Colón superó, en la entrega, la crisis post-clásico...

El partido de la cabeza

El partido de la cabeza

A trabar con lo que sea

Leandro González tuvo pasajes en los que denostó cierto fastidio adentro de la cancha, pero no escatimó esfuerzo como lo hizo en esta pelota que va a trabar con la cabeza ante la presencia de Mateo. Foto: Agencia Rosario

 

Enrique Cruz (h)

(Enviado Especial a Rosario)

Todos los ojos posaban sobre ellos. Sobre los jugadores y sobre Sciacqua. No se podía perder. El clásico no sólo los había lastimado internamente, a cada uno, sino que generaba una sensación de inestabilidad muy grande. Y apenas habían pasado cinco días. Como decía Cachito Vigil en la charla del miércoles de Santa Fe Fútbol, “se puede perder, lo que importa es el cómo”. Y ese “cómo” de Colón, sin peso específico propio, sin reacción ante la adversidad, era lo que más hondo había calado en la gente.

Todos los ojos posaban sobre ellos. Por eso, era el partido de la cabeza. El partido en el que la mentalización para superar la adversidad con mucha fuerza interior, resultaba imprescindible. Y también era el partido de la cabeza, porque una nueva derrota habría traído aparejadas consecuencias que muchos, dentro mismo de Colón, no deseaban.

Había que sacar a relucir esas cuestiones que van más allá de dar bien o mal un pase, de acertar en un centro o una atajada. Había que respaldar al técnico desde la entrega, desde la lucha, desde el sacrificio sin pausas, dejando todo en la cancha y poniendo eso que tanto se le reclama a todos los equipos desde afuera, dejando en claro —el hincha— que correr y meter ayuda a suplir cualquier defecto técnico.

Y a ese partido, el de la cabeza, Colón no sólo lo empató. Me animo a decir que lo “ganó”. Y lo hizo con una entrega encomiable de todos, con un Moreno y Fabianesi que se tiraba al piso a disputar cada pelota como si fuese la última y hasta colocándose al límite de otra nueva expulsión; con un Bastía recuperado y más cerca del que vimos en Bahía Blanca que el que prácticamente se “arrastró” en el clásico sin respuestas de ninguna índole; con un Costa que terminó acalambrado; con una dupla central que pareció invulnerable y un arquero que no dio muestras ni de nerviosismo ni de falta de ritmo competitivo.

Ése fue el Colón que fuimos a ver a Rosario, el de la fuerza moral para dar vuelta la página negra del clásico. Fue el Colón que respaldó a su técnico, que sabía muy bien que una nueva derrota podía desembocar en el cambio de entrenador. Asimilaron las presiones y salieron a la cancha a dar una muestra de valor. Lo hicieron. Y por eso no perdieron.

De fútbol, nada

Después, está la otra parte de la historia. El equipo puso lo que había que poner, corrió, fue fuerte mentalmente y recuperó algunos niveles que se habían perdido en el clásico. Niveles que tienen que ver con rendimientos individuales (levantaron Barraza, Bastía, Costa y Candia) y de seguridad, porque no en vano el equipo pudo mantener el cero en su arco ante un rival que no aprovechó más de 20 minutos con un jugador de más en la cancha.

Colón no jugó bien al fútbol, de eso no caben dudas. Se equivocó mucho con la pelota, no creó juego en la mitad de la cancha más allá de la movilidad de Moreno y la posibilidad, nunca concretada, de que se junte con Tomás Costa, y tampoco pesó arriba. Peratta, el arquero rival, no tuvo una sola atajada. Y sólo puede tomarse como una aproximación de riesgo un contragolpe de Moreno que no fue bien continuado por un Leandro González con demasiadas gesticulaciones y fastidio. Eso, más un remate afuera desde adentro del área del Bichi y un tiro libre de Urribarri que le picó antes a Peratta y terminó en córner. Casi nada de nada.

Colón necesita urgente de sociedades futboleras y que aparezca alguien con explosión para cambiarle el ritmo al equipo. Lo de las sociedades se debe armar a partir de Tomás Costa, a quien no lo perjudica el hecho de jugar de doble cinco pues le permite, teóricamente, un mayor contacto con la pelota. Jugando allí o en un lateral, Costa es un jugador técnicamente dotado y con suficiente inteligencia para convertirse en armador. Y a él se puede sumar un Moreno o un Prediger y esperar porque la recuperación de Luque y Chevantón permita que el equipo consiga ese cambio de ritmo y explosión ofensiva que parece faltarle.

En la semana leía declaraciones del Cholo Simeone, quien dijo que “en la Argentina no se puede jugar bien”. Simeone lo dice a partir de la exacerbación que existe por presionar, por achicar espacios, por transformar la cancha en un “campo dinamitado”. Pocos ponen la pelota contra el piso, pocos se toman un segundo para pensar y a ese vértigo se le suma la falta de talentosos. Lo físico impera, lo táctico es una bandera irrenunciable y las presiones por no perder se transforman en una especie de soga al cuello de casi todos los técnicos.

Algo dijo Marito Sciacqua durante la semana con una buena dosis de razón, cuando habló de que este Colón tuvo ráfagas interesantes en este torneo. Pretender que el equipo repita el segundo tiempo de Arsenal, la primera media hora con All Boys y buena parte de lo que hizo en Bahía ante Olimpo no es un pedido desconsiderado ni exigente. Se puede, aunque ayer no hubo casi ningún pasaje rescatable cuando se tuvo la pelota. En todo lo demás, en la reacción ante la adversidad, en la entereza anímica, en la entrega, en la seguridad para defender el resultado, Colón dio claras muestras de que se puso de pie enseguida después de las tremendas manos de nocaut que le asestó Unión.

Los jugadores sabían que por ellos y por el técnico no se podía perder. Con la pelota, casi nada. En lo que la gente siempre pide (“huevos”), dieron todo.

Notable actitud de la hinchada

“En ese lugar entran 3.000 personas, se los puedo asegurar; es el espacio que le dan siempre a los visitantes, nos cansamos de preguntarle a la policía y a la gente de Newell’s cada vez que un equipo trae tanta gente”, decía un rosarino consultado por El Litoral acerca de la capacidad del sector en el que se encontraba la hinchada de Colón.

Uno esperaba que el acompañamiento sabalero fuese interesante, pero jamás que se congreguen 2.000 (o muchas más) almas para alentar al equipo, en un día laborable por la tarde y cinco después de la decepción mayúscula de perder el clásico.

Muchos hinchas ingresaron con el partido iniciado y la barra lo hizo en el entretiempo y apenas iniciado el segundo período, pero el aliento hacia el equipo se hizo sentir y la despedida fue con una prolongada ovación que los jugadores se encargaron de agradecer.

/// SÍNTESIS

Newell’s 0

Colón 0

Cancha: Newell’s.

Árbitro: Federico Beligoy.

Newell’s: Peratta; Vergini, Mateo y Hernán Pellerano; Cristian Díaz, Pablo Pérez, Bernardi y Vangioni; Aquino, Sperdutti y Noir. A.S.: Guzmán. Estuvieron en el banco: Urruti, Ferracutti, Faravelli y Villalba. D.T.: Javier Torrente.

Colón: Marcos Díaz; Barraza, Pellegrino, Candia y Urribarri; Graciani, Bastía, Costa y Moreno y Fabianesi; Leandro González y Fuertes. A.S.: Bailo. Estuvieron en el banco: Fosgt, Poblete, Lesman y Curuchet. D.T.: Mario Sciacqua.

Cambios: en el segundo tiempo, al comenzar, Higuaín (C) por Graciani; a los 25 min Figueroa (NOB) por Díaz; a los 28 min Valencia (NOB) por Noir y a los 31 min Quilez (C) por Leandro González.

Incidencias: en el segundo tiempo fueron expulsados Bastía (C), a los 27 min por doble amarilla y Quilez (C) a los 47 min por roja directa.

Amonestados: en Colón, Bastía, Moreno y Fabianesi y Fuertes.

El partido de la cabeza

Un partido especial

Moreno y Fabianesi, por su pasado canalla jugó un partido aparte, como siempre ocurre contra Newell’s. En la foto, maniobra ante Mateo y un ex Unión, Pablo Pérez. Foto: Agencia Rosario

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El partido de la cabeza

Cosa de delanteros

Federico Higuaín intenta escaparse pero el que lo persigue no es un defensor, sino Sperdutti. Se corrió mucho pero se jugó muy poco en el Parque. Foto: Agencia Rosario