Imposible no mirar

Imposible no mirar
 

Es más fuerte que nosotros: hay determinadas cosas que no pueden esperar -y no hablamos de ir al baño-, que nos despiertan vaya a saber qué mecanismo interno y que, finalmente, nos impulsa a pegar siquiera una ojeadita al paso, rapidita, sin importar quién esté al lado. Yo calculo que esto que se ve acá es un cálculo.

TEXTOS.NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

Sucede con personas que no pueden ser tildadas de ansiosas así nomás, a la ligera. Gente normal, incluso paciente, tranquila, que en determinadas cosas y casos siente cómo se acelera el pulso y cómo el insondable bichito de la curiansiedad -una mezcla exacta de curiosidad y ansiedad- finalmente nos pica y nos obliga, metafóricamente hablando, a rascarnos...

Son pequeñas conductas ni siquiera cotidianas: pasan de vez en cuando, justo en el momento en que nos enfrentamos con algo que sale de nuestro circuito habitual. No generan traumas, son modestas, de consumo interno, apenas compartidas, y abren y cierran un recorrido que sacia, completa, nos deja satisfechos y listos para seguir siendo los mismos, una especie de brisita que movió las hojas del árbol y ya...

¿Qué cosa nos impulsa a mirar el sello redondo y el garabato dispar del presidente de mesa tras una votación? Probablemente lo vimos firmando, seguramente, felizmente, no es la única elección a la que asistimos -este año ya van cuatro, por ejemplo-, pero igual, ni bien salimos de la escuela, en la vereda y con riesgos de chocártela a Doña Marcia, mirando hacia abajo, a lo mejor sin dejar de caminar, necesitamos echarle un vistazo. Al documento, no a Doña Marcia. Y, corroborada ya la existencia del sello y de la firma, demorado un instante en la verificación de la fecha, te vas, te vas, listo, ya está: saciada la mínima ansiedad. El documento irá a su cajón de confinamiento, hasta la próxima elección.

Un clásico: imposible esperar para ver las fotos recién reveladas -algunas son rebeladas-, necesitás imperiosamente mirar, aunque tengas que abrir dos sobres, uno plástico y otro de papel. Muchas veces, ni esperás a salir de la casa de fotografía, y ahí mismo en las narices del empleado -para quien el espectáculo es totalmente natural: todos quieren ver, no sos el único- comprobás que saliste horrible en la foto de la playa, con los ojos cerrados en la foto familiar del cumpleaños de la Tutuna y bastante pasable en la que estás brindando con el Tuca (corrés con la ventaja de que el Tuca es impresentable y todo lo que esté alrededor de él, vos incluido, se ve mejorado). Pero si resististe como un duquesito la ansiedad de abrir el paquete ahí mismo, ya sabemos que lo harás unos metros más adelante, o en el auto, o en el colectivo, o en el remís. Pero a tu casa, a los otros miembros de la familia, esas fotos no llegan vírgenes.

Otro clásico es la ropa nueva. No es exclusivo, pero sobre todo ustedes, mis chiquitas, no se privan de volver a sacar esa remerita primorosa que encontraron, o abrir la caja de zapatos y echar una nueva mirada, que ya es otra diferente, al producto comprado, recién comprado. Es para ratificar sensaciones, para mirarlo “por primera vez” como dueña formal -en el probador todavía no lo pagaste-, para empezar a aceptarlo, para acortar la brecha entre deseo y posesión. Es el mismo impulso que nos lleva a probar esa prenda ni bien llegaste a tu casa, y a combinarla con otra pilcha que tenés. Esa curiansiedad nos lleva incluso a abrir el paquete de algo que compramos para regalar, aun a riesgo de romper un poco el envoltorio, sólo para corroborar que acertamos o que “eso” capaz que nos gusta más a nosotros...

El último párrafo queda para “el anali”, la radiografía, los estudios médicos. No importa que el médico te explicara hace segundos cómo andabas con los triglicéridos, no importa que vos no entiendas un corno de hematocritos, pero nadie puede sustraerse al discreto encanto de mirar de nuevo esos estudios, con cierta pompa y a despecho de quien esté a nuestro alrededor. La radiografía de cadera de doña Porota puede así ser enarbolada con orgullo colectivo, una especie de bandera tras la cual pueden encolumnarse (especialmente si la radiografía es de columna) el resto de los mortales...

Y nos fuimos, nomás. En el súper, no echamos dos miradas al producto que ya conocemos de memoria. Pero la verdad que este palillero taiwanés que te enrostra un palillo con solo apretar un botón es de lo más llamativo. Ni hablar del sacacorcho peniano. Ni hablar del portasahumerio en forma de tortuguita, ni hablar de...