Editorial

Señales de antisemitismo

Los rebrotes de antisemitismo parecen ser una constante en la Argentina. Días pasados una persona practicante de la religión judía fue golpeada alevosamente por un desconocido. El ataque fue perpetrado por la identidad judía del agredido. En el caso que nos ocupa no hubo razones personales, diferencias políticas. Para el agresor el objeto de su ataque fue “el judío”.

Quien lo hizo, conciente o no, retomó una larga tradición Occidental de intolerancia y barbarie que halla en el judío la víctima propicia. El agresor en este caso es un heredero de los autores de los pogromos, los creadores de ghetos, los que propiciaron la muerte civil de Dreyfus, los que asaltaban la sinagogas y quienes organizaron el holocausto con su saldo de más de cinco millones de muertos en los campos de concentración.

La historia del antisemitismo se identifica con la historia de Occidente. Razones religiosas, históricas y nacionales explican esa fobia. El judío ha sido históricamente el chivo expiatorio de la impotencia y fracaso de distintas sociedades. Atribuir los vicios de una nación a una etnia es un recurso clásico de sociedades intolerantes y represivas.

La Argentina en su momento abrió generosamente sus brazos para recibir a los judíos que huían de las persecuciones religiosas y políticas. El contrapunto a esta apertura fue un antisemitismo que siempre estuvo latente. Nunca fue mayoritario, pero fue y es importante.

Para el hombre común de la calle, el judío es portador de vicios que provienen de su raza y su cultura y que merecen sanciones y castigos. Se lo tolera o se lo consiente, pero nunca se lo termina de aceptar. En el fondo, el antisemitismo es el recurso preferido de los pueblos inseguros, intolerantes e injustos.

Es verdad que comparado con otros países la Argentina no ha sido particularmente antisemita. Amplios sectores de la población mantienen con los judíos relaciones cordiales e igualitarias, pero no son pocos los que siguen siendo prisioneros de sus prejuicios y no vacilan en atribuir los defectos de una persona en particular a la identidad supuestamente viciosa de una raza. Personas egoístas, agresivas, sectarias hay en todas las comunidades, sin embargo para cierto sentido común primario los defectos de un judío no son personales sino raciales.

En el caso particular de la Argentina no se debe perder de vista que la comunidad judía fue víctima en los últimos veinte años de dos atentados terroristas que provocaron centenares de muertos. Si a ello le sumamos las pintadas en cementerios o murales insultando a los judíos, o reivindicando a Hitler o acusándolos de ser los asesinos de Jesús, arribamos a un cuadro preocupante para un país que en el preámbulo de su Constitución Nacional se abre a todos los hombres de buena voluntad.

Habría que señalar, no obstante, que en la Argentina el antisemitismo tiene como contrapartida un comportamiento solidario y coherente por parte de la dirigencia política e institucional. El dato es relevante porque no se ignora que lo que transforma al antisemitismo en un arma letal es cuando se apodera de las estructuras del Estado.