Editorial

Alperovich y la voluble Tucumán

Según los juristas, el dirigente peronista José Alperovich no reunía los requisitos institucionales para presentarse en estas elecciones como candidato a gobernador de Tucumán por tercera vez consecutiva. El tema puede que sea polémico pero da la impresión de que no le hizo perder el sueño a este político y, mucho menos, al setenta por ciento del electorado que votó el último domingo.

Alperovich se inició en la vida pública en las filas del radicalismo, luego se identificó con el duhaldismo y en la actualidad, se muestra como un aguerrido militante kirchnerista, un calificado “soldado de la causa”. Su versatilidad política, sin embargo, no debe llamar a engaño. Los cambios y mutaciones de Alperovich siempre han estado en sintonía con el poder y nada autoriza a pensar que en el futuro no lo siga haciendo.

En las elecciones anteriores, el actual gobernador obtuvo el 78 por ciento de los votos, por lo que se podría decir que ha tenido un retroceso relativo respecto de los recientes comicios. Nada de ello impide afirmar que su victoria más que contundente, fue abrumadora, sobre todo si se tiene en cuenta que al principal candidato opositor le sacó casi sesenta puntos de diferencia.

Es verdad que el electorado tucumano en las ultimas décadas ha dado muestras de volubilidad en sus opiniones, no muy diferente a la del propio Alperovich. Los datos más salientes de ese humor cambiante lo demuestran los votos que en su momento obtuvo Domingo Bussi, uno de los militares más involucrados con el terrorismo de Estado.

Asimismo, el carácter trágico de esta elección se contrasta con el voto a Palito Ortega, presentado ante la sociedad como el garante de la exclusión de Bussi, una consigna que pudo haber estado muy bien motivada, pero que de todos modos no impidió que luego de la gestión del autor de “Despeinada” y “Niñera nueva ola”, el temible general Bussi accediera a la gobernación de la provincia de Tucumán de la mano del voto popular.

Las orientaciones del electorado en Tucumán han sido cambiantes, pero lo que se ha mantenido constante es la pobreza, la exclusión social y su consecuencia inevitable en la Argentina que vivimos: el clientelismo político practicado a través del uso dispendioso de los recursos del Estado y orientado a mantener electorados cautivos.

No deja de llamar la atención que cuanto más pobre y atrasada es una provincia, cuanto más débil es su sociedad civil y más concentrado está el poder en el Estado, más contundentes son las victorias electorales de los oficialismos de turno. Entre nosotros, los resultados electorales a “la paraguaya” o a la “cubana”, son el producto de esta ecuación perversa de pobreza exclusión y clientelismo.

Puede que la oposición sea responsable de esta situación por no haber elaborado una estrategia eficaz de poder, pero desde el punto de vista estructural es evidente que más allá de los defectos o límites de los dirigentes opositores, se hace muy difícil construir proyectos alternativos en sistemas políticos concentrados y sociedades civiles desarticuladas y dependientes del clientelismo.