Una española en la revolución francesa

Como toda revolución, la francesa fue gloriosa y cruel. En ella vemos desfilar infinidad de personajes. En este caso nos detenemos en las mujeres -entre ellas Teresa Cabarrús- que, sinceras o no, llevaron adelante su protagonismo.

TEXTOS. ANA MARÍA ZANCADA.

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Teresa Cabarrús luce uno de los trajes que la convirtieron en la reina de la moda parisina a finales del Siglo XVII.

A pesar del momento temporal de los acontecimientos, finales del siglo XVIII, las mujeres tuvieron una decidida participación en la revolución francesa. Se igualaron las clases sociales y ya sea desde lo más lóbrego de la pobreza popular o desde los elegantes salones con ostensibles privilegios, el tan denostado “sexo débil” pudo hacer oír su voz, incluso al pie de la guillotina.

Lo que no podían adivinar estas mujeres era que tanto sacrificio quedaría luego relegado por la voluntad de un solo hombre, que desde su inmensa egomanía las obligaría a esperar casi un siglo para volver a expresarse y actuar. Pero esa es otra historia.

MUJERES DE ARMAS TOMAR

La marcha de las mujeres sobre Versalles fue uno de los hechos simbólicos de la Revolución Francesa. Armadas con picas, a horcajadas de los cañones, atemorizaron a más de uno, abonando la idea de peligrosidad que significaba que el sexo débil ganase las calles e hiciera oír su voz.

Muchas fueron las protagonistas de esos años que desde distintos ámbitos sociales trataron de obtener derechos y mejorar su mísera condición. Tal fue el caso de la pobre Olympe de Gouges, que desde su fervoroso patriotismo, reclamaba igualdad de oportunidades a través de la “Declaración de los Derechos de la Mujer” que sólo sirvió para allanar su camino hacia el patíbulo.

Theorigne de Méricourt, con su traje de montar, las pistolas y el sable al cinto, no era precisamente la encarnación del ideal femenino del momento, pero sí la figura emblemática de la rebelión del hartazgo y la necesidad de cambiar los roles.

Por su parte, mujeres de otra posición social como Madame de Stäel o Madame Roland, contribuían al cambio, desde los distinguidos salones, donde los librepensadores intercambiaban ideas y proyectos.

UNA EXTRANJERA EN LA CIUDAD LUZ

El 31 de julio de 1773 nacía una niña en Madrid que luego tendría un protagonismo destacado en los turbulentos días de la Revolución Francesa.

Juana María Ignacia Teresa Cabarrús era hija de un encumbrado ministro de Carlos III de España. Su posición social hizo que aprendiese el francés y tuviese una considerable educación que completaba con una belleza acentuada a medida que la niña crecía. Siendo una adolescente, su padre la envió junto con su madre a París. Teresa tenía 12 años y comenzaba su historia que rayaría con la leyenda.

Sus expresivos ojos, su pelo oscuro, su acento extranjero y sus suaves maneras, hicieron que a los 14 años fuese una belleza que no pasaba desapercibida, lo que ella por otra parte disfrutaba. Su primer amor fue el hijo del marqués de Laborde, pero el padre de él se opuso terminantemente ya que una burguesa no era suficiente para su heredero.

Su segundo intento fue más afortunado: Juan Jacobo Devin, marqués de Fontenay, consejero del Parlamento. Se casaron en 1788. Ella tenía 14 años, él 26. Ni lerda ni perezosa, a pesar de su corta edad, abrió su salón y pronto era famosa y gozaba de prestigio social.

Pero las relaciones matrimoniales no eran las ideales, aun con el nacimiento de un hijo.

Para entonces, París comenzaba a convulsionarse. Las viejas instituciones se tambaleaban a la vez que el descontento tomaba las voces de Voltaire, Condorcet, Lafayette o Talleyrand. La economía iba de la mano de la pobreza para el pueblo que sentía agrandarse la herida de la injusticia social. El matrimonio Fontenay decidió abandonar la ciudad y radicarse en Burdeos. Pero Fontenay no era el marido ideal. Mujeriego y jugador, pronto terminaron en divorcio. Teresa tenía 20 años, era ya una hermosa mujer y, además, libre.

A todo esto, en enero de 1793 rueda la cabeza de Luis XVI y los acontecimientos se precipitan. Carlota Corday asesina a Marat, el terror se desata en París. Burdeos se transforma en un baluarte jacobino y desde París llegan tropas encabezadas por Jean Lambert Tallien, ex secretario de la Comuna, con un aura de crueldad como tarjeta de presentación.

Pero Tallien no contaba con los elementos necesarios para defenderse de la seducción de Teresa Cabarrús. No tardaron en convertirse en amantes. Esta relación sirvió para atenuar las ansias de sangre del nuevo comisionado. Se dice que la intervención de Teresa salvó muchas vidas y luego de un confuso episodio, ella fue encarcelada por orden de Robespierre. Pero, gracias a su amante consiguió ser liberada y seguir ayudando a los desdichados que perdían el favor de las autoridades de turno. Con Tallien se casaría en 1794.

NUEVAMENTE PARÍS

Los Tallien vuelven a París y se instalan en los Campos Elíseos. Teresa estaba nuevamente en su ambiente. Su salón volvió a brillar y se convirtió en un ícono de la moda. Su originalidad y atrevimiento en el vestuario, unido a su belleza, contribuyeron a destacar su nombre. Pero este protagonismo también significaba que los hombres desfilasen por su vida sin concretar ninguna relación permanente. Mientras su marido estaba en Egipto, ella tuvo cuatro hijos con un prominente banquero. Por supuesto, cuando Tallien regresa, se divorcian y nuevamente Teresa es libre, aunque como vemos, el matrimonio nunca fue una traba para su conducta.

En el frívolo ambiente de París nuestra heroína traba amistad con una distinguida extranjera que se las ingeniaba para brillar en los salones del momento, ocultando en un halo de misterio un pasado dudoso. Teresa y Josefina Beuharnais se hicieron íntimas. Pero cuando esta última se transformó en la esposa del Cónsul Bonaparte, surgió la prohibición de seguir adelante con esa amistad que ponía sombras sobre la conducta de la que luego sería emperatriz de los franceses.

GENIO Y FIGURA

Nada podía impedir que Teresa continuase en su línea de vida. Ella formaba parte del grupo de las llamadas “maravillosas”, que junto con otras mujeres como Madame Recamier o la misma Josefina, eran consideradas las damas más elegantes, independientes, dueñas de su voluntad y regidoras de la moda que imponían desde sus salones. Pero también se sabía que muy frecuentemente actuaban como cortesanas participando en veladas privadas que terminaban en orgías.

Teresa contrajo matrimonio otra vez en 1805, esta vez con José de Caraman, convirtiéndose en condesa y princesa de Chimay y se refugió en el castillo, propiedad de su nuevo esposo.

Los años habían pasado, París retornaba a la normalidad y los grandes excesos no eran bien mirados. En su castillo seguía realizando veladas donde su belleza ya marchita aún infundía resplandor al ambiente. En ellos se deleitaba con la música y el arte de personajes como el músico Cherubini o la cantante Malibrán. A pesar de formar parte de un entorno más íntimo, le servían para recordar los inquietos años de su juventud.

El 18 de enero de 1835, con 62 años bien vividos murió Teresa Cabarrús, la española, en su castillo de Chimay. La rodeaban sus hijos, unos pocos amigos y sus recuerdos.

Pocas mujeres como ella habían marcado tanto la moda y los gustos, además de interceder para salvar cabezas de la guillotina en ese París enloquecido de revueltas y sangre.

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Paul Barras que, junto a Jean Tallien había dirigido el golpe contra Robespierre, fue uno de los amantes de Teresa Cabarrús.

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+ información

LAS OBRAS CONSULTADAS

“Las mujeres de la Revolución Francesa”, Linda Kelly, Vergara Editor, 1989.

“Clio”, Enero 2005, España.

“Historia de las Mujeres”, Tomo 3, Georges Duby y Michelle Perrot, Taurus, 1992.