Cerdeña, la isla de los “nuraghi”

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Estas típicas callejuelas se multiplican por toda Cerdeña.


Fenicios, cartagineses, lígures, romanos, bizantinos, vándalos, conquistaron y poblaron estas tierras a través de milenios, así como el hombre prehistórico erigió sus primeros refugios y tumbas. He aquí un recorrido por un suelo misterioso y encantador.

TEXTOS. GRACIELA DANERI. FOTOS. MARÍA LAURA ORTÍZ DE ZÁRATE.

La travesía del ferry que cruza desde Civitavecchia hasta la isla de Cerdeña demandó una noche de navegación, por un Tirreno que se hallaba tranquilo y por donde, de tanto en tanto, veíamos desplazarse a otros barcos en diferentes direcciones.

Cerdeña no suele ser un destino habitual para quienes viajan a Italia, fundamentalmente si lo hacen con “tours” armados por agencias turísticas, dado que en la península en sí tienen sobrados sitios convocantes y subyugantes a la vez. Pero internarse en aquella isla es como descubrir una Italia diferente. Porque allí todo es distinto, desde su paisaje a sus ciudades y pueblos, que se particularizan por un ritmo apacible, inclusive el tránsito es menos endemoniado y los hábitos y comportamiento de su gente son también diferentes.

Olbia, la ciudad de Cerdeña a la que llegamos al amanecer, es uno de los puertos importantes del extremo norte de la isla. Ahí mismo, en la estación naval, optamos por alquilar un auto indispensable allí- para movilizarnos con más libertad por los lugares que teníamos previsto recorrer, que no eran pocos, por cierto, aunque el tiempo no nos daría para llegar a otros más alejados. Hay que tener en cuenta que la isla tiene unos 24.000 km2, unos 1.500 más que la provincia de Tucumán, como para tener una referencia, con una geografía igualmente montañosa.

En todo momento, un servicial GPS nos fue guiando por los caminos que debíamos transitar, muy agrestes, para llevarnos a destino: una villa de la llamada Costa Paradiso. Allí teníamos a nuestra disposición un chalet frente a un mar, cuyas olas se estrellaban constantemente frente a la muralla de rocas rojizas que las contenían, sobre una de las cuales estaba el sitio que sería nuestro hábitat durante la permanencia en la isla, gracias a la gentileza y generosidad de Pierpaolo Casoni, el “campus manager” de Edulingua (Laboratorio di Lingua e Cultura Italiana), de Castelraimondo (Le Marche).

Los amplios ventanales de esta confortable finca y su propia terraza nos permitían la contemplación del poético mar desde el amanecer hasta el crepúsculo, con un sol que emergía de sus aguas hasta que volvía a sumergirse en ellas. Sí, esta costa en cuestión hace honor a su nombre: es un verdadero paraíso.

POR LOS RECODOS SARDOS

Uno de los primeros lugares idílicos que apreciamos de Cerdeña fue Vignola, ya que quedaba en nuestro camino hacia Costa Paradiso. Contemplar allí la primera ensenada en un mar realmente esmeralda, vigilado por una pequeña y pintoresca población, fue un regalo de los dioses. Luego vendría Castelsardo, poblado de sinuosas callejuelas, estrechas y empedradas, que la ilustre e histórica familia genovesa de los Doria fundó en el siglo XII, de cara a ese mar que se observa desde lo alto del lugar, donde la ciudad en sí tiene su emplazamiento. Castillos y murallas medievales forman parte de la geografía urbana, además de iglesias que cargan siglos sobre sí.

Era una mañana nublada y con un viento endemoniado que llegaba desde la costa, pero nada obstaculizaba para recorrer algunos de sus sitios característicos: el castillo Doria y algunas de sus iglesias, como la catedral San Antonio Abad (que data del siglo XVII), que alberga una imagen de la Virgen del Maestro de Castelsardo, un autor anónimo, pero que se atribuye a alguien que vivió en el lugar allá por el 1500; otras igualmente pequeñas como la iglesia del Purgatorio y la de Santa María, de estilo gótico, erigida durante el siglo XVI.

Otra jornada, ahora sí, soleada, arribábamos a uno de los enclaves por excelencia de la denominada Costa Esmeralda: Porto Cervo. Se trata de uno de los sitios predilectos de la nobleza y aristocracia europea (mejor conocida como el jet set) a la hora de ir de veraneo, y también por il cavaliere Berlusconi, que allí tiene un palacete (y otros entretenimientos...).

En sus muelles, anclados muy orondos, lucen numerosos yates que ponen en evidencia el nivel social y económico de sus propietarios, así como también las villas (que aquí no son de emergencia precisamente) de sus moradores temporarios. En esos momentos estaba un poco desierta: las vacaciones ya casi habían terminado.

Estrechos y pintorescos vicoli, casas de tejas rojas y paredes rosadas, de cara al mar impecable y luminoso que bordea sus playas formadas por cambiantes caletas, con sus respectivos embarcaderos. Después de buscar afanosamente e internarnos en muchos de los esos abismos prehistóricos que constituyen los “nuraghi”, recalamos en Tempio Pausania.

Nos esmeramos especialmente en conocer este sitio porque nos imaginábamos algo con reminiscencias de la cultura griega, mas no era así (nuestra amiga Lía fue la más interesada en visitarla), pues sólo nos encontramos con otra de las típicas localidades de la región: un centro histórico donde predomina la arquitectura de piedra-granito muy propia de estos lugares del extremo norte de Cerdeña.

Calles también estrechas, veredas angostas y el auto que nos veíamos forzados a estacionar mitad sobre la calzada y otro tanto sobre la acera. No sabíamos si estaba permitido hacerlo, pero era la hora de la siesta, no había inspectores ni carabinieri a la vista, y, además, teníamos apetito: nos habíamos detenido a la vera de un restaurante para almorzar.

ENTRE JABALÍES Y TUNAS

Mientras trajinábamos esas bucólicas tierras sardas, no dejó de asombrarnos el ver asomar entre los matorrales la trompa y colmillos de los cinghiali (jabalíes), aparición que interrumpía la tarea a la que estaba abocada Susana: recoger fichi d’India (tunas) para luego hacer un cóctel con ron...

Otro día, nuestro periplo nos condujo hasta Sassari, una de las ciudades particularmente importantes de la región (que alberga unos 130.000 habitantes), también con su propio laberinto de calles angostísimas, pero que es considerada como muy rica en construcciones del período renacentista. Una de ellas es su catedral de San Nicola, de fachada barroca y adecuado campanile, que data del siglo XV; otra es su contemporánea iglesia de Santa Caterina, donde el gótico se mezcla con el renacentista. Y, como no podía ser de otra manera, la amplia Piazza d’Italia constituye el punto de convergencia de esta urbe.

Una de las ciudades que también tienen su relieve y atractivo es Santa Teresa de Gallura, cuyo puerto es el punto de conexión con la isla francesa de Córcega, de allí que sus embarcaderos registren el tráfico constante de varios ferries. Esta pequeña urbe, fundada en 1808 por decreto de Vittorio Emanuele I de Saboya, conserva su trazado y características originales, todo prolijamente conservado.

A pocos kilómetros está Palau, pequeña localidad marítima (apenas si de poco más de 3.000 habitantes), cuya arteria principal está precisamente sobre la costa, frente a la cual se encuentran dos pequeñas islas, unidas entre sí por un puente: La Maddalena y Caprera, siendo ésta la que Garibaldi eligió como su destino final de su vida.

CON LA IMPRONTA DE GARIBALDI

Abordamos entonces el ferry que nos cruzaría a La Maddalena y, al desembarcar, un pequeño bus nos transportó hasta Caprera, donde Garibaldi vivió y murió (el 2 de junio de 1882). Apenas hubimos de caminar unos pocos metros para dar con la austera casona con vista al mar, hoy convertida en museo. Todo ahí se conserva como era entonces, incluyendo su dormitorio, desde el que observaba sus aguas de un mar invariablemente azul.

El recorrido por la finca nos lleva a las distintas dependencias, a su lugar de trabajo, su comedor, la sala de estar (donde el reloj de pared fue detenido a las 18.20, hora de su deceso) y demás dependencias. Es también el sitio que eligió para morir y ser sepultado, como que su tumba una sólida mole de granito- está en los jardines de esa morada, donde se ha instalado el pequeño cimitero familiar: ahí alineados reposan también los restos de sus hijos y de su mujer. Aquí fue imposible no recordar a Ana María Cecchini de Dallo, cuyo bisabuelo, garibaldino ardiente él, quiso poner de nombre a uno de sus hijos Menotti -pero no se lo permitieron-, para honrar la memoria de aquel vástago del héroe. No obstante, en la familia lo llamaron así.

EL RETORNO

Y llegó el día de volver a Olbia a la espera de ferry que nos llevaría a Civitavecchia. Por supuesto, como nos disponíamos a pasar el día en ella, erramos por los lugares característicos de este puerto de tráfico marítimo intenso, que cuenta con unos 60.000 habitantes.

Nos comentaban que, en algún dialecto, su nombre significa ciudad feliz y hoy es una ciudad con mucho movimiento comercial y exponentes arquitectónicos, como la austera catedral de San Simplicio, que evoca al obispo y mártir que cumplió con su ministerio en los albores de la era cristiana.

Al anochecer, el ferry, con su manso navegar, nos cruzaba nuevamente hasta Civitavecchia, ya en territorio peninsular. Ahí desembarcamos en las primeras horas del nuevo día, quizá (vaya uno a saberlo....) en el mismo puerto que, según cuenta la historia, había mandado a construir el emperador Trajano.

De ahí a la estación ferroviaria hay una pocas cuadras, que después de haber reposado toda una noche preferimos recorrer caminando como para darle un vistazo fugaz a esa ciudad marítima, con sus playas y sus construcciones propias de una belle époque que el tiempo fue dejando atrás, así como nosotros dejamos a ese rico, pintoresco extremo de Cerdeña que habíamos terminado de recorrer por espacio de varios días, que siguen siendo inolvidables, desde su mar hasta sus nuraghi prehistóricos. Tanto que recordar Cerdeña al momento de escribir estas líneas se transforma casi en un imperativo de retorno a esta tierra maravillosa.

LOS “NURAGHI”

Los “nuraghi” (no tiene traducción) nos remontan a una civilización milenaria, perdida en el tiempo, sin voz. Se trata de grandes construcciones megalíticas, piedras unidas sin argamasa, únicas en el mundo, que posiblemente aquellos lejanos antepasados del hombre erigieron para refugio, para observatorio astrológico, para templo o bien para defensa, ya que la mayoría se encuentra en posiciones estratégicas.

Estos milagros edilicios se hallan hoy en un número de 7.000 dispersos por Cerdeña; son testigos mudos de una realidad prehistórica rica en incógnitas. Falta aún descorrer el telón del tiempo...

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Los nuraghi, patrimonio prehistórico, que remontan al neolítico.

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Patio de la casa de Garibaldi.

Olbia, la ciudad de Cerdeña a la que llegamos al amanecer, es uno de los puertos importantes del extremo norte de la isla. Tiene unos 24.000 km2, unos 1.500 más que la provincia de Tucumán.


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Lugar de culto para los garibaldinos: las tumbas familiares.

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Porto Cervo, sitio de encuentro del jet set internacional.


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Rumbo a la isla de Caprera.

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El balcón (de nuestra residencia temporaria), un lugar para descansar y soñar.

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La playa de Vignola, la primera vista fascinante de nuestro viaje.