Otra mirada sobre el instinto

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La comunicadora Flavia Tomaello tira del carretel para desplegar la posibilidad de repensar al llamado instinto materno, menos como un imperativo de la naturaleza que como un aprendizaje mediante el cual la crianza se transforme en un acto creativo.

TEXTO. PABLO E. CHACÓN (TÉLAM). FOTOS. GENTILEZA DE FLAVIA TOMAELLO.

En “Qué animales somos como padres. Recuperar el instinto en la crianza”, publicado por el sello Grijalbo, Flavia Tomaello contó con el asesoramiento invalorable de Marisa Russomando, psicóloga especializada. Ambas están desarrollando, además, un proyecto editorial vinculado a las cuestiones que plantea la adopción.

Tomaello es contadora y licenciada en Comunicación Social por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Años de experiencia como periodista, desde 1992 está al frente de una consultora de prensa que asesora a empresas argentinas, chilenas y mexicanas.

Publicó los libros “¿Matrimonio? No, gracias. Cuando las parejas se resisten a formalizar”, y el también flamante “Adopción. La construcción feliz de la paternidad”, bajo el sello Paidós, y con un prólogo de Pilar Sordo.

Russomando es licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires (UBA), y especialista en maternidad y crianza. Es directora del espacio “La Cigüeña”, donde ofrece propuestas pedagógicas al público materno-infantil. Publicó “Mi bebé y yo”, y es colaboradora de “Voy a ser mamá”, del doctor Yahni.

POR LA SUPERVIVENCIA

En diálogo con Télam, Tomaello se explaya sobre el instinto de crianza: “si no existe esa cátedra donde recibirse para ser papá -dice- entonces ¿cómo enfrentar el hecho de serlo?”, se pregunta.

Y se responde: “como lo ha venido haciendo la humanidad desde sus comienzos, es decir, con el uso del instinto. No concebido como la definición del clásico ‘instinto materno’, sino asociado a cuestiones de supervivencia de la especie: el hombre ha aprendido desde el comienzo de la historia a cuidar a la prole, alimentarla, protegerla y enseñarle a crecer como instinto de conservación de la raza”, agrega.

La investigadora piensa que “la primera herramienta esencial que (el hombre) debiera poner en juego a la hora de guiar a su cría, es exacerbar aquel instinto. Los humanos hemos adormecido esa capacidad en virtud de dos condiciones: la sociabilidad y los métodos de crianza”.

Los animales del título del libro no obedecen a ninguna antropomorfización: “El título del libro se inspira en reflexionar sobre un best seller estadounidense que se llama ‘Himno de Batalla de la Madre Tigre‘, donde la autora, Amy Chua, sugiere aplicar las técnicas de los samuráis para enseñar a sus niños”, cuenta Tomaello.

¿Y cómo sería eso? Se trata de “una disciplina fundada en conceptos como estudiar violín (y sólo ese instrumento, porque es el único que exige la dedicación apropiada) durante cinco horas al día”.

“Esta obra, entiendo, es una respuesta a una sociedad que ha apostado a la amplia libertad en la educación. Como sucede a lo largo de la historia, todo funciona como un péndulo, de un lado al otro”. Pero “Qué animales...” intenta poner “en debate los extremos y analizar un poco más profundamente quiénes somos como personas y qué queremos hacer con la crianza de nuestros niños. Jugamos con la idea de animales por la simple razón de replicar a aquel libro, de una manera lúdica”, asegura la autora.

PATEANDO LÍMITES

Sobre la supuesta permisividad en la educación infantil (la que hizo decir a Freud hace más de cien años), “su majestad, el rey”, refiriéndose al niño, ¿es tal, existe como tal?

‘Sí, existe. Un poco porque somos hoy padres criados en momentos de represión y no queremos repetir la historia. Y otro poco porque las exigencias actuales se han multiplicado (desarrollo profesional, crecimiento económico, despliegue social, etc.) y no hay tiempo para todo. Ser papá demanda mucho trabajo y muchas veces no hay energía y horas para llevarlo a cabo”.

¿Y entonces? “Y entonces está claro que los niños están en formación. No pueden decidir por ellos mismos lo que les conviene simplemente porque no tienen el desarrollo adecuado para ello”, dice la investigadora.

“Los límites son las columnas del templo de la crianza. El niño se encargará de patearlas a diario, esperando ver qué tan sólidas son. Sus golpes irán cambiando en estilo y fuerza con su crecimiento, pero será constante en el intento hasta adulto. El padre es el arquitecto del templo. Se encarga de mantener en pie esas columnas para que transiten la agresión de manera inalterable”.

La agresión es uno de los destinos de la pulsión. Pero puede ser tramitada -como acaba de argumentar Tomaello- o irse de madre, y perder su valor constitutivo. Y nunca se sabe bien porque al parecer la crianza no es una ciencia exacta.

“Es complejo emitir un dictamen al respecto porque cada hijo también tiene una personalidad propia que le permitirá sobreponerse o no a la educación buena o mala recibida. Creo que el secreto está en hacernos preguntas y tratar de moldear la educación respondiéndolas”.

LA “BUENA” EDUCACIÓN

“Los niños educados son admirables... pero ¿educados en qué sentido? ¿Porque comen con cuchillo y tenedor? ¿Porque respetan a sus compañeros en el jardín? ¿Porque obedecen a mamá y papá? ¿Porque pueden resolver problemas?”, se preguntó la autora del libro.

“¿Porque son independientes de acuerdo a su edad? ¿Porque capitalizan lo que les pasa y aprenden con ello? ¿Porque se sacan ‘excelente‘ en el colegio? ¿Porque son buenos en deportes, en matemáticas y porque estudian teatro? ¿Porque la pasan bien con sus amigos? ¿Porque ríen?”, continuó.

Desarrollar una personalidad “fuerte” en un mundo donde la idea de “fortaleza” está en cuestión, ¿podría responder a los desafíos contemporáneos?

“Es que hablamos de solidez, no de dureza. De capacidad, resiliencia. De tolerar el fracaso y sobreponerse. De reintentar y reinventarse. De formar personas críticas y adaptables”, concluye Tomaello.

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