Tribuna política

Una presidenta que se parece a su pueblo

Sergio Serrichio

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Van para cuatro años que Cristina Fernández dijo aquello de que los presidentes latinoamericanos se parecen cada vez más a sus pueblos. Lo hizo por primera vez el 9 de diciembre de 2007, un día antes de asumir la presidencia de la Nación, cuando se lanzó el “Banco del Sur”. El Banco es todavía una promesa, pero desde entonces Cristina repitió varias veces su frasecita, que tal vez le parezca inspirada y profunda.

Es cierto, en todo caso, que la presidenta se parece mucho al pueblo argentino en la práctica de ahorrar en dólares. Hasta se diría que en eso lo excede. Según su última declaración jurada, Cristina Fernández, viuda de Kirchner, mantenía el año pasado más de tres millones de dólares (exactamente, 3.066.632) en plazos fijos en la moneda estadounidense. Esto es, cerca del 20 por ciento de su cuantiosa fortuna personal, que incluye valiosas propiedades conseguidas a precios de ganga y alquiladas a valores fabulosos a contratistas del Estado.

La mimetización de la presidenta con su pueblo en el hábito de pasar a dólares los pesitos que sobran se extiende al gabinete. Según las declaraciones juradas, cinco de sus ministros (Amado Boudou, de Economía, Julio De Vido, de Planificación, Julio Alak, de Justicia, Carlos Tomada, de Trabajo, y Héctor Timerman, de Relaciones Exteriores), sus dos principales espías (los santacruceños Héctor Icazuriaga y Francisco Larcher, números uno y dos de la ex SIDE), su recaudador de pesos (y ahora cancerbero de dólares), Ricardo Echegaray, y el atribulado presidente de Aerolíneas Argentinas, Mariano Recalde, ellos diez solitos tienen poco más de cuatro millones y medio de dólares de sus ahorros, a un promedio de 452.000 por cabeza.

Si, por seguir con el ejercicio, supusiéramos que el 1 % de la población ahorra una cantidad similar de dólares a la de la presidenta y sus muchachos (y que nadie del 99 % restante tiene un solo dólar en el chanchito, caja de seguridad, colchón o lo que fuere) harían falta más de 180.000 millones de dólares para enjugar tanto ahorro. Hablamos aquí sólo de dólares-billete, retenidos en el país, no de de activos denominados en dólares, ahorros en el exterior o cosas del estilo. Y la cuenta supera los 180.000 millones. ¡Vaya!

El ejercicio viene a cuento de las teorías conspirativas que el gobierno viene desgranando desde que decidió intervenir a lo bruto para impedir que la gente compre dólares. Como era previsible, la intervención, lejos de solucionar el problema, lo ahondó.

Es curioso, pero a menudo los propios funcionarios exponen datos que desmienten sus teorías. Por caso, para abonar la tesis conspirativa, Mercedes Marcó del Pont, la presidenta del Banco Central, cuya misión primaria es garantizar la estabilidad de precios (esto es, combatir la inflación) les dijo hace poco a los inteleKtuales de Carta Abierta que en el último año sólo el 11 % de los argentinos mayores de 18 años compró dólares y que el 7 % de las compras de particulares y empresas fue por menos de 1.000 dólares. Ergo, unos 3,3 millones de personas compraron dólares. Y 93 % de las compras superó los 1.000 dólares. Ahí nomás aparecen por lo bajo entre 12.000 y 15.000 millones de dólares de compras en un año. Y a Marcó del Pont le parece poco.

Según las propias estadísticas del Banco Central, al 28 de octubre pasado, había en el sistema financiero argentino depósitos en dólares por 14.832 millones de dólares, 48 % de ellos “a la vista” (cuentas corrientes o cajas de ahorro) y 52 % a plazo fijo. Sólo 28 % del total estaba constituido a más de 60 días. Y sólo 8 % (1.155 millones), era en depósitos superiores al millón de dólares. Así que al menos en ese aspecto, y a pequeña escala, porque no cualquiera tiene la fortuna de los Kirchner, es cierto nomás: los argentinos nos parecemos a nuestra presidenta.

Aún así, habiendo exhibido torpemente su nerviosismo y mientras asiste a las consecuencias, el gobierno no termina de reconocer el problema de la inflación y que en los últimos años, cortesía del “modelo”, ahorrar en pesos ha sido ruinoso. En el último año, por caso, quien guardó pesos a plazo fijo perdió, en promedio, entre 12 y 16 por ciento del poder adquisitivo de sus ahorros. Los que lo hicieron en dólares también perdieron, pero con la expectativa de un resarcimiento posterior.

También es paradójico que las teorías conspirativas apunten a los bancos, uno de los sectores más beneficiados por las políticas oficiales (la pérdida de los tenedores de moneda nacional es en buena medida la contrapartida de sus beneficios), al punto que en 2010 registraron ganancias por 11.780 millones de pesos. Lo hicieron casi sin asumir riesgos, atizando los crédito al consumo y personales, los más rentables. Financieramente para los bancos, por las altísimas tasas que cobran, y políticamente para el gobierno, por la sensación de fiesta continua.

Mientras, el crédito hipotecario siguió esfumándose. Un cable de Wikileaks mostró incluso la complicidad del gobierno y el titular de los bancos nacionales, Jorge Brito, en la estrategia de anunciar líneas hipotecarias que luego no se implementarían. Lo que contaba era el “efecto atril”, multiplicado por la red de medios oficiales y paraoficiales.

Por suerte, además de invocar los fantasmas del dólar, el gobierno dio señales de que es consciente de que no puede seguir la fiesta de los subsidios. La crisis en Aerolíneas Argentinas, tal vez la única empresa aerocomercial del mundo que recibe más de un tercio de sus ingresos en subsidios y pierde dos millones y medio de dólares por día, es sólo una muestra de esa orgía dilapidadora de fondos que ahora comienzan a escasear.

Nada que no se pueda solucionar gobernando y administrando. La presidenta tiene todo un mandato por delante para hacerlo.