sobre nosotros un terrible juicio admonitorio: cuando los varones estamos a cargo no ya de la cocina sino de la casa toda y de sus habitantes, hay -acusan- un despelote de novela, para utilizar una metáfora de fácil comprensión. Ya voy a lavar los platos, ya voy...

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

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No hace falta, casi, que aclare que no hay una cuestión de género para ser ordenado o soberanamente despelotado, pero en general ellas sueltan ligeras de cuerpo (y después no se aguantan las consecuencias) que “si te dejo a cargo una semana hay que rehacer la casa”. Antes de comenzar a gritar indignado que se trata de una falacia, abundaremos en el prejuicio.

Ellas, las chicas, cuando están a cargo, ya se sabe que hacen todo, todo el tiempo y todo bien (si notan algún sarcasmo, les recuerdo que se trata de una deconstrucción del lector, no de una formulación de quien escribe) y que su presencia es realmente irremplazable en una casa.

Con enorme ecuanimidad, las chicas han logrado de alguna manera equilibrar las desiguales cargas de trabajo en el hogar y ahora los dos reman adentro y afuera. Pero yo sostengo que hay algo allí a las vueltas, en lo más recóndito, que las constituye igualmente en fiscales aunque no tengan siempre a cargo las tareas generales o particulares o las mismas estén claramente normadas, organizadas, divididas, sectorizadas o hasta -en los casos de prolijidad extrema- con un sistema de rotaciones. A algunos les toca esta semana planchar y bañar a los hijos; a otros u otras, cocinar dignamente y limpiar la casa, por ejemplo. Decía que por más que las funciones estén compartidas y aceptadas naturalmente por unas y otros, ¿me parece a mí o ellas, ustedes mis chiquitas, se guardan para sí el rol de certificar que nosotros hacemos peor las cosas que ustedes?

A mí ya me pone nerviosito que miren a trasluz un vaso que lavé yo, sólo para verificar que hubiera podido dedicarme más a pasar la esponjita con detergente, enjuagar bien y, en fin, hacer las cosas de una sola vez y correctamente.

Ellas sostienen, (tr)aviesamente que cuando nosotros estamos a cargo, la casa entera se relaja, la criatura no sólo no se baña sino que conoce nuevos jueguitos de internet, la pasa bárbaro y hasta postula, con el regreso de la madre, que se terminó la buena vida. Ellas, entonces, aprovechan para dejar la aguda cuña de que ellas, ustedes, deben asumir el papel de las malas de la película y nosotros somos los que permitimos las cosas, los buenos y los amigos, y en el medio que la casa se vaya al diablo.

Lo que pasa, argumentan con indudable malicia, que ni bien yo, ella, ustedes, se van de casa, yo, él, nosotros, corremos a desparramarnos al sillón frente a la tele, porrón a o en mano y maní salado o papitas, cuyos restos por otra parte nos delatan miserablemente más tarde.

Además, nuestro paso por la cocina tiene secuelas, aseveran. Además, el baño parece haber sido tomado por una orga de trogloditas. Además los hijos no hicieron la tarea, no se bañaron y tienen un insoportable tonito de felicidad e insolencia que debe ser borrado de la faz de la tierra.

Lo que denuncio, en realidad es que, con variaciones, ustedes quieren salir y delegar en su pareja el comando de la casa, pero no aceptan variaciones estilísticas. Mah qué variaciones estilísticas, se escucha del otro lado, ¡esto es un kilombo!

Y así pasan los días, los meses y los años y tú, tú contestando, quizás, quizás, quizás (para dejar sentada la edad); las cosas continúan y yo propongo una mediación: nosotros nos ocupamos con un poquito más de esmero de la cuestión y ustedes, ya que nos dejan a cargo, bajarán un poco su nivel de exigencia respecto del modo en que deben hacerse las cosas. Y más sucia la copa, tu abuela.