Entrevista a Martín Rejtman

La realidad concreta

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Martín Rejtman.

Foto: Nicolás Goldberg

Por Augusto Munaro

Previamente a que los realizadores cinematográficos Israel Adrián Caetano, Pablo Trapero y Lucrecia Martel constituyeran con sus operas primas lo que la historia del cine nacional acuñó como “nuevo cine argentino”, el cineasta y escritor Martín Rejtman ya había alcanzado algunos años antes con Rapado seguido por Silvia Prieto, un estilo personal minimalista, despojado de elementos sobrantes.

Paralelamente a su intensa labor en el séptimo arte, Rejtman ha desarrollado una obra literaria tan sólida como parca, que se vincula con la misma operatoria estética: un riguroso ejercicio de reducir lo importante a lo esencial. La reedición del libro de relatos Velcro y yo (Mondadori) rehúsa los artificios. Gente normal en actividades cotidianas narradas dentro de un marco directo y concreto, sin remilgos ni tapujos. Así su prosa desarrolla un estilo transparente, llano. Frases cortas, párrafos breves que condensan la cadencia de una expresión objetiva. La realidad en su estado puro.

—¿En qué cambió Martín Rejtman desde la primera edición de “Velcro y yo”, allá por 1996? ¿Cuáles eran las inquietudes literarias de entonces, con relación a las de hoy?

—Supongo que las inquietudes son las mismas. Cambió un poco el desarrollo de los textos. Cuando empecé a escribir literatura, con Rapado, los cuentos eran más breves, casi siempre en tercera persona y en presente; por lo general me limitaba a describir las acciones de los personajes en escenas bastantes cortas. Creo que esto tenía que ver con la escritura de guiones de cine, que se escriben exactamente de esa manera. En Velcro y yo, usé bastante la primera persona y eso le dio un giro a los relatos. Y también algunos de los cuentos son más extensos. En el libro que estoy terminando ahora, se acentúa la tendencia de la extensión, van a ser tres relatos de más o menos 80 páginas, lo que alguna gente llama nouvelles.

—¿Siente que recibió mayor reconocimiento por sus películas que por su literatura?

—Tal vez cuando empecé el cine en la Argentina, tenía más necesidad de una energía diferente que la literatura.

—¿Qué encuentra en el lenguaje literario que no logró hallar en el cinematográfico? ¿Cómo piensa que el cine haya impactado en la elaboración de este libro en particular?

—En realidad, encaro las dos actividades de una manera poco reflexiva. Escribo literatura o filmo cuando me toca. Como decía, Rapado estuvo más influenciado por el cine, por la escritura de guiones. Velcro y yo en todo caso se aleja un poco de esa fuente con la introducción de la primera persona. Aunque es cierto que a partir de Silvia Prieto empecé a usar voz en off en primera persona en mis películas.

—¿Recuerda el modo en que fue escribiendo el libro? ¿Los argumentos de sus relatos fueron surgiendo a medida que los escribía?

—No tengo muchos recuerdos. Sólo sé que los cuentos los iba escribiendo de a uno, nunca dos o más al mismo tiempo. Por lo general, los argumentos de mis relatos son una consecuencia de la acumulación de situaciones más que de un plan preestablecido; así que diría que sí, que los argumentos fueron surgiendo a medida que los escribía.

—En una oportunidad, usted dijo que pensaba sus cuentos como canciones.

—Eso fue con mi primer libro, Rapado, y era más una expresión de deseos. Aunque creo que esos cuentos tienen ese aliento.

—Los cuentos aquí reunidos narran los perfiles de vidas austeras, modestas. Muchos de los personajes acaban de terminar una relación o están por entablar otra. Prevalece un tono menor que cruza cada cuento, aunque también con cierto humor, ¿no?

—No puedo evitar el humor. A veces, lo intento pero siempre termino vencido.

—La familia tiene una importancia particular en su literatura, ¿verdad?

—Sí, la familia y las familias que se arman en el transcurso de las narraciones, grupos de personas que constituyen familias sin lazos de sangre, personajes que se pegan a otros casi sin motivo, como en el caso de Silvia Prieto, la “familia” de las mujeres que tienen el mismo nombre.

—¿Cómo trabaja la fluidez?

—No la trabajo.

—A lo que me refiero es que se percibe una propensión por los finales imprecisos, es decir abiertos. Una narrativa que otorga un espacio relevante a la elipsis, a lo que queda fuera del espectro narrativo. Lo cual ayuda a potenciar la vitalidad de cada historia. Asimismo, no subestima al lector con los sempiternos desenlaces “redondos”. ¿Fue deliberada esa búsqueda?

—Siempre me pareció que la trampa del cuento es el final redondo. En esto, se parece al cortometraje. Pareciera que sí o sí tiene que aparecer el golpe de efecto final que resignifique todo lo que pasó hasta ese momento. Me pasó cuando estudiaba cine que hice un corto así, circular, bastante perfecto, fue un éxito en la universidad. Pero después me quedé durante un tiempo largo estancado en esa frecuencia, no podía hacer nada porque tenía la exigencia de esa perfección circular. Hasta que un día me di cuenta de que todo eso eran pavadas; empecé a plantear el trabajo de otra manera y ahí pude seguir adelante.

—¿Qué escritores admira?

—Muchos. Siempre tengo una respuesta diferente para esa pregunta. Últimamente, digo Jane Austen.

—¿Lo dice en especial por su novela “Sentido y sensibilidad”?

—Por todos sus libros. Es como si hubiera escrito siempre la misma novela pero con variaciones. Igual que Ozu en el cine.

—El mes pasado fue convocado por tres universidades de Estados Unidos, pero en carácter de escritor. ¿Cómo fue esa experiencia?

—Interesante. Tuve que releer varios cuentos, sobre todo de Rapado, y eso me produjo una cierta nostalgia. Escribía de otra manera en esa época. Los encuentros académicos me ayudan a pensar mi trabajo. Soy muy poco reflexivo y recién cuando surgen preguntas de otros, empiezo a pensar sobre lo que hago.