Del “milagro” brasileño

Tal vez la novedad histórica más importante de los últimos años en América latina es el denominado “milagro brasileño”. Es verdad que este concepto ha sido usado y manoseado hasta transformarlo en una consigna o en un recurso propagandístico sin ningún contacto con la realidad, pero en el caso que nos ocupa se trata de un dato histórico real y mensurable en cifras.

 

Como se recordará, en los años sesenta se habló también de un milagro económico en Brasil. ¿Este sería entonces el segundo? Es probable, pero con un dato que marca una diferencia sustantiva: en los sesenta se trató de un milagro de crecimiento mientras que ahora el rasgo distintivo es la distribución, acompañada del crecimiento, claro está, pero orientado preferentemente a impulsar la movilidad social.

El tema merece analizarse porque brinda algunas lecciones a los países vecinos, en particular a la Argentina. Brasil no creció a tasas de ocho y nueve puntos como lo hicieron China y la India, por ejemplo. Lo hizo a una tasa de cuatro puntos, pero en algo más de una década ese crecimiento pautado y racional permitió que unos treinta y tres millones de brasileños se incorporaran a la clase media.

Los números son aleccionadores. En la actualidad, Brasil cuenta con una población de alrededor de ciento noventa millones de personas y se estima que cien millones disfrutan de una calidad de vida de clase media. No deja de llamar la atención que el país que en América latina derogó la esclavitud casi en los umbrales del siglo veinte y cuyos niveles de pobreza hasta la segunda mitad de esa centuria llegaron a ser escandalosos, sea en la actualidad una de las sociedades que más avanzaron en el terreno de la solidaridad y de las que mejor está resolviendo las contradicciones entre crecimiento y distribución.

La brecha entre ricos y pobres se ha ido achicando de manera visible. Así, el ingreso del cincuenta por ciento de la población más pobre creció en un sesenta y ocho por ciento, mientras que se estima que el diez por ciento más rico apenas creció diez puntos. Entusiasmada por las cifras, la presidente Dilma Roussef prometió sacar de la pobreza absoluta a dieciséis millones de personas. Para ello se instrumentan planes sociales de mediano y largo alcance que incluyen exigencias a los beneficiarios, relacionadas con la efectiva educación de sus hijos.

Pero Brasil no sólo ha mejorado la distribución de la riqueza, sino que ha incrementado la actividad productiva. El nivel de sus exportaciones a China y la India lo ha colocado de hecho como el actual “granero del mundo”. Su política petrolera es absolutamente innovadora, al punto que se prevé que para la próxima década Brasil puede llegar a ser uno de los principales exportadores de hidrocarburos. Algo parecido puede decirse respecto de la explotación de minerales. Y si bien es cierto que los niveles de corrupción son muy altos hay que señalar la adopación de decisiones sin antecedentes en materia de moralidad pública.