Vestime, que me gusta

Excepto por algún momento de rebeldía y autonomía que felizmente dura poco, en general a los hombres nos visten ellas, las mujeres: tu mamá, tu pareja, tu enfermera. A mí tíldenme de lo que quieran, no hay problemas: sólo soy un maniquí que se mueve con la ropa que ustedes quieran...

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

Vestime, que me gusta

Socarronamente, compañeritos y compañeritas de trabajo decidieron opinar activamente sobre una fulgurante camisa, llena de arabescos, bordados y hasta brillos que me regalaron y que, por supuesto, uso con inigualable garbo...¡Uahh! ¡Tan elegante vas a ser! Les comenté, sin falsa modestia que uno a mi edad -y lo dejamos exactamente ahí- tiene que tener la predisposición sicológica, la pertenencia sociológica, la profundidad filosófica para ponerse una camisa así. Y que además debe tener el lomo o la percha o la ausencia de espejos o una presbicia creciente para hacerlo.

Y acto seguido les comenté también a mis compañeritos y compañeritas, que tan correctamente se visten siempre, que hace años que no elijo mi ropa y que soy el producto de los sucesivos regalos de gente que me quiere bien y que piensa, honestamente que el Nene, o sea yo, va a ponerse eso.

Así en los últimos tiempos, por ejemplo, una amiga entusiasta me regaló para mi cumple una hermosa remera que decía en grandes letras “Supersexi” con la segura convicción de que yo iba a ponerme esa remera. Y yo no voy a defraudar a una amiga. No soy -excepto si no es mi talle- de cambiar lo que me regalan, pues respeto profundamente la intención de comunicar algo que es todo regalo.

Mi mujer me regaló también una camisa de seda color manteca con delicadas flores: a usarla orgulloso. Y también un pantalón con bolsillos, unas sandalias más o menos asiáticas, y en fin, un montón de ropa, que constituyen mi guardarropas básico y que uso sin chistar.

En rigor de verdad, aporta un compañerito que al igual que yo interactúa con una mujer más joven con intenciones irrefrenables de regalar ropa, de vestirnos, de abrigarnos y de protegernos -¿y quiénes somos nosotros para oponernos a tanta pulsión protectora y a tanto cariño direccionado?-, siempre, toda nuestra pseudo viril vida, tenemos una mujer que nos viste. Al principio, y desde antes de nacer, la madre. Ni bien nacimos, además de la madre, se suma una abuela, una tía, una hermana mayor, una señora que nos cuida. Y así no sólo tenemos la colita seca sino que combina la ropa que cubre el pañal. No es nuestra decisión, desde luego: es la de ellas.

La compra de ropa, salvo alguna rebelión juvenil ocasional -ellas pueden equivocarse, pero corrigen, corrigen...-, se prolonga hasta bien entrada la juventud y mientras el varón en cuestión esté todavía bajo el paraguas protector de la madre. De modo menos directo, enmascarado en diferentes tácticas de encubrimiento, sutilezas, escudadas en fechas claves, igual se las arreglan, ellas, para regalarte la ropa que vas a usar, y hasta con mayor sutileza todavía (arte de asesina silenciosa, “la que combina los venenos”, según mi amigo Solari) hacen desaparecer esa remera o ese jean viejos que con tanta unción usás, porque, de verdad, querido, no da para más...

Luego entra a tallar la novia, hasta que se da el traspaso formal y no sin cruces, dimes y diretes, entre la cuidadora anterior -tu vieja- y la actual -tu mujer, tu esposa, tu pareja, tuloquesea- que asume la posta con la exacta naturalidad de quien es dueña de la cosa. Por ahí tu mamá intervendrá ya en retirada para tu cumple o en Navidad, pero tu mujer se encargará de que esa prenda no tenga presencia real y concreta en el día a día. Mensajes para las mamás: regalen vinos, que nosotros vamos a chupar seguramente y no ropa, que no podremos casi usar...

En el medio, puede ocurrir algún conato de rebeldía: un divorcio, una ruptura, una crisis existencial, la asunción de la soledad del hombre ante las grandes preguntas, y otras beldades, pero en general en esos momentos nos va para el traste, así que nuevamente nos entregamos y que nos vistan...

Porque de ahí en adelante te vas preparando de nuevo para que no sólo te regalen la ropa, sino que te vistan con amor hasta el final. Así que menos ínfulas, menos críticas, menos cocoritos y acepten de buen grado la ropa que les regalan y úsenla con orgullo, desde el horrible súper pullover punto arroz de tu infancia hasta la remera psicodélica que te regaló tu mujer. Y les recuerdo, nomás, que soy XL (si no es muy grande), L (si no es muy chica), y que realmente voy a usar lo que ustedes quieran. Estoy de regalo.