Llegan cartas

Alerta roja

Tito L. Rocchetti.

Ciudad.

Señores directores: Hace algunos meses tomó estado público un estudio que señalaba que un 25 % de nuestros jóvenes entre 18 y 24 años no trabajaba ni estudiaban, y que de aquéllos que cursaban el secundario sólo concluían esa etapa educativa un 33 %. Ahora ha impactado la atención otra noticia periodística que desnuda la gravedad del problema, ya que en El Litoral del 28/07, en la página 9, informa que en nuestro país hay más de 700.000 jóvenes que no trabajan ni estudian, dato indicativo de la existencia de una severa situación que aqueja a un importante sector de nuestra sociedad. Y si ante este hecho nos preguntamos hacia dónde vamos vernos que se ensombrece el futuro del país y de su pueblo. Esto resulta muy preocupante desde el punto de vista humano, pero también porque en este mundo globalizado en que vivimos el conocimiento se ha transformado en uno de los factores más poderosos del crecimiento económico y social, y quienes eligen no capacitarse o no trabajan atentan contra la sociedad en su conjunto porque no se insertarán en ella como personas útiles, competentes y necesarias. Cuando por las razones que fuera los padres aceptan que sus hijos eludan el esfuerzo de capacitarse están atentando contra su futuro, el de su propia familia y el del país porque esa actitud de eludir sus responsabilidades ante la comunidad hace que sus descendientes se constituyan en una carga para ellos y la sociedad y un lastre indeseable para el país, y ya se señala que la mencionada situación es una de las bases de la violencia e inseguridad urbana.

Por eso, quienes no asisten a establecimientos educativos o abandonan precozmente las aulas cuando quieran reaccionar y buscar ocupación la realidad los castigará marginándolos de las ocupaciones bien pagadas pero que requieren capacidad, dejándoles como opción empleos con bajas remuneraciones y futuro limitado y mezquino. Este panorama de perspectivas debería servir de advertencia para los jóvenes y sus progenitores y constituir un reclamo para que el Estado, como organización superior, asuma el rol que le compete en la solución del problema. Vale la pena recordar que en nuestro ayer ciudadano tuvimos un líder político carismático con un gran poder de convocatoria y reunía grandes multitudes, y a veces en las arengas a sus seguidores más fervorosos —los trabajadores— les remarcaba que uno debía ser el artífice de su propio destino, como una forma de estimular sus esfuerzos para crecer en su ubicación social, porque el trabajo ennoblece al hombre, lo jerarquiza dentro de su comunidad y ayuda al progreso general. Si estos jóvenes comprendieran y aceptaran el significado de estas palabras y se hicieran de dicha convocatoria, deberían pensar sanamente en el futuro promisorio al que aspiran, y luchar y esforzarse por alcanzarlo por el camino correcto, seguros de que si hacen eso despertarán el orgullo y satisfacción en su entorno familiar, y el apoyo y aceptación general de sus semejantes.