editorial

Encrucijada por el poder en Egipto

Se sabe que la renuncia de Mubarak en Egipto transfirió el poder a sus genuinos titulares, es decir, las fuerzas armadas. Las movilizaciones de masas, las concentraciones multitudinarias en las plazas de El Cairo y las principales ciudades de la Nación, produjeron este cambio que abrió expectativas en la sociedad y en la opinión pública internacional.

Quienes esperaban que con la renuncia del dictador se iniciara una era de prosperidad y libertades, se equivocaron en toda la línea. Es más, para no faltar a la verdad debería decirse que los problemas reales de Egipto no concluyeron con la caída de Mubarak, sino que se iniciaron. Por lo pronto, los militares hoy se ven obligados a convocar a elecciones porque el ejercicio del poder en estas condiciones se les hace insostenible. Las recientes represiones a los manifestantes con sus secuelas de muertos y heridos, demuestran que las contradicciones sociales están más intensas que nunca y en estos países, la experiencia indica que un conflicto callejero prolongado puede ser la antesala de una guerra civil.

Así y todo, la convocatoria a elecciones o a algún mecanismo de consulta semejante tampoco va a promover soluciones mágicas. Desde el punto de vista estrictamente político una porción importante del poder podría quedar en manos de los Hermanos Musulmanes, la fuerza política más antigua y más extendida de Egipto.

Las mediciones de opinión sostienen que esta formación política dispone de una representación social que supera el cuarenta por ciento de los ciudadanos. Con esos votos y atendiendo a su penetración en la base de la sociedad, los Hermanos Musulmanes están en condiciones de ejercer el poder.

El problema que se presenta es que los Hermanos Musulmanes generan rechazo no sólo entre la opinión pública internacional, sino entre sectores claves de las fuerzas armadas. A esa oposición habría que sumarle la de aquellos sectores juveniles y estudiantiles que se movilizaron contra Mubarak en los últimos meses y que no están dispuestos a aceptar que la sucesión a la dictadura sea una dictadura religiosa. En síntesis, los Hermanos Musulmanes en el gobierno podrían ser más un problema que una solución.

Por su parte, no se debe perder de vista que si bien los militares han admitido convocar a elecciones, el poder real del Estado sigue estando bajo su control. Para bien o para mal, las fuerzas armadas continúan siendo la institución que decide en Egipto. Para Estados Unidos, la Unión Europea y el propio Israel, los militares son los interlocutores más confiables, en tanto representan la institución que con más sensibilidad registra los problemas estructurales y estratégicos de la Nación.

Lo cierto es que Egipto está atravesando por una situación muy difícil. Los que gobiernan no pueden continuar haciéndolo como hasta ahora y los que disponen de posibilidades para gobernar no cuentan con el apoyo de aquellos factores de poder que deciden más allá y más acá de las elecciones.