Del abismo a la cima

En la brújula, una aguja imantada señala el norte. En la vida diaria, ese punto cardinal remite en forma simbólica a objetivos pequeños o grandes. Esta es una historia de empeños personales y de apoyos grupales que los transformaron en nortes posibles.

TEXTOS. NANCY BALZA. FOTOS. GUILLERMO DI SALVATORE Y GENTILEZA A. FAINBERG.

IMG_1575.JPG
 

Frente a la adversidad se puede reaccionar de dos maneras, siempre que se eliminen los matices: desmoronarse o salir adelante. Andrea Fainberg eligió la segunda opción. La primera la hubiese dejado anclada a la foto que ella misma se tomó de su pierna destrozada, hace más de diez años, después del terrible accidente que casi le cuesta la vida en la ruta 1. La otra alternativa la asocia a otras imágenes que la muestran después de cruzar la Setúbal a nado o escalando en Mina Clavero y Los Gigantes.

Entre una foto y las otras pasaron muchas cosas, y antes también: “llevaba una vida común, normal, de ciudadana, profesora de Matemáticas, empleada en el área de Estadísticas del Ministerio de Salud, con mucha actividad gremial, con participación política. Es decir, una vida muy ocupada y activa, viviendo en Colastiné, con horas cátedra en distintas escuelas”. Después de esa fecha, su vida dio un giro que vale la pena contar por etapas.

- 14 de febrero de 2001: Ese día, como tantos, Andrea circulaba en su moto por la ruta 1, “hasta que un auto que se adelantó en contramano a un colectivo, para pasarlo y sin mirar”, la llevó por delante. “Y por esas fatalidades, el impacto fue muy fuerte; el conductor se fue, el colectivero paró y junto a los pasajeros me asistieron hasta que llegó mi hermano. Estuvimos 25 ó 30 minutos esperando la ambulancia; por suerte no me morí. Cuando estaba en la ambulancia, escuché en el trayecto que el chofer avisaba al Hospital Cullen: ‘llevo un femenino, ruta 1, directo al quirófano para amputación’. En ningún momento perdí el conocimiento, pero esa frase me hizo pelear con el enfermero para que no me dopen, y pelear por la no amputación”.

Fueron tres días en el Cullen, “hicieron todo lo que tuvieron a su alcance con lo que había ‘pero, si no aceptaba la amputación, me tenía que ir’, dijo el director de entonces. Y me fui a un sanatorio privado con un equipo médico y con el Dr. Guillermo Morales a la cabeza. Se hicieron consultas a todos los especialistas. Estuve 37 días esperando. En Rosario, un grupo que hace investigación aceptó el caso. Cuando me vio el médico, Dr. Miguel Capomassi, me dijo: hay entre un 1 y un 3 % de posibilidades (de salvar la pierna). Mi postura fue ‘probemos’ “.

Fue un año más de internación, 23 cirugías de alta complejidad y autotrasplantes. La pierna se salvó, pero siguieron dos años más en casa con decisiones diarias de pequeños desafíos que tenían que ver con vivir y mantener la pierna a salvo: “un día el desafío era levantarme de la cama con el andador, ir hasta la cocina y volver. Al otro día era eso mismo, sin ayuda; luego, ir hasta el patio, tomar aire y volver. Resolver las necesidades básicas primarias me insumieron dos o tres años, siempre con la expectativa de cómo iba a quedar, qué iba a hacer, tomando decisiones límites y asumiendo desafíos, pequeños pero concretables todos, porque, si no, trabajaba para la frustración”.

Andrea acepta que su fortaleza y su precoz empeño en lograr siempre aquello que se propuso, la ayudaron a salir adelante. Pero también que lo que realmente le hizo un click fue “la cuestión de equipo”: “Equipo con el Dr. Morales, con los enfermeros, con el personal del sanatorio, con el Dr. Capomassi y los médicos en general que no están muy acostumbrados a la participación de la gente, desde la persona que esterilizaba, el que cocinaba y hasta el cartero”.

Ese mismo espíritu de equipo la siguió alentando mucho después.

- Año 2005. Llegó el momento de empezar la rehabilitación en un gimnasio, con la órtesis. Vale un paréntesis: “órtesis es toda la tecnología y aparatología que colabora con el funcionamiento de un miembro que está disminuido. La prótesis es el reemplazo de un miembro”. Una vez allí, “fui pasando por todas las etapas traumatológicas: el norte era hacer 25 metros en el agua caminando tomada del borde, con ayuda, sin ayuda, con la bota, sin la bota, nadar con tabla, sin tabla, progresivamente: una vez por semana, dos veces por semana, lo que se pudiera. Hasta que en 2008 ya nadaba fluidamente y uno de los profesores, Facundo Gaitán, pilar de esta etapa de recuperación, aventura y deportes extremos como forma de vida, me propuso hacer el cruce de la laguna”.

- 14 de febrero de 2008: el día de los guardavidas, pero exactamente siete años después del accidente, Andrea hizo el cruce de la laguna. “Me llevó una hora y 10 minutos, con las circunstancias y los miedos lógicos. Nunca había nadado en el río, más que como entretenimiento de verano. Pero me animé y llegué, desde la rotonda hasta Piedras Blancas”.

Andrea reconoce el privilegio de tener una formación no sólo académica y profesional sino culturalmente muy amplia, de estar rodeada de muy buena gente, muy versátil, muy bien dispuesta y también tener la capacidad personal de nutrirse de todo ésto. “Entendí que la rehabilitación iba a ser para siempre y que nadar en una pileta es tedioso y aburrido. Dentro de las terapias alternativas, las tradicionales, los clubes, encontré placer con este grupo, me divierto, me propongo desafíos, me animo y a la vez me siento muy cuidada porque tengo el límite delante mío. Lo que no puedo, no lo hago y mi cumbre es dar hasta donde llego y dan las energías, porque la preservación es ante todo la consigna”. Segundo paréntesis: para nadar usa una pata de rana en la pierna sana. No nada con grupos de discapacidad, sino que entrena con personas sin dificultades. El desafío de la laguna es amateur y simbólico, no competitivo.

Pero Facundo Gaitán es, también, montañista -hace poco hizo cumbre en el Aconcagua- y propuso en el grupo que, dentro del entrenamiento de Andrea, había cosas que podía hacer siempre que le interesaran.

- Abril de 2010: Andrea se sumó al grupo de la pileta que viajaba a Villa Alpina, donde está la cadena del cerro Champaquí. “Fuimos a hacer senderismo al cerro La Horqueta y La Mesilla, que tienen determinados niveles de dificultad”. El objetivo no era salir a buscar la dificultad, pero si sortearla. Con ella viajaron, además de Gaitán, Alfredo Hediger, Edgardo Allignani, María Chiara, Chabela Zanutigh y Mariano Fernández, “todos y todas integrantes del grupo de la pileta y de aguas abiertas”. Ese fue, sin duda, otro punto de inflexión en su vida. “Hace 20 años que vivo en Colastiné porque me gusta la naturaleza pero con el confort urbano. Nunca había ido a campamentos”. Sin embargo, desde aquella experiencia algunas cosas cambiaron, aunque “siempre con el norte de preservar la salud y tener calidad de vida”.

Aquel abril fue el comienzo: el grupo se consolidó cada vez más con metas realizables. “Seguimos entrenando para montaña, además de aguas abiertas. Lo complementario era la palestra, es decir, escalada en roca para, en caso de ser necesario, tener la técnica y la preparación necesarias para sentirnos seguros y que no recaiga todo el esfuerzo en pocos compañeros”. Fue el momento de conocer al profesor de palestra Néstor Papagna y plantear todas las cuestiones del caso. “Era un desafío nuevo para todo el mundo”.

- Diciembre de 2010: surgió un viaje a La Ola, Mina Clavero, con escalada en roca. El objetivo era “ver y probar”. “Fui con la idea de ver de qué se trataba y si me la aguantaba, porque no solo estaba el tema de la pierna sino del resto del cuerpo y de una cuestión cronológica: tengo 45 años y, si bien no está la desesperación por hacer cosas, me urge poder decir para los 50: ‘ésto pude y ésto no’. Pero fui, con poca estrategia técnica, y escalé. Hice mi cumbre de escalada en roca en La Ola; fueron unos 25 o 30 metros; a mi sentir, miles”. Vale otro paréntesis: en la pierna accidentada, Andrea no tiene articulaciones de rodilla ni de tobillo; le sacaron la tibia completa: parte se destruyó y parte se necrosó, y se reconstruyó con hueso propio. Pero con o sin bota, tiene la pierna rígida desde la cadera, y solamente mueve los dedos del pie. Usa un bastón canadiense y, para montaña, un bastón de treaking y las manos de sus compañeros, aunque en general se apoya en un bastón y una persona.

La satisfacción, reconoce ahora, no fue solo personal: “la cara de mis compañeros por el logro de eso que no parecía que iba a ocurrir, la alegría de haberlo conquistado entre todos, hizo que quisiera seguir adelante”. “El grupo es el motor y el norte de todo lo que estoy haciendo”. Y podría decirse que el combustible está en “la garra que tengo y el grupo incentiva y alimenta”.

De regreso, ya estaba sobre la fecha de aguas abiertas. “Seguí practicando en palestra y, después de unos cursos de rescate en altura, surgió la posibilidad de otro viaje”.

- 21 y 22 de agosto de 2011: el nuevo desafío tiene un nombre que intimida: Los Gigantes “que tiene mucho caudal de dificultad y de complejidad porque es la cadena de un cerro montañoso rocoso. Eran casi 3 horas de trecking con el equipo, teníamos que escalar y descender para ir al centro, ahí hacer el campamento y salir a hacer las prácticas de escaladas. fueron siete personas las que salieron de Santa Fe para participar en la experiencia.

Una vez allí, “se sumó un grupo de montañistas de Gálvez, expertos y de perfil muy sencillo que conocían a Facundo y a Néstor; de lejos nos vieron, vieron mi bota y se acercaron hasta donde estábamos para sumarse y colaborar. ‘Estamos a disposición’, dijeron”. También se sumaron otras personas conocidas de Néstor que venían de capital federal. “Estas son las actitudes que hacen que, cuando te vas a quebrar, te vuelvas a levantar”. “Llegué a hacer la cumbre, donde está la cruz. Aunque para mi la cumbre es llegar sana a Santa Fe de nuevo, y en lo posible entera”, admite.

Lejos de terminar allí, el próximo objetivo es llegar a El Chaltén y el Fitz Roy. “Cuando me enteré de que era la capital del senderismo y que para mi el senderismo era realizable dije: “yo quiero”. Tendría que ser a fin de año porque el clima es bastante adverso, aunque -informa- “entre el 28 de diciembre y el 7 u 8 de enero hay una especie de ‘ventana’ y la zona se llena de todos los escaladores nacionales e internacionales; digamos, colegas”.

No todo es cuestión de entrenamiento, sino también de cómo acompaña el cuerpo y si la pierna va a aguantar el frío”.

FRASES COMO CAMPANAS

“Vos podesh”, le dijo hace algún tiempo su sobrina de por entonces 3 años, cuando Andrea intentó explicarle que no, que la tía no podía alcanzarle algo que le pedía. “Si puedes soñarlo, puedes lograrlo”, exclamó otra de sus sobrinas un par de años atrás, en otro momento y contexto, mientras repetía la frase de un cuento pero con un tono que a Andrea le quedó grabado a fuego. Esas frases, pronunciadas por dos de sus ocho adorados sobrinos, la disparan hacia adelante cada vez que tiene miedo, que traga agua en la laguna o que se encuentra en dificultades. Eso, su propia energía y la cara de sus compañeros que la ayudan a aceptar cada desafío.

Vale un último paréntesis, que termina de definirla. Desde el año 2007-2008, Andrea no toma ninguna medicación, excepto de apoyatura extrema para algunas actividades. La apuesta es por la calidad de vida; el mayor desafío que se propuso es volar y la palabra que le viene a la mente cuando logra lo que quiere es “poderosa”. Eso si, sin ningún atisbo de soberbia; en todo caso, con la certeza de haber alcanzado un norte que ella misma se empeña en correr, cada día, un poco más, inspirada por un axioma de la montaña que diariamente enuncia al despertar, y dice: “camina como un viejo, disfruta como un niño y llegarás como un joven”.

“Llevaba una vida común, profesora de Matemáticas, empleada en el área de Estadísticas del Ministerio de Salud, con mucha actividad gremial, con participación política.”

OTRO NORTE

Andrea Fainberg reconoce que antes de aquel 14 de febrero de 2001 su proyección de vida era otra, de una profesional que a los 50 tuviera menos horas cátedra y más tiempo dedicado a la investigación, trabajando con educación de adultos, marginalidad y matemáticas como forma de pensamiento. Y viviendo en la costa, promoviendo la cuestión cultural.

“En los 3 ó 4 años que estuve en cama, postrada, el norte era que el dedo gordo del pie derecho no se pusiera azul, porque tendrían que empezar a amputar. De ahí en más era cuestión de ver si iba a poder conquistar otra vez mi autonomía, y volver a tomar decisiones porque había quedado en manos de mi familia -que ya mucho venía haciendo- y dependiendo hasta para lo básico”.

“Así que viajar, tomar un colectivo, decidir adónde ir fueron desafíos a conquistar. Lo único que me falta, y que tiene muchos riesgos, es volar en parapente, paracaídas o algún otro medio. Aunque es cuestión de aceptar lo que haya, estar atenta, y cuando no hay eso pasa a ser el cine, la literatura, las manualidades y la cocina también. Porque cuando el norte es poder hacer una torta sola, prender el horno y hacerla es importante”.

P1000573.JPG

En Los Gigantes, Córdoba (agosto de 2011).

DSCN3206.JPG

Andrea se vale de un bastón canadiense y, para montaña, un bastón de treaking.

“Hace 20 años que vivo en Colastiné porque me gusta la naturaleza pero con el confort urbano. Nunca había ido a campamentos”.


DSCN2335.JPG

María Chiara, Alfredo Hediger y Andrea Fainberg.


DSCN2355.JPG

Andrea admite que el trabajo en equipo fue clave en su recuperación.

Las frases, pronunciadas por dos de sus ocho adorados sobrinos, la disparan hacia adelante cada vez que tiene miedo.