Una ciudad dentro de la ciudad

En defensa de nuestro patrimonio

Los elevadores de granos, silos de gran capacidad, son un símbolo de nuestra estación portuaria.

Con esta nota finalizamos las tres entregas de la investigación realizada por dos escritoras santafesinas sobre la época de esplendor de nuestra estación fluvial.

TEXTOS. ALBA JOBE DE ÁBALO Y BERTHA AIDEÉ COUSINET. FOTOS. EL LITORAL.

Al caer la tarde todo se iluminaba en el puerto. Oficinas, empresas, barcos que se hallaban anclados daban la impresión de una población celebrando acontecimientos importantes. Los sábados y domingos era casi visita obligada recorrer el puerto y, con suerte, acceder al interior de algunas naves, guiados por su capitán o algún práctico que daba las explicaciones del caso.

Era un paseo más en nuestra ciudad, que supimos disfrutar los mayores y aprender alegremente niños y jóvenes los misterios que encierran los grandes buques. No a todos los barcos se podía subir. Algunos eran muy reservados y no lo permitían.

Se debe destacar que así como se habían construido edificios en el ejido de la ciudad, en la década de 1920 las empresas marítimas y comerciales que operaban en el puerto construyeron dentro de su ámbito, edificios en donde funcionaban las oficinas administrativas y de comercialización de sus productos.

Se destaca por una arquitectura neoclásica el edificio del Molino Marconetti. Este estilo de arquitectura se había impuesto en esa época. A través del tiempo se fueron agregando otros como los elevadores de granos, que eran silos de gran capacidad.

BALSAS Y LANCHAS

Era un drama cruzar a la ciudad de Paraná, capital de Entre Ríos. En una época se podía acceder por balsas que transportaban vehículos y pasajeros. Cuando debían transportar los camiones -tanques con combustibles u otras cargas que representaban riesgos- lo hacían en viajes especiales.

Este medio de transporte no sólo cargaba autos o camiones, también pasajeros. En la parte baja se colocaba el transporte automotor y, en la parte superior, a la que se accedía por una escalerilla, estaban los bancos para pasajeros.

El hermoso paisaje que ofrecían las islas, con el verde de su vegetación, con sus amaneceres luminosos y sus atardeceres en los que el sol doraba las amarronadas aguas del Paraná, podía ser apreciado en su vastedad por los pasajeros.

Nuestra universidad fue atracción para la formación de jóvenes profesionales. Algunos estudiantes cruzaban a la hora del almuerzo porque coincidía la hora de finalización de cátedras de la facultad con el horario de salida de la balsa.

Más de una vez, los jóvenes eran invitados por los prácticos a compartir su comida, disfrutando de las habilidades culinarias de éstos, que preparaban platos sabrosos. Las dos horas que demoraba el trayecto justificaba esa invitación.

Recordemos que Santa Fe tenía una de las universidades más importantes del país, por lo tanto acudían a nuestra ciudad estudiantes de todas las latitudes. Los que venían de Paraná cruzaban en balsas o en lanchas, aunque preferían esta última porque la demora era menor.

La balsa partía y arribaba desde un dique y las lanchas atracaban a un costado del puerto, a la altura de calle Salta. Las instalaciones para acceder a ellas eran muy precarias. Sólo contaban con tablones que servían de planchada, para ascenso y descenso.

El servicio se inició con la famosa lancha “La Sarita”, de la empresa Cura, radicada en la ciudad de Paraná. La gran demanda de pasajes requirió que la empresa agregara otras unidades. Si bien tenían otros nombres eran llamadas por los pasajeros como a la primera: “La Sarita”.

Según el horario del servicio, había que hacer largas colas frente a una boletería incómoda, inadecuada. Uno de los problemas era que no contaba con protección apropiada para días de lluvia y teníamos que sufrir las consecuencias. Cuando se retiraron de circulación, esas lanchas fueron llevadas a Bariloche donde prestaron igual servicio para el traslado de los turistas que partían de Puerto Pañuelo.

También debemos destacar el importante servicio que las canoas han prestado siempre, trasladando desde la isla de Alto Verde hasta nuestras orillas y viceversa, maestras, obreros; y también han sido útiles para el traslado de enfermos o accidentados. Hasta nuestros días, estas humildes embarcaciones ofrecen su permanente servicio.

CRUCE PELIGROSO

A principio de la década del ‘60 todo el transporte vehicular se realizaba por balsa a maroma que partía desde Colastiné, a la orilla de la isla Verdú o Santa Catalina, luego se transitaba por asfalto hasta la orilla frente a la ciudad de Paraná y de allí se trasbordaba a otra balsa para cruzar el Río Paraná hasta la ciudad de Paraná. Por este motivo, el viaje era complicado.

Debían hacerse largas esperas, según los horarios y días, de cuatro, cinco o seis horas. Cuando se llegaba a la isla Verdú o Santa Catalina se corrían serios riesgos porque al bajar de la balsa a maroma los vehículos aceleraban para llegar primero a la otra orilla y ascender a la otra balsa que completaba el traslado a Paraná.

Esto se debía a que la balsa a maroma tenía mayor capacidad y la del otro cruce podía contener menor cantidad de vehículos. Entonces, todos querían ser los primeros. Si esto no ocurría, debían quedarse a esperar otra balsa y, por consiguiente, la demora era mayor.

Tal era el peligro que significaba este cruce de la isla que los diarios porteños la llamaban “la Ruta de la Muerte”. Realmente era así porque cuando uno quería cruzar, más que disfrutar de un paseo se lo padecía.

Parece mentira pero en las esperas que se debían hacer en pleno verano los pasajeros de los autos sacaban sillas o sillones a la vera del camino, debajo de algún árbol o resguardo para no sufrir bajo el sol abrasador. Esto se solucionó cuando se construyó el puente sobre el río Colastiné, que lleva su mismo nombre, hasta la isla y al final de la ruta frente a Paraná se construyó el Túnel Subfluvial Hernandarias.

Esta magnífica obra de ingeniería se inauguró el 13 de diciembre de 1969. Recordamos que esa jornada de la inauguración y los posteriores días, los camioneros que habían padecido esta situación se bajaban en la boca del túnel y besaban el piso. Varios días posteriores a la inauguración, los automovilistas hacían sonar las bocinas de sus autos en todo el trayecto del túnel en señal de festejo, aunque las ordenanzas del túnel lo prohibían. Realmente era para festejar porque quienes con frecuencia debíamos cruzar a Paraná sabíamos lo que se padecía. Esta gran obra se la debemos a dos gobernantes: el Dr. Raúl Uranga de Entre Ríos y el Dr. Carlos Sylvestre Begnis de Santa Fe.

Así como esta gran obra significó un notable avance para la zona, que permite una comunicación fluida para el transporte de productos y de pasajeros de y hacia distintas provincias, contribuye también al desarrollo del Mercosur. Pensamos que la reactivación del Puerto de Santa Fe es tan importante para el mismo fin.


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Las generaciones más jóvenes no tienen un real conocimiento de la pujanza que animaba a la ciudadanía por la acción del puerto.

+ información

Quienes deseen leer las anteriores entregas de esta investigación pueden hacerlo a través de Internet:

Publicación del 17 de septiembre de 2011

www.ellitoral.com/index.php/diarios/2011/09/17/nosotros/NOS-08.html

Publicación del 1º de octubre pasado:

www.ellitoral.com/index.php/diarios/2011/10/01/nosotros/NOS-10.html

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Las lanchas -como La Sarita- permitían el traslado de pasajeros desde Paraná hasta Santa Fe.

En defensa de nuestro patrimonio


Queremos manifestar nuestra preocupación por los avances y retrocesos de nuestra ciudad como consecuencia del abandono en que sumergieron a nuestro puerto, movidos por intereses netamente políticos relacionados con el mantenimiento de ciudad capital de la provincia, hecho que tiene fundamentos históricos de gran valía.

Quienes tenemos algunos años más y conocimos cómo era nuestra ciudad de Santa Fe en las décadas de 1930 a 1960 (pero más aún en las décadas de 1930 y 1940, cuando la población era de alrededor de 131.000 habitantes) sabemos que el movimiento cultural, social, comercial y económico era importantísimo.

Ésto respondía a que en nuestra ciudad convergían ciudadanos de distintas zonas, ciudades y pueblos, contribuyendo al movimiento general. Ello se debía a que contábamos con un puerto muy importante para toda la zona de influencia. Es necesario reconocer que las generaciones más jóvenes no tienen un real conocimiento de la pujanza que animaba a la ciudadanía en los distintos niveles socioeconómicos, motivada por la acción que desplegaba el Puerto de Santa Fe.

Si en aquel entonces nuestra ciudad se mostraba dinámica, cultural, social y comercialmente, teniendo un reducido número de habitantes, imaginémonos lo que llegaría a ser en la actualidad.

El recurso de privarnos del Puerto se fundamentó, no lo dudamos, para trabar el crecimiento de la ciudad capital de Santa Fe. Cada habitante con real conocimiento de la situación debería esgrimir la defensa de tan importante patrimonio.