Crónica política

Los ritos semanales del poder

Los ritos semanales del poder

Schoklender sobre su Kawasaki Ninja.

Foto: Perfil

 

Rogelio Alaniz

“Los ciegos guiarán a los ciegos y los sordos dictarán advertencia hasta que las voces se pierdan” (H. Melville)

Tal vez no sea casualidad que las noticias políticas centrales de esta semana hayan tenido como protagonistas a Carlos Menem y Sergio Schoklender. Se trata de dos apellidos que expresan un fragmento importante de nuestra historia reciente, pero sobre todo son la manifestación de las idas y venidas, las rupturas y los entendimientos de lo que el gobierno suele llamar pomposamente como “el modelo”.

Menem hoy es el flamante aliado del gobierno, mientras que Schoklender es su flamante enemigo. Unos meses antes las relaciones estaban invertidas, pero en estos temas ya se sabe que el orden de los factores no altera el producto. Menem y Schoklender siempre han sido idénticos a sí mismos, como idéntico a si mismo ha sido el poder que los protegió, los legitimó y en algún momento los colocó debajo de la alfombra.

Olvidemos por un momento los roles de un ex presidente de la nación o de un parricida devenido en militante de derechos humanos. Olvidemos sus hazañas, sus linajes y las luces de las marquesinas que los iluminaron en sus momentos de esplendor. Contemplemos su costado oscuro, su vacilante línea de sombra, las oscilaciones de sus desplazamientos, no tanto por lo que ellos son como por lo que ellos representan.

Hay una foto de Menem sacada un rato después de ser absuelto por los actuales jueces de la servilleta K. Es una imagen sigilosa, fugaz, escurridiza, la imagen de una comadreja que huye. Esa imagen durante diez años fue nuestra representación en la Argentina y en el mundo. No llegó caído del cielo sino que fue elegido una, dos y hasta tres veces por los argentinos. Diez años después una cámara revela su verdadero rostro.

Hay una foto de Schoklender montado en una moto de altas cilindradas. Ropa oscura, mirada extraviada, expresión severa, obsesiva, la expresión de alguien que se siente acorralado y que está decidido a hacer todo lo que sea necesario para eludir la trampa que supone que le han tendido. Ese hombre que hoy parece conjurar en su persona toda la violencia y la perversión de la que es capaz el alma humana fue, durante más de quince años, la persona que hizo y deshizo en una institución que se llama “Madres de Plaza de Mayo”.

Schoklender no llegó allí por concurso. Tampoco por haber sido víctima del terrorismo de estado. Llegó allí porque la señora Bonafini lo llevó de la mano. Lo llevó de la mano y le otorgó todos los poderes, poderes que ella no estaba autorizada a otorgar, no debía otorgar, pero que su claque de favoritos, la misma que ahora intenta presentarla como una pobre mujer engañada, le hizo creer que podía hacerlo porque ella no era la presidente de las Madres, sino la dueña y, por ende, podía disponer de los bienes a gusto y placer.

Un culebrón tropical no hubiera avanzado tanto con las truculencias: la mujer emblema de las madres de desaparecidos por la dictadura militar, adopta como hijo preferido a quien había asesinado a su madre. Nunca nadie vio nada semejante. Quince años duró el romance. La institución de los derechos humanos empezó a manejarse con hábitos mafiosos y lógica mafiosa. La prepotencia no excluyó la corrupción y el fascismo. La señora Bonafini se dio el lujo de festejar la masacre de las Torres Gemelas y en nombre de esa causa no vaciló en calificar a Verbitsky de “ judío”. Y años después insultar con términos racistas a los bolivianos. En todos los caso el INADI hizo mutis por el foro. No sólo el INADI; también la mayoría de la izquierda, la misma que festeja los atropellos en Cuba y defendió los campos de concentración en la URSS.

En la vida cotidiana las perversiones estuvieron a la orden del día. Devenida en una doña Rosa prepotente y salvaje, Bonafini no se privó de nada. Autos, lanchas y motos para su hijo adoptivo; casa de medio millón de dólares para su hija real. No concluían allí los beneficios. Centros de recaudación de fondos en Europa; entrega de 800 millones de pesos para construir casas con obreros en negro, con obreros obligados a asistir a cursos de “formación política”, arreados a la fuerza a actos públicos y a los que hasta el día de hoy le siguen debiendo sueldos y aportes. Y todo ello en nombre de los derechos humanos.

Menem y Schoklender, dos íconos del poder caídos en la charca. Bonafini en la plaza, calificando de víbora a su hijo adoptivo y de ratas a los legisladores. También allí hay una foto que registra el instante y que dice más que cualquier expediente judicial. Hebe Bonafini habla, vocifera e insulta y a su lado está la señora Felisa Miceli, la misma que alguna vez fue ministra de Economía de la nación del gobierno nacional y popular y que debió renunciar porque hasta el día de hoy no pudo explicar qué hacía un paquete con miles de dólares en el baño de su oficina. Hebe de Bonafini y Felisa Miceli. Juntas. La trama del poder se cierra en su costura interna más impúdica y morbosa .

El poder suele exhibir su faz luminosa, con sus maquillajes sus tinturas y sus afeites. El poder sostiene su propio escenario donde abundan los tonos estridentes, los dorados pretenciosos, las carteras de Vuitton y los relojes pulseras de diez mil dólares. El poder son los aviones, las residencias lujosas y las suites en París de ocho mil dólares la noche. El poder es el reino de “Alicia en el país de las maravillas” o es una fantasía extravagante de las mil y una noche.

El poder promociona y destituye, ilusiona y desencanta. El poder es la exhibición, el desparpajo, la ostentación descarada. Nada es inocente; nada es gratuito. En la Argentina de hoy el mundo de la farándula hace rato que ha dejado de estar expresado en las divas de las telenovelas o de los teatros de revistas. Hoy ese mundo se manifiesta con todo su sensualidad, lujo y esplendor desde el poder político. Lo inició Menem, lo continúa la señora. Desde allí y no desde otro lugar se sostiene la ilusión de una vida y de un mundo feliz.

El poder reivindica las caricaturas de los héroes reales, pero más allá de sus fanfarrias, sus bocanadas de luz y sus estridencias, sostiene algunas verdades, sus propias verdades. Los homenajes pueden estar dirigidos a San Martín o a Belgrano, al Che Guevara o a Rodolfo Walsh, a San Cayetano o el Gauchito Gil, pero los templos reales, los templos que convocan a una grey devota y sumisa tiene tres nombres, tres íconos que lo representan: Maradona, Bonafini y Tinelli.

El poder es el lugar donde discretamente, pero en términos implacables se afirma el otro principio indispensable: la distancia entre gobernantes y gobernados, la rigidez de un sistema donde un trabajador gana en un año lo mismo que una presidente consume en una noche. Las distancias como se podrá apreciar no sólo se materializan en símbolos, sino que también se materializan en números. El poder asume los beneficios de la hipocresía y el privilegio del cinismo. Habla de lo que no cree y cree en lo que calla. Simula lágrimas por el dolor humano mientras se beneficia con ese dolor. No tiene fe ni cree en otra cosa que en él mismo, pero levanta becerros de oro y exige idolatrías. A esa sugestiva operación ritual se lo conoce en la Argentina con el nombre de “relato”.

No concluyen allí las paradojas. Los argentinos están gobernados por la presidente que más fortuna personal ha acumulado en el siglo veinte. El juez que hoy demora y archiva expedientes es el mismo que la sobreseyó por enriquecimiento ilícito. El poder protege al poder. El mensaje a la sociedad es claro: en estos sistemas los poderosos no pagan. Los números no cierran, las cuentas están adulteradas, los caminos con armas contrabandeadas circulan por la calle, un juez sostiene una red de prostíbulos, pero nadie va preso. Como dijera en su momento ese leal y abnegado colaborador de Menem que se llamó Alfredo Yabrán: el poder es impunidad. Menem lo sabe y la señora también lo sabe. Abrevaron en las misas fuentes y son leales a la misma causa. Lo demás, como dijera Verlaine: “est littérature”.

Los ritos semanales del poder

Hebe de Bonafini y la ex ministra de Economía Felisa Miceli.

Foto: DyN

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El ex presidente Carlos Menem.

Foto: DPA