Una tonada iluminada

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“01/1”, de Miguel Ocampo.

Por Diego E. Suárez

 

“El silencio iluminado”, de Roberto Malatesta. Leviatán. Buenos Aires, 2011.

En “El escritor argentino y la tradición”, Borges plantea que la poesía, para ser argentina, no precisa nombrar la topografía, la botánica o la zoología autóctonas, y cita a Enrique Banchs: “El sol en los tejados / y en las ventanas brilla. Ruiseñores / quieren decir que están enamorados”. “En esos tejados y en esos ruiseñores anómalos, no estarán desde luego la arquitectura ni la ornitología argentinas, pero están el pudor argentino, la reticencia argentina”. No es, entonces, el regionalismo profesional del escritor sino su entonación expresiva -su tonada- la que corporiza una visión del mundo y cifra una procedencia intersubjetiva.

Apenas abrimos El silencio iluminado de Malatesta (retrospectiva que conmemora sus treinta años con la poesía) hallamos un alero, una flor de naranjo, un cardo, un gomero, que parecerían rebelarse contra la idea de Borges. Pero la santafesinidad del autor no radica en un simple registro telúrico, sino en una manera singular de aludir a la realidad sin espesar (ni desteñir) el color local.

Según Mastronardi (Formas de la realidad nacional) “en el Litoral, la vida se expresa con dulzura y dicta la conformidad venturosa. Hay una entonación de llaneza afable y una gracia zumbona en el poblador de estas comarcas (...) sus íntimas propensiones lo separan y apartan de las formas solemnes y pomposas”. Distante en el tiempo, Malatesta confirma: “Trepado al naranjo un día de llovizna / mientras mi bolso arquea la rama, / mi abrigo se cubre de pequeñísimas gotas; / debo estar loco de no agradecer. / La vida es un árbol que se carga de frutos, / sólo que no hay por qué esperar un día de sol”. En su escritura prolifera este tipo de epifanías de entrecasa, con lenguaje límpido, de profunda sencillez; una Estética que ha ido decantándose desde 1984 hasta concretarse de manera nítida y contundente en Cuaderno del no hacer nada (2009), y en ese monumento a los inundados, Por encima de los techos, acreedor en el año 2006 del Primer Premio en el Concurso Provincial de Poesía “José Pedroni”, y editado en tres oportunidades -antecedente atípico para un libro de poesía contemporánea- por tres editoriales diferentes: El Arca del Sur, de Santa Fe, 2003; Leviatán, de Buenos Aires, 2006; y la UNL, 2011. En 2010 recibiría nuevamente el “José Pedroni” por la obra inédita La nada que nos viste. Por todo, este libro celebra una obra de reconocimiento nacional e internacional (lo demuestra una reciente antología bilingüe francés/español de poesía argentina publicada por Leviatán en coordinación con la Embajada de Canadá en Argentina).

“He leído muchos poemas por estos días, / he subrayado, entre tantos, algunos versos, / de éstos, sólo unos pocos he guardado en mi corazón. / La biblioteca de mi corazón tiene escasos volúmenes”. Como eco pretérito de estos versos de Malatesta, una de las Voces de Porchia nos susurra que “un corazón grande se llena con muy poco”. Sin dudas, varias páginas de El silencio iluminado ocupan ya un lugar privilegiado en el corazón de muchos lectores, como así también -por qué no- en el corazón de la alta literatura de nuestra provincia.

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“Y la luz se hacía” (1970), de Miguel Ocampo.