El artista paradigmático del Risorgimento italiano

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Giuseppe Verdi, en un retrato de Giovanni Boldini.

Nidya Mondino de Forni

Se afirma que pocos procesos históricos han estado tan ligados a una manifestación estética como el movimiento emancipador —conocido como Risorgimento— que llevó a la unificación italiana, y el apogeo de la ópera nacional durante el mismo período. Desde el esplendor del Renacimiento, cuando aún Italia era una sucesión de repúblicas, ciudades-estados, señorías de primera magnitud en su diversidad, ya las mentes lúcidas y los políticos más audaces habían soñado con la unificación de todos esos poderíos dispersos en un Reino de Italia. Los avatares históricos habían impedido una y otra vez la concreción de ese sueño y, para muchos, la entrada al Siglo XIX con una Europa presidida por el Imperio Napoleónico, casi lo había convertido en una utopía. Mas la caída de Napoleón y la reorganización europea volvieron a poner en primer plano el secular anhelo italiano. Líderes prominentes encarnaron las aspiraciones unificadoras y el deseo de expulsar las tutelas extranjeras. Comenzaron las sublevaciones producidas por las sociedades secretas, el accionar de Mazzini, Camilo Benso conde de Cavour, Garibaldi, alianzas, pactos, plebiscitos...

Procesos que se vieron minuciosamente acompañados, definidos y reflejados por la evolución de la gran ópera italiana, desde el apogeo del Bel Canto hasta el verismo, pasando por la obra y la vida de Giuseppe Verdi (1813-1902) que, no sólo es el puente entre ambas escuelas y el músico más significativo del Siglo XIX italiano, sino que llegó a ser por su popularidad y su actitud comprometida el artista paradigmático del Risorgimento. Un verdadero adalid, que no desperdició ocasión de estimular la rebelión con himnos y arias de óperas cuyos argumentos, aun tratando la historia de otra época y otros países, tenían estrecha relación con la situación italiana del momento.

Ejemplo de ello es una de sus primeras óperas con libreto de Temístocles Solera (1815-1878): “Nabucodonosor” (Rey de Babilonia que luego al incendiar el templo de Jerusalén, echó a los judíos de su patria).

Deteniéndonos especialmente en el Coro del Tercer Acto del “Nabuco”, se trata del famoso “Va pensiero sull‘ali dorate/ Va ti posa sui clivi e sui colli...”, basado en el Salmo 137 de la Biblia cuyo título es “Nostalgia en el destierro”. Se refiere al momento en que el pueblo judío fue desterrado a Babilonia. Los opresores durante el largo caminar le pedían que elevaran cantos a Yavé y ellos le respondían que no podían cantar en una tierra extraña, porque sus arpas habían quedado colgadas en los sauces de Sión. Historias efectivamente de otra época pero que tenía una estrecha relación con la situación de sometimiento del pueblo de Milán, en ese momento bajo el dominio austríaco.

Va pensiero

“¡Vas pensamiento sobre alas doradas/ y te posas en las praderas y cimas/ donde exhala su suave fragancia/

el dulce aire de la tierra natal!/ ¡Saluda las orillas del Jordán/ y las destruidas torres de Sion!/ ¡Oh mi patria tan bella y perdida/ Oh recuerdo tan caro y fatal!// Arpa de oro de fatídicos vates,/ ¿por qué cuelgas muda del sauce?/ ¡Revive en nuestros pechos el recuerdo/ que habla del tiempo que fue!/ Al igual que el destino de Sóliman/ trae el aire un crudo lamento/ que te inspire el Señor un aliento/ que al padecer infunda virtud”.

Por otra parte toda Italia quería que el trono fuera ocupado por el rey Víctor Manuel, pero como ese nombre era considerado subversivo se ideó un anagrama con el apellido Verdi. “W. Verdi” fue la contraseña de los patriotas durante años y significaba Viva Vittorio Emmanuele Re D‘Italia, cubría también las paredes de las calles más importantes.

Las óperas de Verdi fueron a veces censuradas, pero él no transigió y pocos fueron los cambios que toleró, afirmando la hombría de su carácter, pues era todo corazón para con los humildes, tornándose recio e inflexible frente a la prepotencia extranjera. El “Va pensiero” se convierte, poco a poco, en el símbolo del Risorgimento, y la ópera pasa a ser su representación artística más emblemática, no incurriendo jamás en la simplicidad del panegírico ni en la violencia de corto alcance del panfleto.

Fue precisamente esa capacidad para asumir en profundidad los postulados del movimiento unificador, sin rebajarse a la simplificación de la propaganda, lo que preservó su independencia, asegurándolo al mismo tiempo su grandeza y su perdurable posteridad.